La
noticia saltó ayer y, tras meditarla unos minutos, terminó por dejarme
frío. Cierto es que al principio me inundó una alegría tintada de
altruismo, una especie de esperanza y fe renovadas en el ser humano. Y
es que cuando me enteré de
que hay un país como India dispuesta a hacer la guerra por su cuenta en
favor de los más desfavorecidos, pensé que todavía había gente con
verdaderas ganas y el poder suficiente como para hacer cosas por los
demás.
Resulta
que hay un medicamento para el tratamiento de la leucemia que cuesta
unos 2.000 € la cajita de no sé cuántas pastillas, cajita y pastillas
que sólo te dan para un mes. El laboratorio de turno lógicamente hace
buenos dineros con
la venta de dicho medicamento entre otras cosas porque la leucemia no
se cura en un día, ni en un mes, ni siquiera en un año. La cuestión es
que cuando el laboratorio ha ido a
renovar la patente en India después de veinte años de vigencia, se ha encontrado con la negativa de su Gobierno. Y es que ese medicamento
resulta que ya no es un nuevo medicamento, que
lo que ha hecho el laboratorio ni siquiera se le puede llamar evolución o mejora de producto, vamos, que
lo único a lo que se ha limitado ha sido a un simple cambio de empaquetado y poco más. Y eso, según el Gobierno de India (y el sentido común)
no merece una nueva patente. Así que, a partir de ahora,
sin la patente ya vigente, los laboratorios indios pueden fabricar este medicamento
contra la leucemia a un precio exactamente diez veces menor que su
precio original, es decir, a 200 euritos la caja. Así que, al que
le faltaban 2.000 euros al mes para mantenerse sano y vivo, ahora por
200 lo tiene mucho más fácil. Si en España eso ya nos supone un
desahogo, imagínense en países del Tercer Mundo.
Y
es que, para no quedarse cortos ni dejar esto en una simple anécdota,
los laboratorios indios ya se encargan desde hace mucho tiempo de
fabricar, por ejemplo, retrovirales para el SIDA a un precio 90 veces
menor que en Occidente y repartirlo
por todo el mundo, sobre todo por el subdesarrollado, que es donde ni
hay medios, ni dinero, ni nada de nada.
La labor es sin duda, encomiable. Los hombrecillos y mujercillas de a pie
estamos viendo cómo en
Occidente, de repente, hay un país asiático que le planta cara al
dólar y al euro en pro de los más necesitados. Y eso nos conmueve y
casi casi nos llena de orgullo como seres humanos. Y además a mí me da
por pensar que
en la mierda de planeta que vivimos no está todo perdido, porque además parece que
en la decisión de India no hay gato
encerrado, que lo hace porque sí, porque le da la gana y porque está
harta de que haya laboratorios que abusen de la vida y de la muerte.
Como
era de esperar, el laboratorio en cuestión, y algunos otros con
semejante poder (llámense por ejemplo Bayer, Pfizer, Lilly…) se hacen
cruces y se quejan de que sus patentes no valgan nada en manos del
Gobierno Indio, y con cierta lógica,
avisan de que si se quedan sin patentes, no tendrán ingresos y se
quedarán sin dinero con el que seguir investigando y salvando vidas.
A
primera vista, como decía, sus lamentos tienen razón de ser, pero sólo
hasta que te planteas la cuestión con más profundidad. Y es que, si nos
damos cuenta, India no ha negado una patente de un medicamente
innovador, sino sólo de uno
al que habían cambiado el envase y el colorante pasando de ser pastillas verdes a amarillas.
Y a eso yo le llamo fraude por parte del laboratorio. De hecho,
el país asiático ha dicho que premiará la innovación y la novedad, pero
no el marketing. Además, por otra parte (y esto ya es cosecha mía), que
le hayan negado la patente en un país no quiere decir que se la hayan
vetado en el resto, lo que significa
que el laboratorio de marras puede seguir haciendo caja otros veinte
años a costa de la salud del primer mundo. Así que los llantos no son
para tanto.
Lo
que ocurre es que los laboratorios se ven venir un futuro negro, donde
países que no se rinden a la actividad económica más mundana comiencen a
pensar en otro color. Porque, por este hecho tan traumático
de reinventarse o morir, ya han pasado industrias como la del cine, de la música, y ahora, por ejemplo, se encuentra
en plena metamorfosis el mundo de la literatura,
de la banca, el nuevo orden financiero… El planeta está cambiando, y lo hace rápidamente, más de lo que dan
de sí nuestros pies y nuestro
entendimiento. Algo se está cociendo desde hace tiempo y no sabemos qué
es ni su alcance. Cambian los modelos de negocio, las políticas, los
dineros, las personas… Y ahora, mucho me temo que le
ha llegado el turno a esos conglomerados multinacionales omnipotentes
llamados laboratorios. Con tanta tela como manejan, sabrán adaptarse al
nuevo orden social que se está fraguando en el planeta y al que sólo la
Historia pondrá nombre y consecuencias. Así
que no hay que tener miedo, señores de los laboratorios:
estoy absolutamente seguro de que sabrán adaptarse y lo harán
muy bien, como su colegas del cine o la música, y además seguro que sabrán
utilizar muchísimo mejor el dinero que ganan empleándolo sobre todo en
investigación, y no en cruceros alrededor del mundo para médicos que
gastan lo que ustedes les piden que gasten, o
para sus amigos políticos, que esos gastan aún mucho más al ser dinero ajeno.
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