Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Nacionalismo Monumental en Barcelona o monumental nacionalismo catalán?

Ayer cerraron la Monumental de Barcelona. ¡Una pena! Al menos, el cartel es precioso y triste merecedor de tan lamentable evento. Este hecho tanto físico como burocrático deja tras de sí algo mucho más importante que echar el cerrojo: la pena de los aficionados a la Fiesta y el regocijo de los antitaurinos. Si toda esto sólo llegara hasta ahí, si cerrar la plaza fuera sólo el resultado de una “pelea” entre dos grupos enfrentados por sus ideas, el asunto sería considerado como sano y no tendría más trascendencia ni consecuencias. Pero es que, según sabemos, la prohibición de los toros en Cataluña…, ¡perdón!, la prohibición de las CORRIDAS DE TOROS en Cataluña ―el resto de festejo taurinos curiosamente no ha sido prohibido― ha estado avalando e impulsado (o acompañado) por movimientos y partidos nacionalistas o, al menos, éstos les han dado ese tinte. Creo que tantas son las ganas de algunos inconscientes de separarse y desprenderse de lo español sin razones de peso, que sirve cualquier cosa, como cortar a cuchillo y sin anestesia ciertas libertades, sin preguntar, hacer lo que a uno le da la gana pasándose por el forro de los caprichos, no sólo lo que venga de cualquier institución española (dícese por ejemplo la reciente sentencia del Tribunal Supremo sobre las lenguas vehiculares), sino lo que piensan y dicen los propios catalanes de a pie, gente normal, inteligente y sana hasta la saciedad (y hablo con conocimiento de causa).
Lo que me da pena de todo esto es la ignorancia que tienen esos grupúsculos en las consecuencias que se van a producir si los políticos de Cataluña siguen presionando de formal alocada e infundada por conseguir un futuro independiente. Y cuando digo infundada, no me refiero a la Historia de Cataluña, sino a las razones que esgrimen para separarse del resto. Por mi parte, gracias a esa presión sistemática y desaprensiva sobre todo lo que suene a español, he decidido apoyar su independencia sin fisuras, a tope, sin freno. Al menos, una vez Cataluña haya conseguido todo eso que tanto ansía y que -por lo visto- la deja huérfana de identidad, todo eso que la contamina por estar cerca de ambientes españoles, dejaré de escuchar estupideces que no conducen a ninguna parte. Porque, desde mi punto de vista, la independencia en Cataluña sólo puede acarrear a ese país, nación, pueblo (o como se quieran denominar, con o sin razón) un camino difícil, duro, muy duro, lleno quizá de frustraciones, penurias, sufrimientos y ansiedades. ¿No lo creen así? Pues yo me he imaginado lo siguiente. Quizá no tenga razón pero tengo muchas preguntas que no logro responderme.
Supongo que Cataluña se independiza. ¡Qué felices son ahora rigiendo su destino!, con su idioma, su parlamento, sus presupuestos, sus leyes. Felices sin que ningún español les toque las narices. Pero bueno, independencia no es sólo hacer lo que te dé la gana. Es tener medios para hacerlo. Para mí, creo que independizarse significa formar, desarrollar, controlar y hacer evolucionar todo un país… con todo lo que ello conlleva no sólo relacionado con cultura, identidad y personas. Desde mi cortas miras, entiendo que, por ejemplo, tendrán que implantar una policía que abarque todas sus competencias, y para eso hace falta dinero. También  deberán formar aunque sea un mini-ejército, con sus barcos, sus aviones y su infantería. Tendrán que diseñar, acuñar, dotar de paridad y de circulación su propia moneda, porque cumplir con los cánones del maltrecho euro, desde luego, a priori no creo que vayan a cumplir. Eso también significa tener un banco central. Dinero para fabricar dinero. Suma y sigo. Tendrán  que diseñar e implantar una educación catalana, pero también dotar a la población de una segunda lengua porque con el catalán como única lengua sólo se va a Andorra. Tendrán que sopesar si mantienen esa especie de embajadas que han regado por medio mundo y montar unas de verdad. Y eso cuesta dinero. Y también se necesita capital para comprar la electricidad, petróleo y gas fuera de sus fronteras, y eso sí que cuesta una fortuna (y además se la tendrían que comprar a España porque la francesa les saldría por un dineral; y España pondría aranceles, como debe ser cuando vendes algo en el extranjero). Tendrían que hacerse cargo de gestionar y mantener carreteras, infraestructuras, ministerios en condiciones (no consejerías de tres al cuarto)… Y tendrían que entrar en la ONU, y si quisieran y lo tuvieran a bien en la OTAN para estar defendidos en condiciones, y pedir permiso a algún país limítrofe para que Barça y Español jugaran en una liga competitiva al igual que el Mónaco lo hace en Francia… Porque España no les ha prohibido jugar con su selección. Es la FIFA o el COI quien les ha enviado a hacer puños para paraguas.
En definitiva, montar un país es otra cosa que conseguir la independencia, sin contar que muchos de sus habitantes saldrían de allí en cuanto pudieran porque buscan calidad de vida y allí ya no la tendrían. Porque el Gobierno, o la Generalitat, o quien fuera, tendría que subir impuestos de forma desmesurada e imperativa. Y dejarían de estar en la UE porque no cumplirían los mínimos establecidos para entrar, y entonces se quedarían sin ayudas de la UE. Y pedirían dinero prestado al FMI, al BCE y al Banco Mundial, y se endeudarían hasta las cejas, como si fueran un país sudamericano de los 70 ( y ya vemos como, por ejemplo, le luce el pelo a Argentina, quizá el país sudamericano más moderno y europeizado).
Y al final, siempre desde mi punto de vista, Cataluña terminaría con el mismo PIB o misma renta per capita que Marruecos o Albania, o si resulto demasiado pesimista y catastrofista, que Grecia. ¿Merece la pena por conservar un idioma o una cultura que, hoy en día, ya conservan?
De verdad, creo que habría que poner freno a unos políticos que no saben lo que se dicen, que de conseguir lo que quieren terminarían secesionados y peleados entre ellos mismos, y todo por imponer un idioma que se habla y se escribe (y que no se va a perder jamás) y un ansia por quitarse de encima todo lo español, cuando Cataluña como tal lleva pegada a este país desde hace muchos tiempo, más del que se puede renegar.
Pero bueno, por mi parte, apoyo la idea y, eso sí, que con su pan se lo coman, pero que luego no vengan mostrándose como víctimas, porque nadie quiere quitarles su idioma, su bandera ni su himno. Nadie quiere que se deje de hablar, se deje de ver ondear o se deje de escuchar. Entonces… (como diría Mohuriño), ¿por qué?
Que nadie se moleste. Es mi opinión y, como tal, debe ser respetada incluso por los nacionalistas y los españolistas. Mi aprecio y cariño por Cataluña es de todos conocido. Tengo magníficos amigos catalanes a los que me gustaría seguir viendo sin necesidad de marcar una extensión internacional en el teléfono o tener que sellar el pasaporte. Y todo por una gilipollez trasnochada e interesada que no va a beneficiar a Cataluña en nada.
Y además, soy culé, y reconozco que el Barça es más que un club, aunque para mí sólo sea un club.

