Por supuesto que me emociono. ¡Como para no estarlo! Tengo la suerte de estar viviendo un momento histórico y lo aprecio. Sé que hay personas que han pasado por esta vida sin ver a la selección española en lo más alto del pódium y, además, haciéndolo con autoridad, con una descarada, incontestable y soberbia autoridad, con el planeta rindiéndose a sus pies, a los pies de Iniesta, de Xavi, de Silva o de Xavi Alonso, o a las manos de Casillas, que no sólo sabe parar balones sino también levantar copas, que empieza a ser una sana costumbre. Hay que estar muy orgullosos de una selección que se acopla como un verdadero equipo, y mucho más de un seleccionador que consigue que futbolistas del Real Madrid, Barça, Bilbao, Manchester… sean una piña y olviden sus orígenes y su historia de club.

Ayer hicimos justicia con nuestra selección, con el resultado, con ganarle a Italia poniéndola en su sitio, con la Merkel, que ya puede ir dando gracias al cielo que Alemania no pasara a la final porque, de haberlo hecho, la trinca España en la final y le habría hecho media docena sin despeinarse.
La pena es que toda Europa, a excepción de Italia, debe estar pensando que ya que nos morimos de hambre, al menos tengamos de vez en cuando una alegría. Y yo les comprendo y casi me uno a sus pensamientos, porque está claro que en fútbol, a día de hoy, no nos tose nadie, pero en lo que a economía se refiere, nos han echado en primera ronda o, lo que es aún peor, sin clasificarnos para la fase final. Al menos, mal de muchos es consuelo de tontos: Italia está como nosotros, o aún peor, que tiene cuatro chicharros colgando de sus perendengues.
Disfrutemos el momento, que este tipo de alegrías se dan de muy tarde en tarde, y mañana volveremos a mirar al país con los webos en la mano. ¡Ave, selección! ¡Los que van a morir, te saludan!
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