¡Tócate las narices! ¿Qué se puede pensar de
varias docenas de asociaciones que organizan una marcha por la dignidad y luego
son incapaces de desmarcarse de dos centenares de hijos de puta que se dedican
a querer matar policías? Faltos de reflejos, han tardado en condenar a los
violentos. Algunas, ni siquiera lo han hecho pasado tres días. ¿Dignidad? Permítanme
al menos el beneficio de la duda.
Una sociedad que permite o se dedica a matar policías
―o mira para otro lado―, es una sociedad enferma de muerte. La policía es la
garante del Estado de Derecho. Cuando alguien nos roba, nos pega, nos insulta,
nos amenaza, nos engaña, llamamos a la policía para que ponga al interfecto
bajo el peso de la Ley. Si nos dedicamos a cargarnos policías ―inlcuso cuando únicamente
se tenga la intención―, estamos tirando por tierra nuestra propia seguridad. Nos
equiparamos a terroristas y asesinos. Y esos dirigentes populistas que son
capaces de excusar cualquier acción en nombre del pueblo y de sus derechos,
atentan directamente contra el primero de todos: la libertad. Porque la policía
es la garante de nuestra libertas. Sin policía se produce el caos, la sociedad
se resquebraja y terminamos siendo una república bananera ―cosa de la que, por
cierto, estamos cerca aunque por otros motivos, por ejemplo, este tipo de asociaciones
sin principios, asociaciones populistas “maduristas” chavistas” de todo a cien―.
Si encima, estos tuercebotas, ineptos, incultos, necios, bobos de baba, piden
la puesta en libertad de aquellos que, con premeditación, alevosía, nocturnidad
y organizados como bandoleros, han tratado de partirle el cráneo a un agente
con adoquín de tres kilos de hormigón, sólo merecen que les hagan los mismo en
los dientes, a ver si les hace tanta gracia y, jajaja…, ¡qué gracia!, llaman a
la policía.
Está claro que en Madrid el pasado domingo no fue
el mejor día de los antidisturbios, pero eso no quiere decir que se haya
levantado la veda de matar policías. Lo que pretenden esos hijos de puta es que
una noche a un gente se le vaya la cabeza inundada de miedo y de pánico,
desenfunde la pistola y se produzca una tragedia. Y entonces, claro, la culpa
será de la policía. Tengamos en cuenta de que bajo ese uniforme hay personas
normales que velan por nuestra seguridad, sí, por la tuya y por la mía, por la
de tu madre, para que vaya a una manifestación, grite lo que le pida el cuerpo
y vuelva a casa sana y salva; para que a tu hijo, que va ajeno a todo sentado
en un carrito, no le caiga un adoquín en el cráneo que iba dirigido a un policía,
para que tu novia ―o novio― pueda seguir queriéndote por la noche cuando
llegues a casa…, para que los periodistas ―a uno de ellos le abrieron la cabeza
el domingo como vi en unas imágenes en televisión―, puedan contarte lo que sucedió,
tengas acceso a la realidad y puedas formarte una opinión. Para todo ―y para
mucho más―sirve la policía. Creo, sinceramente, que nadie se da cuenta de la
gravedad de los hechos.
Esos descerebrados indecentes, asesinos en
potencia ―o de facto de no mediar el casco del uniforme―, deben pasar un ratito
a la sombra, sí, un par de añitos o tres, o cuatro, y que con esos “cojones”
que les caracterizan detrás de un pasamontañas, traten de implantar su ideología
antisistema en una cárcel, donde un macarra profesional les enseñará las normas
sociales e inamovibles del trullo. Y, si es menester, los pongan mirando a Cuenca
montando en globo. A ver si entonces hay tantos cojones para hacerles frente… o
se van a amparar en la policía para que les salve su, hasta ese momento, inmaculado
culo.
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