martes, 13 de septiembre de 2011

Dos no discuten si uno no quiere... y ese uno soy yo.


Dos no discuten si uno no quiere, y ese uno soy yo, pero qué difícil es soportar las acometidas de alguien que, por su santos cojones, quiere que su opinión, su punto de vista, impere sobre el tuyo. Y yo ahí, defendiéndome a base de explicaciones reductoras para tratar de no discutir.
―¿Por qué no haces tal cosa? ―me pregunta.
―Porque no me gusta.
―¿Por qué no? Si es maravilloso.
―No me gusta.
―¿Es que no te das cuenta de que… (tal y cual razón)?
Ésta última pregunta ya te hace quedar como un gilipollas, porque la otra persona SÍ se ha dado cuenta de las aparentes ventajas de su punto de vista, pero tú, ser obtuso y pequeño, insignificante, despreciable, inmundo… y gilipollas, no adviertes ni eso ni nada.
―No me doy cuenta y, además, no me gusta.
―Pues si no lo haces así, resulta más caro ―ataca.
―Nadie ha dicho que no lo sea ―me defiendo.
―Entonces, ¿por qué no lo haces?
(¡Joder!)
―Por que no me gusta.
Y de esta manera volvemos a hilar la conversación como una pescadilla que se muerde la cola hasta la puta locura, hasta hacer perder los estribos, hasta poner yo mismo en entredicho mis propios gustos, mis opiniones, mi condición de ser humano. Uno llega a plantearse si es que una vez he tenido un derrame cerebral del que no recuerdo nada y vivo sumergido en un mundo que ya no me entiende, un mundo que me queda grande, un mundo donde todos guardan el secreto de la carencia que me limita el entendimiento.
Al menos Forrest Gump no se enteraba de la misa la media. ¡Feliz!

