Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


martes, 22 de diciembre de 2015

La Navidad del calcetín

¡Hoy empieza la Navidad! Es oficial y se cumplen todos los requisitos indispensables para su instauración: el sorteo de la lotería, las vacaciones de los escolares, los adornos, los anuncios en televisión, los deseos de paz, de amor… Efectivamente, todos sabemos cuándo empieza la Navidad, pero ninguno sabemos cuándo acaba. O quizá lo sabemos demasiado bien. Voy a reflexionar, y para facilitarme las cosas voy a centrarme en el mismo día 25 de diciembre y no en toda la parafernalia barroca que adorna días anteriores y posteriores.
A ver… La Navidad es una fiesta exclusivamente religiosa. Ya, para los que no creen en nada, ni siquiera en ellos mismos, es una buena excusa para reunirse, comer, beber y regalar algún detalle a quien sea, incluso para autoregalarse en plan homenaje. Pero lo que se celebra el nacimiento de Jesús… y nada más. Por eso es una fiesta religiosa en la que todo vale porque es Navidad. Es como la pescadilla que se muerde la cola pero no importa porque, total, se trata de un solo día al año. El resto de jornadas tenemos bula para hacer lo que se nos pinte, carta blanca, patente de corso.
Es decir, que en Navidad nos basta, ya no con un día, sino con unas pocas horas durante ese día para: poner buena cara al cuñado de turno (el resto del año podemos putearlo hasta la saciedad porque no es Navidad); dejar el genio de lado (nos quedan 364 días de poder gritar e insultar a quien nos dé la gana –incluido el cuñado- porque no es Navidad); agradar y ayudar a los compañeros de trabajo (disponemos de doce meses menos un día  para torturarlos de forma cruel y desconsiderada); dar alguna limosna (hasta el año que viene podemos gastarlo en cañas, tabaco y alcohol porque no es Navidad); pensar en indigentes, refugiados, muertos propios y ajenos, enfermos, desahuciados mobiliarios y vitales (porque hasta la Navidad que viene no pienso en nadie más y el resto de desgracias las veo en la tele mientras me rasco la entrepierna calentito en el sofá).

Hay cosas que en Navidad apestan aún más que el resto del año, por ejemplo, la hipocresía.

Pues bien, esta mañana me he levantado guerrero y se me ha ocurrido que a esta Navidad le voy a dar la vuelta como a un calcetín. Con todos los defectos que tengo (la lista es casi interminable), dado mi carácter simple y llano me paso la mayor parte del año poniendo buena cara a esos que no me caen tan bien, tratando de repartir algo de alegría en la medida de lo posible sin importarme los destinatarios, o soltando algún que otro euro para acciones sociales (que son muchos menos de los que se piensa porque soy bastante tacaño)… Y luego, ¡Ay tonto de mí!, llega el día de Navidad y, por decreto ley, se me exige que también ese día haga lo mismo. No es justo que yo cargue los 365 días del año y el resto sólo con 1 (ya sé que este ejemplo es una exageración pero llevándolo al extremo es como la gente me entiende). Así que he decidido que el día de Navidad es para mí un día más, un día cualquiera, un día en el que puedo hacer exactamente lo mismo que hago durante el resto del año, lo mismo que hace el resto de los mortales cuando no es Navidad (y repito que es una exageración).
Así que el día de Navidad no voy a poner mala cara, ni voy dejar de dar limosna, ni voy a fastidiar a nadie, ni todo eso que acostumbramos a hacer 364 días al año, pero ¡por favor!, permítanme que en Navidad haga lo que se me pinte ese día porque sólo es un día más, que lo pase como a mí me dé la gana (siempre y cuando no invada la libertad y arruine la alegría del prójimo). Así que si el 25 me levanto con poco humor y no tengo sonrisa, si quiero comer una hamburguesa, o ver una película porno, o jugar al póker, fumar hierba y leer poesía satánica porque me apetece y me hace feliz, que nadie me interrumpa ni me critique. Me da igual que sea Navidad. Usted lo hace el 24 de marzo y el 16 de julio y nadie le mira mal.

Y si no piensa como yo, le voy a dar una razón inapelable para que me comprenda y me dé su permiso: ¿no piensa usted que es la Navidad el día en el que se reparte amor y comprensión a espuertas, sin condiciones ni premisas, a cascoporro, sin medida? Pues sea coherente. Si yo no le molesto, por favor, déjeme en paz, que para mí la Navidad lo es casi todo el año y no por eso voy tocando los webos a los demás. Gracias de todo corazón y váyase a pelar un langostino, que pasan lista.


martes, 15 de diciembre de 2015

¿Te descubro cuál es el voto útil?



