Javier
Reverte, en su libro “Los caminos perdidos de África”, viene a decir algo así
como que, después de semanas viajando por el mundo le echa un vistazo a un
periódico español allá donde esté, se da cuenta de que en Europa ya no pasa
nada lo suficientemente importante como para ser noticia.
Los que hemos tenido la oportunidad, el privilegio
y la gran suerte de viajar, sobre todo a países donde el acceso a la
información es muy restringido (ya sea por regímenes políticos poco
recomendables, circunstancias tecnológicas adversas o ambas cosas unidas),
seguramente suscribiremos palabra por palabra lo que dice Reverte. Yo acabo de
volver de Cuba después de un periplo gratificante por medio país y, cuando de
regreso a España me senté en mi casa a ver el primer telediario después de dos
semanas, me di cuenta de que todo era lo mismo que había dejado atrás a mi
partida. Apenas había cambiado nada y, lo peor: casi todo lo que se decía
carecía de importancia. Aunque ya lo sabía de antemano, me di cuenta entonces
de que los medios de comunicación nos envenenan y nos hacen adictos a la nada,
porque de toda la carnaza que nos sueltan a diario, la inmensa mayoría es
sintética, prefabricada, construida a propósito para generar en nosotros un
interés del que ya carecen la mayoría de las noticias que ofrecen. Realidad
inventada para vender.
Me da la impresión que los periódicos vienen en blanco. |
Lo único que rescato de todo lo que vi ese día (o
cualquier otro, ayer mismo; ya digo que el noventa y cinco por ciento no sirve)
es la crisis de Ucrania, y la cojo con pinzas, porque está claro que La Unión,
USA, Rusia y la propia Ucrania están regodeándose en el juego de las
apariencias ya que a ninguno de estos actores les conviene que estalle un
conflicto que no aportaría nada a nadie, además de recrear una crisis aún
latente.
Con semejante panorama, los motivos, incentivos o
excusas que a diario busco (y apenas encuentro) para seguir publicando en este
blog se hacen cada vez más escasas en lo que anoticias se refiere. Aunque trato
de nutrirme de la realidad de la calle, muchas veces, ante la falta de tiempo,
uno tira de las noticias que lee en la prensa, escucha en la radio o ve en la
televisión. Y se cansa de cabrearse, de denunciar lo obvio, de tratar de sacar
a la luz un poquito de sentido común. La política y la realidad social de este
país aburre, y no sólo a mí. Nos aburre a todos porque realmente aquí pasa muy
poco de importancia, apenas nada. El país, jodido o no, sigue ahí, debajo de
nuestros pies, a nuestro alrededor, entero, estable, con 6 millones de
desempleados, y seguiría igual con 16 o, como antes, sólo con 2.
Que nadie me lo explique: nos dicen que cae el
consumo (o que crece), que cae la confianza (o que sube), que la prima de
riesgo se dispara (o se encoje), que la pobreza de las familias españolas es
mayor que antes (o menor), que las preferentes no se devuelven (o sí), que no
sé qué, que no sé cuántos… pero hago memoria y, salvo mínimas diferencias, yo
sigo viendo lo mismo, restaurantes más o menos llenos, gente en el cine, gente
de vacaciones, carreteras llenas los días de diario y más los fines de semana,
el Carrefour, Mercadona y El Corte Inglés con compradores a cascoporro y carros
más o menos llenos… Lo único distinto es que por las calles se ven más
comercios cerrados.
Es innegable que ha habido cambios que se han
manifestado más o menos a nuestros ojos, pero el país sigue ahí porque la mitad
de la conciencia y del miedo que hemos tenido (y seguimos teniendo) a la crisis
nos ha venido vía parental a través de los medios de comunicación. En occidente
no pasa nada porque está prohibido que pase algo verdaderamente gordo (¿qué le
ha pasado a Grecia, a punto de quebrar, de salir de la Unión…? Nada). Lo único
grave que te cuenta a día de hoy un noticiario es que, por un descuido, puede
desatarse un conflicto en Ucrania. Punto. Y ésa es una sola noticia, una única
noticia dentro de las más de 100 que nos despachan a diario. Y Ucrania, igual
que Yugoslavia en los años noventa, nos pilla bien lejos.
¡Cuánta razón tiene esa gente que viaja y conoce
mundo! ¡Qué sabiduría acumula de ver lo que nadie ve y reflexionar sobre lo que
nadie reflexiona! El que se mira el ombligo siempre lo ve muy sucio o muy
limpio, según le convenga. El que mira el resto de ombligos, sabe que en el
suyo casi nunca pasa nada y, lo que ocurre, carece la mayoría de las veces de
la importancia que se le da.
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