Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


viernes, 26 de agosto de 2011

Límite: 48 horas... para hacer los deberes ¡en el recreo!


Visto y no visto. Ocho años tocándose el bolo unos y otros y ahora, así, de repente, les entran las prisas por hacer algo que no son capaces de explicar ni de hacer comprender. ¿Por qué nuestros políticos reforman la Constitución así, en tiempo record, sin consultar, tomando como excusa un déficit que arrastramos desde hace años? ¿Por qué ahora? ¿Por qué el PSOE y el PP se ponen de acuerdo en cinco minutos? A ver… ¿qué coño está ocurriendo? ¿Nos toman por tontos? Porque estas cosas no suceden porque sí, por generación espontánea, porque ahora me da la gana. Algo gordo ha tenido que ocurrir para que ahora vayan a calzón quitado a redactar una texto sobre algo tan importante que, estoy convencido, en otra situación, hubieran tardado meses… o años. A ver… si no se ponen de acuerdo ni para elegir los magistrados del tribunal constitucional en muchos años, ¿por qué reforman la Constitución en una noche? ¡Y lo hacen sin preguntar, sin consultar, sin explicarse! La última vez que vi algo parecido fue una ocasión en la que un profesor que tuve en el colegio nos advirtió de que, quien no hubiera traído los deberes que nos había ordenado el día anterior, suspendería la asignatura, avisaría a sus padres y nos excomulgaría (eran otros tiempos, claro). Así que, lo que ningún alumno había hecho en una tarde, algunos tardamos apenas medio recreo en dejarlo escrito con pan de oro. ¡Pa’ qué las prisas! La advertencia que ha debido recibir nuestro país ha tenido que ser de órdago… o de pena de muerte. Nunca lo sabremos, pero tiene que ser de título de película de ciencia ficción (La amenaza fantasma). Lo dicho: a estos políticos se les debe negar el pan y la sal, y mucho más una pensión vitalicia después de hacer los deberes en el recreo. Y seguramente mal.

jueves, 18 de agosto de 2011

Los impuestos y el Papa

La visita del Papa desde hace días suscita opiniones, unas a favor y otras en contra. Yo no voy a entrar en ese cruce de pareceres porque no creo que sean de interés para nadie, pero sí quiero comentar una que acabo de escuchar por televisión y me ha hecho mucha gracia, gracia… por no ponerme a llorar.
Resulta que hoy miércoles había convocada una manifestación laica en contra de la visita del Papa. Bajo varios lemas, unos acertados, otros poco acertados, quizá el más repetido haya sido. “No con mis impuestos”. Una reportera de televisión preguntaba a un manifestante por la finalidad de la manifestación, y un chico joven, bien vestido, bien peinado, con gafas de marca, de unos veintimuchos años, decía que en un Estado aconfesional no se podía sufragar la visita del Papa con sus impuestos, que debían ser los feligreses quienes lo pagaran de su bolsillo. 
El chico, desde mi punto de vista, se equivoca de punta a punta. Me parece muy bien que no se sufrague con dinero público el mogollón que se ha formado con la visita de un líder religioso, que, al fin y al cabo, eso es el Papa. Pero es que ese señor también es un Jefe de Estado, y por las mismas nos toca apechugar con su visita como con la de cualquier otro dirigente. Pero claro, es que no es sólo la visista, sino que trae consigo las Jornadas Mundiales de la Juventud. Y ahí la cosa cambia. Parte es visita y parte Jornadas. La visita nos toca pagarla, pero las Jornadas…
Por otra parte, habría que decirle a este chico (y a los que piensan como él), que me parece muy bien que los impuestos sean para otra cosa que para montar la mundial con el Papa, pero los impuestos tampoco tendrían que estar destinados para sufragar los gastos de sindicatos que no sirven para nada, sindicatos que deberían sobrevivir con las cuotas de sus abonados. Y lo mismo exactamente habría que hacer con los partidos políticos; que lo paguen sus militantes.
Así que ni Papa, ni sindicatos, ni partidos políticos, ni día de la mujer, ni día del orgullo gay, ni día del trabajador, ni día de la madre que la parió. Efectivamente, ninguna de estas cosas con mis impuestos.

martes, 9 de agosto de 2011

Esta noche la tenía reservada para Sigüenza y para mí.

Agosto ha comenzado como un huracán. Apenas me ha dejado respirar aún cuando me llevaba avisando desde hacía meses que su inicio iba a ser arrebatador. Y sé que la presentación de mi segunda novela tiene mucho que ver, pero no todo. Porque cuando uno hace las cosas con ilusión, totalmente cegado por la fe que le mueve en hacer algo de corazón, es muy difícil que nadie sea capaz de ahogar ese empuje. El problema, la impresión surge cuando las expectativas se sobrepasan y uno queda en estado de shock por lo que se mueve a su alrededor.
Y comienzo por el día de la presentación, donde mis expectativas se vieron superadas. Acudió más gente de la que creía, personas conocidas que guardaban en secreto su asistencia y otras a las que no conocía y me transmitieron su ilusión y su reconociendo a  mi trabajo. Eso me hizo que el corazón corriera más deprisa y las emociones cruzaran por mi cuerpo en algunas ocasiones casi sin dejarle respirar.
El éxito, aunque sea de una noche, de unas horas, emborracha. Y yo quiero disfrutar el momento, desde luego, porque de bien nacidos es ser agradecidos, pero no quiero resacas ni  mucho menos adicciones, que en este caso son tan falsas como espejismos en el desierto. Podría sacar pecho y decir que estoy en la cima del mundo, en una nube, que hablo casi a diario en un medio de comunicación distinto, que la novela se vende a buen ritmo en Sigüenza y que su acogida augura un futuro próximo de lo más halagüeño. Pero no van los tiros por ahí, porque todo esto tiene su fin, y quizá un nuevo principio dentro de poco tiempo, con otra novela o con la misma, pero toda esta explosión de sensaciones termina siendo flor de un día, y yo no quiero ser un necio.
A mí, lo que verdaderamente me ha impresionado no ha sido ver a una persona leyendo mi libro en la piscina, sino observarla totalmente enganchada a él. Desde luego también me ha gustado conocer que otra persona, en apenas cuatro días, se ha devorado la novela, pero  lo que me ha dejado noqueado es que lo esté lanzando a los cuatro vientos a través de Internet. Y claro que me gusta que se vendan ejemplares , pero mucho más que el boca a boca se esté disparando de forma efusiva, apasionada.
Por eso no puedo por más que agradecer a todo el mundo lo que están provocando a mi alrededor. Pero hoy, avergonzado un poco por estar en boca de mucha gente (y que  no se me malinterprete, que a nadie le amarga un dulce y a mí mucho menos), en lugar de tomar una cerveza me haya ido a darle las gracias a la artífice de esta exquisita situación: la ciudad de Sigüenza. Me he dado un largo y solitario paseo nocturno por su calles porque sin ella este sueño jamás se habría producido. Mañana volveré a la realidad, pero esta noche la tenía reservada para Sigüenza y para mí.