Me ha bastado un resumen en las noticias para saber que ayer hice muy bien en no ver el debate entre Rajoy y Sánchez. Creo que lo único que hicieron bien fue demostrar a los inteligentes de este país que se ha terminado un ciclo, que sus discursos de sus partidos están acabados, que transmitir miedo ya no asusta, que las nuevas generaciones de españoles quieren algo más, quieren dejar atrás el pasado y mirar hacia delante.

El debate de ayer sólo me sirvio para saber que no sirvió para nada.

 También ayer leí la intención de voto por edades en un diario, y era muy demostrativa. Únicamente en el arco de votantes de 65 años para arriba ganaban los dos de siempre. En el resto, es decir, de 65 para abajo, apenas estos dos cogían un puñado de votos y quedaban siempre en última o penúltima posición. En cualquier caso, éste comienza ya a ser un país de viejos, y por eso todavía se sostienen ahí arriba... más o menos.
No voy a pedir el voto para nadie, válgame el cielo, pero sí me gustaría comentar la reflexión que llevo haciendo un tiempo sobre la política en este país, un tiempo largo, vaya, que no es de ayer ni de antes de ayer. Y es que la política, lejos de interesarme demasiado, en verdad ahora me tiene preocupado, y no sólo por la corrupción ni por el acceso a instituciones de incompetentes e indocumentados, sino por las pocas ganas que tienen los dos principales partidos políticos (hasta este domingo) de no hacer ni el webo por remediarlo.
Está claro que sufrimos una dictadura de 40 años y ahora hemos corrompido 40 años de democracia. Hace falta abrir las ventanas y ventilar, dejarnos de azules y rojos, dejarnos de inercias de voto, dejarnos de sentimentalismos. Los que tenemos hijos debemos ser conscientes de que si esto no evoluciona las próximas generaciones lo van a tener muy complicado, máxime cuando ellas ya no piensan en pasado, no lo entiende ni ganas que tienen. Para ellas la Guerra Civil sólo sale en los libros de historia, Franco es tipo muerto e ignoran qué fue la Transición. Es hora de que todo eso pasen a ser temas de una asignatura en el colegio y hagan oídos sordos a lo que sus padres y, sobre todo, sus abuelos, les siguen inculcando, seguramente sin intención (o con mucha, que ya no sé qué pensar). Los jóvenes tienen que votar a aquel partido que coincida con sus ideas, "con las suyas" y no con las de sus mayores. Deben pensar por sí mismos, y para eso es preciso una buena educación para que puedan elegir libremente, sin coacciones mentales (¿por qué siempre mis reflexiones me conducen al mismo sitio?).
El domingo nos jugamos mucho, pero mucho más de lo que la gente cree, porque estamos en un momento en el que contamos con el impulso necesario para reformar lo que nadie ha querido tocar durante 40 años de dictadura democrática. Hay que pegarle un buen meneo al país, pero un meneo en condiciones, el mismo meneo que están sufriendo los olivos ahora en época de cosecha. PP y PSOE tienen a sus jubilados y sus retrógrados que son masa (cada vez menos) y les van a subir otra vez a las primeras posiciones, pero España se merece (y mucho) que salgan alternativas con ganas de poner en cuestión el sistema actual, básicamente porque creo que es muy necesario, casi crítico. Por eso partidos como Ciudadanos y Podemos deben crecer hasta agarrarse al cuello de estos dos fósiles. Si esto ocurre, surgirán entonces dos alternativas: que los dos antiguos partidos hagan purga y se renueven (pero una renovación en serio), o que se pudran lentamente y desaparezcan, cosa que tampoco es buena porque debe haber espacio para todos los pensamientos.
En fin, que el mejor voto útil esta vez creo que es hacerlo en conciencia a quien creamos que se acerca más a nuestra forma de pensar, y así al menos estaremos contentos con nosotros mismos y con nuestra conciencia. Ya no vale el miedo a que vengan los rojos o los fachas. Ahora es tiempo de estar ilusionados en esperar que todo esto sea cosa del pasado y tratemos de conseguir calidad política en nuestro país. Si no es así, mejor será que pensemos en seguir de esta manera otros 40 años, que junto a los de Franco y a los de ahora se nos va a ir la broma a siglo y pico de tontería.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

7D, El debate que yo vi

Llevaba días negándome a ver el debate y dedicar así mi escaso tiempo a otros menesteres más productivos (tales como escribir o jugar a la Play Station), pero al final me pudo la curiosidad y me conecté a la televisión como otros 9 millones de telespectadores. La verdad es que, lo admito, me divirtió tanto la forma como el fondo del asunto, vamos, que se me pasó como una centella. Tan entretenido estuvo que procedo a diseccionar lo que me pareció personaje a personaje, que no candidato a candidato porque hubo uno que, como yo, se lo tragó sentado en el sofá.

