A raíz de la
publicación de mi última novela (“Cruzar el río”, Ledoria 2015), uno de los
argumentos que estoy utilizando en las presentaciones para ilustrar la sinopsis
de su argumento es que el ser humano es capaz de lo mejor de y de lo peor, y si
bien la primera opción requiere grandes dosis de esfuerzo y constancia, la
segunda se consigue casi sin despeinarse.
En cualquier
caso, hay ocasiones en las que el ser humano imprime esa tenacidad en hacerlo
mal, y entonces el resultado puede llegar en algunos casos a ser sublime,
negativo pero sublime. Si no logran imaginarse un ejemplo, yo les pongo uno rápidamente
que les va a dar luz, porque es exactamente lo que lleva haciendo Rosa Díez
desde hace cuatro o cinco meses, suicidarse políticamente y, lo que es peor,
llevarse consigo las ilusiones de muchos de sus seguidores.
Los actos de
soberbia nunca son recomendables. La chulería, la prepotencia, el creerse por
encima de los demás y en posesión de la verdad absoluta mucho menos. No dejarse
aconsejar, ser la novia en la boda, la niña en el bautizo y la muerta en el
funeral ya no está de moda ni siquiera para un político. Y Rosa Díez parece que
se ha tomado en serio practicar todo lo que no se debe hacer. Parecía
inteligente, decidida, tenaz, una mujer brava, pero al final ha resultado una
política que ha olvidado que los cementerios estás llenos de valientes y de
tontos. ¡Qué pena…!
Es una lástima que alguien que dio un paso al frente ahora se haya pasado de frenada por ansias de figuración |
Una tipa
inteligente, como se le presuponía, tenía que haber dejado su ego a un lado y
haber hecho lo que han hecho en toda Europa dos partidos políticos como UPyD y
Ciudadanos, aliarse y formar un centro político con lo mejor de la derecha e
izquierda ultramoderada y así cobrar más fuerza, que mil millones de moscas no
se equivocan. Pero no, ella está por encima de todo. Y mira que el cóctel con
los de Albert Rivera iba a ser explosivo porque a las buenas ideas de éste
último se le iba a sumar la determinación de tocar los cojones de la otra (con
sus demandas contra la corrupción, con Bankia, contra toda la mierda que se
menea). Pero no lo ha visto porque la soberbia, entre otras cosas, provoca ceguera
(y sordera).
Señora Díez, ha
mordido usted el anzuelo de la soberbia, ese en el que acaban prendidos casi
todos los políticos antes de echarse a perder. Y al hacerlo se ha quedado usted
sorda, ciega y, dentro ya de muy poco, muda en el panorama político. Si hubiera
sido más humilde, más lista, más inteligente, se habría dejado de bayetitas
rosas para limpiar la corrupción (sí, que falta hace, que ahí no le quito razón)
y habría pactado con Ciudadanos, que es el detergente que a usted le hacía
falta. Y de haberlo hecho, ahora con
casi total seguridad estaría disputándole el puesto de tercera fuerza política en
Andalucía a Podemos. Pero resulta que dada su obcecación por ser la mesías de
la democracia pura está boqueando como un pez fuera del agua para tomar
oxígeno. Y lo peor es que sabe que está condenada a asfixiarse porque me da a
mí que Albert ya no la quiere a su lado ni pescándola con caña.
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