Nos quejábamos
de 2020. Estábamos deseando que terminara el año porque el futuro era
alentador, al menos en lo que a la ciencia se refiere. Se producían vacunas e iban a estar disponibles para todos. El 2021 no ha sido peor pero tampoco mucho mejor.
Eso sí, ha sido bastante productivo, al menos para mí. Porque este año me ha
servido para reflexionar sobre un buen puñado de cosas que, lejos de animarme,
me han sumido en una honda preocupación y, en ocasiones, en un tremendo cabreo.
Lo del Covid comienza
a ser aburrido pero, ante todo, homérico. La aparición del virus en el planeta,
natural o prefabricado, ha sacado nuestras vergüenzas al aire a nivel mundial.
Primero: la ciencia sirve para algo, entre otras cosas para salvarnos la vida.
Los científicos que, hasta hace poco, eran tipos aburridos que nadie sabía lo
que hacían, han demostrado que en poco más de cuarenta días desde la
declaración de la pandemia ya tenían una vacuna preparada aunque luego tuvieron
que seguir los protocolos para certificar que eran seguras. Pero ahí están, y
les debemos mucho. A ver cómo les pagamos ahora su sabiduría, su esfuerzo, su
ingenio y sus miles de horas de estudio. Si tienes un amigo científico, al
menos dale las gracias e invítale a una caña. Lo merece.
También este
2021 nos ha enseñado que todo eso de la globalización de momento es un poco
fiasco. Sí, ha servido para demostrar que un bicho se puede extender por todo
el planeta en cuestión de pocas horas y que puedes enterarte del contagio
masivo por Internet desde cualquier punto del globo. Pero nada más. A la hora
de globalizar, Estados Unidos hizo acopio de su vacuna para ellos solitos. El
Reino Unido hizo otro tanto de lo mismo. China y Rusia no le fueron a la zaga. La
Unión Europea no sabía por dónde le venían los timos y las bofetadas. Tanta Unión,
tanta lata con que somos uno y así somos más fuertes… Pues no, de momento queda
mucho camino, y ahora sin la jefa Merkel nos van a dar de lo lindo.
También la
globalización y la pandemia nos han enseñado que el planeta sigue roto entre
ricos y pobres, y que los ricos tendemos al déficit neuronal y cultural, y que
los pobres continúan siendo conformistas, dóciles y resignados. Los primeros
porque nos hemos vacunado y creíamos que con eso se terminaba el problema,
cuando los científicos nos decían que, si no se vacunaba a las ocho mil y pico millones
de almas que hay en la Tierra, le dábamos alas al virus para mutar. Y a los
oídos sordos de los más listos le salió el ómicron y hemos vuelto a la casilla
de salida. Como dice el dicho, o jugamos todos o se rompe la baraja. Y vaya si
se ha roto. La estupidez de los ricos no va a terminar con la vida de los
pobres (mucho más fuertes porque a la fuerza ahorcan), sino con la de los propios
ricos, faltos de generosidad y neuronas. Si hay suerte y ganas, sobre todo
ganas, en 2022 podríamos generar una vacuna que se repartiera por el planeta de
manera que pudiéramos evitar otra mutación masiva. ¿Será posible? Pues yo creo
que no.
En relación a
los negacionistas y anti-vacunas, estos gilipollas son los que más gracia me
hacen. Porque ha sido pedir el certificado de vacunación hasta para comprar
klinex y la mayoría han dejado la pereza y sus principios en el cubo de la basura
y, ¡hale!, a pincharse. Eso sí, estoy orgulloso de este país. España está a la
cabeza de los vacunados. ¿Increíble? No tanto, porque también vamos a la cabeza en
bares por habitante, y en borrachos alemanes y británicos por metro cuadrado.
Esa es la razón por la que nos hemos pinchado en masa. Eso sí, el tramo de personas entre los 20 y los 40 años ha sido el más remolón porque para todo, menos para gastar dinero y follar,
siempre es el momento en la vida en la que somos más vagos.
También parecía
que, durante 2020, la pandemia atenuaba otras cuestiones menores que nunca
debieron ni siquiera tratarse. Pero era un espejismo porque Putin ha vuelto por
sus fueros a tocar los webos a Europa; Maduro resulta que sigue vivo y con
ganas de alborotar; China se ha entretenido en fabricar un misil hipersónico para
demostrar que son asiáticos pero la tienen bien larga, y la mitad de los
catalanes (o menos de la mitad) han vuelto a los titulares de las noticias.
Marruecos también se aburre. Y las eléctricas. Y el IPC se cansa de estar
tumbado y se levanta casi 6 puntos. Lo de la pandemia iba a salir en los libros
de Historia, pero creo que va a ser un capítulo dentro de un tema mucho más
amplio y escabroso. Ojalá me equivoque y no pase de reseña.
Y lo peor de
todo esto es que nadie hace nada por remediarlo (menos los científicos, que
esos sí que se lo curran aunque su trabajo es explotado por las farmacéuticas,
a las que les importa un carajo todo lo escrito hasta ahora).
Todo esto no es
para echarse a llorar, sino para buscarse otro planeta para vivir, otras
páginas de un libro de Historia donde instalarse, una isla desierta, un pisito
en un bloque vacío, una casa aislada en la España vacía (o vaciada, o en
proceso de vaciado…). Porque si tenemos
fe en el Ser Humano, vamos a tener que cambiar seriamente la forma de elegir a
los que nos mangonean por otros que realmente gestionen el planeta. Tenemos que
huir de caras guapas y palabras que queremos escuchar. Tenemos que dejarnos de
impulsos, ideas, ideales y gilipolleces, ser prácticos, sacrificados, generosos
y globales, porque la aldea donde vivimos comienza a nuestra derecha, da la
vuelta al planeta y termina a nuestra izquierda. Lo que ocurra en la otra punta
también nos va a afectar. Que no, lector, que no voy de "progre" enarbolando la
bandera de cualquier ONG; que voy de tomar conciencia, de quitar pañitos
calientes, que aquí se ha puesto de moda cuestionar todo y habría que comenzar
por cuestionarse a uno mismo. Quizá esa sea la clave.
Sirva el
presente artículo (y único en este año) como ese resumen que hago cada diciembre
sobre los últimos doce meses. Lo que no me atrevo es a vaticinar nada, porque
si escribo lo que pienso, lo mismo el año que viene han cambiado tanto las
cosas que no tenemos ni ocasión para hacerlo.
En cualquier caso, feliz 2022.