Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


miércoles, 26 de marzo de 2014

Matar un policía por dignidad



¡Tócate las narices! ¿Qué se puede pensar de varias docenas de asociaciones que organizan una marcha por la dignidad y luego son incapaces de desmarcarse de dos centenares de hijos de puta que se dedican a querer matar policías? Faltos de reflejos, han tardado en condenar a los violentos. Algunas, ni siquiera lo han hecho pasado tres días. ¿Dignidad? Permítanme al menos el beneficio de la duda.
Una sociedad que permite o se dedica a matar policías ―o mira para otro lado―, es una sociedad enferma de muerte. La policía es la garante del Estado de Derecho. Cuando alguien nos roba, nos pega, nos insulta, nos amenaza, nos engaña, llamamos a la policía para que ponga al interfecto bajo el peso de la Ley. Si nos dedicamos a cargarnos policías ―inlcuso cuando únicamente se tenga la intención―, estamos tirando por tierra nuestra propia seguridad. Nos equiparamos a terroristas y asesinos. Y esos dirigentes populistas que son capaces de excusar cualquier acción en nombre del pueblo y de sus derechos, atentan directamente contra el primero de todos: la libertad. Porque la policía es la garante de nuestra libertas. Sin policía se produce el caos, la sociedad se resquebraja y terminamos siendo una república bananera ―cosa de la que, por cierto, estamos cerca aunque por otros motivos, por ejemplo, este tipo de asociaciones sin principios, asociaciones populistas “maduristas” chavistas” de todo a cien―. Si encima, estos tuercebotas, ineptos, incultos, necios, bobos de baba, piden la puesta en libertad de aquellos que, con premeditación, alevosía, nocturnidad y organizados como bandoleros, han tratado de partirle el cráneo a un agente con adoquín de tres kilos de hormigón, sólo merecen que les hagan los mismo en los dientes, a ver si les hace tanta gracia y, jajaja…, ¡qué gracia!, llaman a la policía.


Está claro que en Madrid el pasado domingo no fue el mejor día de los antidisturbios, pero eso no quiere decir que se haya levantado la veda de matar policías. Lo que pretenden esos hijos de puta es que una noche a un gente se le vaya la cabeza inundada de miedo y de pánico, desenfunde la pistola y se produzca una tragedia. Y entonces, claro, la culpa será de la policía. Tengamos en cuenta de que bajo ese uniforme hay personas normales que velan por nuestra seguridad, sí, por la tuya y por la mía, por la de tu madre, para que vaya a una manifestación, grite lo que le pida el cuerpo y vuelva a casa sana y salva; para que a tu hijo, que va ajeno a todo sentado en un carrito, no le caiga un adoquín en el cráneo que iba dirigido a un policía, para que tu novia ―o novio― pueda seguir queriéndote por la noche cuando llegues a casa…, para que los periodistas ―a uno de ellos le abrieron la cabeza el domingo como vi en unas imágenes en televisión―, puedan contarte lo que sucedió, tengas acceso a la realidad y puedas formarte una opinión. Para todo ―y para mucho más―sirve la policía. Creo, sinceramente, que nadie se da cuenta de la gravedad de los hechos.
Esos descerebrados indecentes, asesinos en potencia ―o de facto de no mediar el casco del uniforme―, deben pasar un ratito a la sombra, sí, un par de añitos o tres, o cuatro, y que con esos “cojones” que les caracterizan detrás de un pasamontañas, traten de implantar su ideología antisistema en una cárcel, donde un macarra profesional les enseñará las normas sociales e inamovibles del trullo. Y, si es menester, los pongan mirando a Cuenca montando en globo. A ver si entonces hay tantos cojones para hacerles frente… o se van a amparar en la policía para que les salve su, hasta ese momento, inmaculado culo.


domingo, 23 de marzo de 2014

Suárez: adiós al último grande

Sólo se me ocurren frases manidas para comenzar a hablar de Adolfo Suárez. Y es lo que tiene la muerte, que te abotarga la imaginación y la lengua. Así que empezaré diciendo que pensaba en él y en su enfermedad cuando, por sentido de gratitud, me dispuse a escribir sendos artículos para Manuel Fraga y Santiago Carrillo momentos después de sus respectivos fallecimientos. Ambos habían contribuido a crear el clima propicio para que España pasara de un régimen dictatorial a una democracia plena. Pero el verdadero artífice de que se llegara a buen puerto y que el resultado fuera auténtico, sin sucedáneos ni aditivos, fue Adolfo Suárez. Y lo hizo de forma elegante, limpia, inteligente, comprometida, buscando el consenso y jugando una partida de ajedrez con todas las fuerzas políticas en la que el pueblo fue quien ganó. Por supuesto, S.M. el Rey don Juan Carlos también tiene buena parte del mérito, elegir al mejor y confiar en él. Pero el que se batió el cobre en aquellos momentos inestables y difíciles fue Adolfo Suárez.

Los dos arífices de la Transición: les debemos mucho aunque a muchos les flaquee la memoria a la hora de reconocerlo.

Desde que se le diagnóstico esta terrible enfermedad me he visto aún más unido a él. Santo de mi devoción por eso de que todos los extremos son malos y en el centro está la virtud, este gran hombre era recto ante las adversidades, inteligente ante los retos, simpático y leal con los amigos y, sobre todo, con su país. Eso decía mi madre, que también murió de Alzheimer y ya va para 17 años. De ahí que no sólo me haya interesado por él cuando su nombre volvía a escena, sino que, agradecido y con ganas de aprender más y más, he visionado unas cuantas veces la serie de TVE “La Transición”, donde a través del relato de la periodista Victoria Prego, te haces una idea muy acertada del encaje de bolillos que tuvo que hacer Suárez para llevar adelante la misión que le habían encomendado. Era como tratar de desactivar una bomba nuclear utilizando guantes de boxeo. Al principio nadie daba una peseta por él. Pero, gracias a su sentido del deber, de la obligación y de la dignidad, pudo.

     Cuando muere una persona que no ha hecho nada de reconocido mérito en la vida, siempre se habla de ella como ser humano. Se menta el verbo ser pero no el verbo hacer. “Fulanito era…” frente a “fulanito hizo…”, seguramente porque no hizo nada. Con Suárez no hay más remedio que rendirse a la evidencia y decir que, no solamente “era”, sino que efectivamente “hizo”: lucho por su país y por conseguir que el que ahora les escribe desde este humilde blog lo haga libremente, sin presiones, ataduras ni órdenes o alabanzas teledirigidas. Suárez fue un político con mayúsculas, un estadista puro, alguien que se debía a su país y que, cuando vio que era más perjudicial que beneficioso, se bajó en marcha para no detener el paso y dejar su puesto a otros. Hay tanto que agradecerle que espero que la capilla ardiente quede varios días abierta al público, porque habrá gentes de toda España que quieran venir a Madrid a despedirse de él.

     Lástima que en estos años no hayamos aprendido nada de lo que él nos dejó. Junto con Carrillo y Fraga escenificaron lo que se trata sin duda de un acto conjunto y desinteresado de servicio a la nación, y no lo que hacen la inmensa mayoría de los actuales políticos, un paripé para propia vanagloria y consumo partidista. Espero que las nuevas generaciones aprendan mucho en todos los especiales que va a haber sobre Suárez en las televisiones, Y sobre todo, de mi generación depende hacerles comprender a los jóvenes de hoy (nuestro futuro mañana) lo él que hizo, es decir, cómo se tienen que hacer las cosas con dignidad.

     Descanse en paz.