martes, 6 de septiembre de 2011

Me encanta tener cara de gilipollas

Me encanta tener cara de gilipollas. Es algo que, por mucho que pase el tiempo y mi cara llegue a mutar, no cambia. Y lo mejor no es poseer (sin querer) este rictus de retrasado, este timbre de voz que ni chicha ni limoná, este tono que da grima. Lo mejor es ver cómo los verdaderos idiotas se tragan las apariencias con zapatos y todo. Porque no hay mayor tonto que aquel que se cree por encima de los demás sin tener capacidad para hacerlo.
Hoy he merendado una noticia que me sigue corroborando que lo mejor es hacerse pasar por bobo para conocer quién es verdaderamente más bobo que tú. Y es que hace un par de meses traté de comprar un libro por Internet, un ejemplar de una novela a punto de ser descatalogada de la que, según mis noticias, la edición estaba agotada y tan sólo unos cuanto libros sobrantes habían sido liquidados a precio de saldo. Pues esta tarde se me ha atragantado la mermelada en el gaznate, porque he recibido la comunicación de la web de una cadena bien famosa, con tiendas por media España, informándome que volvían a tener ejemplares disponibles. ¿Se ha reeditado el libro? ¿Una segunda edición? ¿O es que han rebuscado en la basura y han encontrado algún ejemplar perdido por allí? ¿Tantos como 10 ejemplares? Porque, puestos a pedir, yo me he explayado y he pedido una decenita, contando que esta cadena los compra bajo demanda, es decir, que jamás habría podido encontrar en sus sótanos más de uno o dos.
La duda que me asalta, lo que me corroe las entrañas de emoción, es saber si el autor de esta novela se ha enterado de que, o bien la editorial ha decidido lanzar una nueva edición, o que su libro pulula por los sótanos de tal tienda como Pedro por su casa, o que se reproduce y se reimprime (¿eh dicho reimprime?) sin control y, claro está, sin que el autor cobre sus derechos.
Mientras el pobre diablo resuelve su duda, yo le pego a la mermelada ciscándome sobre todos aquellos que me consideran un gilipollas.
Bendición.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Con las tripas llenas y las mentes en Babia

La verdad es que, conociendo las malas noticias que brotan como el sarampión desde hace varias semanas, aún no comprendo cómo no hemos llegado a extremos de hace casi cien años cuando la gente se tiraba por la ventana al constatar que la ruina se hacía cargo de sus vidas y que, además, no había solución de continuidad. Y es que, haciendo un poco de memoria (y sin ningunas ganas de documentarme), a los felices y locos años 20 le sobrevino después el crack del 29 y la depresión de los 30, la guerra mundial de los 40, la recesión de los 50, la explosión y bonanza de los 60, nueva crisis en los 70, la locura de los 80… No quiero seguir por aquí porque, de repetirse el ciclo, tenemos una nueva guerra mundial a la vuelta de la esquina. ¿O quizá es que ya la estamos sufriendo sin darnos cuenta?
Bueno, la cuestión es que la situación económica a nivel global está muy malita y todos los gurús y entendidos dicen que vamos hacia la debacle más absoluta, que de ésta no se salva (ni nos salva) nadie. ¿Tan mal estamos? ¿Por qué nadie hace nada para remediarlo? ¿Es que no interesa? ¿Quién maneja todo esto? A mí me tienen acojonadito, tanto como cuando un niño se hace un burruño y se acurruca en un rincón porque viene el coco. Nuestros políticos son unos incompetentes, pero es que uno también se da cuenta de que los políticos europeos no les van a la zaga. Incluso los americanos circulan por el mismo carril. Y eso me hace pensar que todo es un error sistémico, que nos hemos preocupado tanto tiempo de tener la nevera llena de auténticas tonterías que ahora que está vacía de lo más esencial somos conscientes de que, en su día,  dejamos la gestión de nuestro supermercado a ilusionistas que ofrecían pan para hoy y hambre para mañana. Y nosotros quedamos con las tripas llenas y las mentes en Babia.
Ahora vendrá el llanto y el crujir de dientes, y en lugar de remediarlo, de cambiar de verdad las estructuras, las estrategias, los actores, nos dedicamos a poner parches que no sirven para nada, a tirarnos desde los balcones y a rasgarnos las vestiduras. Pues, señores, como diría el maestro Fernando Fernán Gómez, ¡a la mierda!