Pablo Iglesias abogó por los currantes que se levantan a las 6 de la mañana y las amas de casa que curran 15 horas al día. Pues yo hago esas dos cosas (y alguna más) y ni me siento víctima ni creo que sea como para montar el pollo revolucionario que él quiere montar....
 A Pedro Sánchez le bautizaron apenas terminó el evento como el gran perdedor. No sé si ponerlo en duda, pero hubo una cosa que sí me gustó de él, y fue su desparpajo a la hora de querer entablar debate cara a cara con quien fuera de los otros tres, aunque lo hiciera como si estuviera en un bar y necesitara que alguien le invitara a una caña para charlar. Eso muestra ganas y confianza, y me parece correcto, incluso conveniente, pero si su discurso hubiera sido un poquito más variado habría ganado algo más que críticas. Creo que, al igual que le ocurre al otro gran partido, sus propósitos y objeciones no han cambiado nada desde hace 40 años. Predecible y aburrido, disco rayado.

Pablo Iglesias era a priori el mejor orador de todos y el que, en el “cara a cara” o en el “todos para uno y uno para todos”, tenía que haber sobresalido. Y en eso estuvo en su línea, suelto y mostrando confianza, incluso cierta soberbia con el “tranquilo Pedro” y “tranquilo Albert”. En otra situación le hubiera ido de perlas porque el hombre se mueve con la palabra como pez en el agua, pero como cambia de criterio cada quince minutos no se sabía ni su propia lección y fue quedándose en evidencia él solito sin ayuda de nadie. Lo que sí hizo estupendamente (y lo digo sin eufemismos) fue movilizar a sus bases, votantes y simpatizantes para arrasar en las redes sociales, y vaya sí lo hizo.

Albert Rivera todavía sigue buscando la lagartija que se le había colado dentro del traje porque no paró quieto ni un segundo en la primera parte del debate. Le podían los nervios y la ansiedad por seguir rascando votos a derecha e izquierda, y eso jugó en su contra. Se atropellaba tanto que no llegaba casi ni a explicarse, cuando la cercanía y sus maneras sencillas y llanas son el punto fuerte de su poder de comunicación. En la segunda y tercera parte del debate pudo controlar al reptil que le hacía cosquillas y se serenó bastante, aunque las palabras no llegaron a fluir como nos tiene acostumbrados. De todas formas, se le notaba más cómodo pudiendo lanzar pullas en todas direcciones, eso sí, con cierta elegancia y sobradas de sarcasmo. Para mí, perdió una oportunidad de oro para haber rascado más, vaya, con azada.

Y Soraya Sáenz de Santamaría estuvo en su papel de cerebro indiscutible de su partido, la más lista de la clase, con inteligencia y determinación, firmeza y valentía. Es lo que te da una cabeza privilegiada y experiencia como portavoz. Se presentó con los deberes hechos, la lección aprendida y un argumentario preparado para las más que previsibles objeciones que le iban a soltar sus compañeros de debate. Seria, eficaz y, eso sí, muy nerviosa al principio, que se le adivinaba haciendo memoria para responder correctamente, vamos, que no fue ella misma hasta que le calentaron el trasero con la corrupción, y entonces se desató. En cualquier caso, sus propuestas, al igual que ocurrió con pedro Sánchez, son las mismas que su partido lleva haciendo desde la transición.

Por resumir un poco, la novedad estuvo en que el debate fue entre cuatro y no entre dos, que uno de ellos ni siquiera era candidato, que los dos de siempre no mostraron nada nuevo bajo el sol, y que los dos nuevos están todavía muy tiernos, uno por oportunista y veleta (con el plumero al aire), y otro por ansioso, cuando todos sabemos que la paciencia es una gran virtud y la gente sólo se fía a medio plazo. Sea como fuere, creo que el debate más que aclarar, confirmó votos ya decididos. En fin, que como experiencia televisiva estuvo bien. Lo mejor fueron los periodistas Vicente Vallés y Ana Pastor; el primero bregado en mil batallas supo imponer sus reglas de manera elegante pero firme; a la segunda le faltó su habitual punch, pero también hay que tener en cuenta que el lunes no fue periodista sino moderadora.