Y lo hago con
forma de pregunta, no de afirmación. Ahora que la Reina de Holanda se ha
jubilado nos hemos apuntado al carro del entretenimiento nacional, el cotilleo,
el cruce de opiniones y de ideas, y ya que los vecinos remodelan su casa, nos
planteamos qué hacer con la nuestra.
Porque, al fin y
al cabo, abdicar supone, en nuestro caso (y en todos), quitar a un rey y poner
a otro. O sea, que la cosa no cambia, o cambia poco. S.A.R. el príncipe Felipe,
por lo que dicen, acaba de superar en popularidad a su padre, lo cual está muy
bien si hay que hacer una sustitución y sacarle del banquillo a que pegue
cuatro patadas, como cuando Pedrito en el Barça está cansado y sacan a Villa a
ver si mete un gol. Lo que ocurre es que desde hace un tiempo los goles se los
mete en propia meta la misma Casa Real, y la cosa ya suena a chufla (por no
decir a indignación). ¿Es el momento del cambio?
El rey don Juan Carlos
está un pelín de capa caída. Un tipo que, desde mi punto de vista, debutó en la
restaurada monarquía española de forma espectacular, que aún puesto en el trono
por un dictador se empeñó en darnos una democracia y además de forma consensuada,
pacífica, y con sitio, voz y voto para todos, la verdad, merece, no sólo
respeto sino admiración y gratitud. Cierto es que, como todo hijo de vecino, ha
metido la pata alguna vez, pero ha tenido los arrestos suficientes para, en
directo y por televisión, admitir en público sus equivocaciones y pedir perdón,
cosa de la que muy pocos pueden alardear.
Por distintas razones, ambos dos, padre e hijo, no me estraña que los tengan de corbata. |
Ahora, a sus 75
años, quizá sea el momento de ceder el puesto a otros y dejar la imagen
personal bien alta, como hacen los deportistas cuando cuelgan las botas o los
toreros cuando se cortan la coleta, que los buenos, los inteligentes, los
listos, practican allá cuando ven que no hay solución de continuidad en sus
carreras, que seguir un poco más les condena a equipos de segunda división o a
plazas de tercera. Así que, por mi parte, sería una buena decisión correr turno
y dejar el “embolao” a su hijo, que es joven, bien preparado, y con fuerzas
para lidiar con el desastre que se cierne sobre la familia gracias a tipejos
como Urdangarín. Al fin y al cabo, papá siempre estará ahí para asesorar, incluso
para figurar en algún acto, que la imagen vale mucho y bien utilizada no está
mal.
Y si alguien
quiere aprovechar el momento para abrir un debate sobre reinado o república,
que lo plantee, que para eso estamos, que los Borbones están ahí por designación
divina (y del tío Paco) y que la Jefatura del Estado, en una democracia, bien puede estar
representada por cualquiera de los españoles, pero que también admitan que
llegar hasta ahí no llega cualquiera, que nos tiene que dar un poco igual quien
la ostente mientras sea digno y lo haga, no bien, sino de puta madre, que hoy en día es mejor casi malo conocido que bueno por conocer
(¿verdad, señor Bárcenas? ―por ejemplo―), y que la tradición en un país es
mucho más importante de lo que creemos, y si no, echemos una miradita al Reino
Unido, que nadie concibe una Inglaterra sin reina.
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