Érase una vez
una familia numerosa en que había dos docenas y pico de nietos. Los había ricos y pobres, pero los que más abundaban
eran esos que llegaban justitos a fin de mes a base de trabajar mucho y hacer
malabarismos con el dinero que tenían. Y como en toda familia que se precie,
los había listos, tontos, de derechas y de izquierdas, de centro, con ganas de
hacer cosas y vagos revagos, aunque la mayoría era currante y sacaba adelante
su vida y su familia de mejor o peor manera. Lo hacían con el sudor de su
frente y alguna que otra ayuda de sus mayores (que se la ofrecían a fondo perdido,
como si fuera subvenciones), incluso del banco cuando la cosa se ponía difícil
(y ésa sí tenían que devolverla y lo hacían porque eran cumplidores aunque les
supusiera mucho esfuerzo).
Murió la abuela
y todos tuvieron que hacer frente a la pobre herencia que les había dejado (un piso
ni muy grande ni muy pequeño en un barrio normalito). Antes de poder hincarle
el diente, arreglarlo y venderlo (la abuela se lo había dejado en un estado
penos, mucho más de lo que creían), debían pagar los impuestos que la ley
imponía para ser sus dueños legales y así proceder a su venta. La cuestión es
que, cuando los veintitantos nietos tuvieron que rascarse el bolsillo para
hacer frente a aquel imprevisto, hubo uno que dijo tener las arcas vacías,
justo aquel que parecía ser el nieto rico, el que siempre tenía el coche último
modelo, el más guapo, el que alardeaba de cultura y saber hacer, aquel que
siempre iba a su bola y al que nadie preocupaba porque era un tipo simpático con
problemas aparentemente minúsculos al ser un solterón empedernido que nunca
hablaba de hijos recién nacidos, ni adolescentes, ni de educación, ni de
mayores dependientes… Aquel día, el primo bobo se destapó con que no podía
pagar su cuota de impuestos para hacerse con el piso. Es más, comenzó a pedir
prestado al resto de primos porque en realidad había vivido muy por encima de
sus posibilidades falseando sus cuentas antes el banco y en la Hacienda
pública, y no tenía ni para comer. Y todos los primos, que eran una piña para
lo bueno y para lo malo, le dejaron dinero.
No contaron con
que el primo bobo era un manirroto, saldó algunas cuentas (las menos) y se
pulió el resto para seguir viviendo a cuerpo de rey, con su coche, su jamoncito
de jabugo, su piso en el mejor barrio de la ciudad, sus salidas nocturnas, sus
vacaciones caribeñas, sus puticlubs… Y como el dinero no le daba, volvió a
pedir dinero a sus primos, esta vez más que antes. Y dado que los primos eran
buena gente y la familia estaba por encima de todo, le dejaron más dinero que
la vez anterior confinado en su buen hacer.
Y el primo bobo
hizo algunos recortes (un poco menos de jamón, un poco menos de vacaciones, un poquito
menos de salidas…) pero continuó con su tren de vida. Y se lo gastó todo y
volvió a pedir dinero, más que antes, y su familia le volvió a dejar dinero con
sacrificio porque seguían a vueltas con el piso de la abuela. Pero esta vez le
pidió algún interés al primo bobo, además de solicitarle de forma amable que
comenzara a devolver lo que había pedido prestado anteriormente. También la
familia le aconsejó que además comenzara a controlar su vida porque así no se
iba a ninguna parte. Y el primo bobo dijo que él no podía pasar sin su
güisquito, ni su jamoncito, ni sus vacaciones, sus chatis, sus cenitas y sus
copas, ni su casoplón… Y los primos se mosquearon y él continuó con su ritmo de
tocarse los güevos sin hacer ningún recorte para atenuar gastos, y los primos
le dijeron que ya no le iban a prestar más por ser un desconsiderado egoísta.
En España también tenemos a nuestro primo ejemplar que quiere ser el más listo de la clase. Luego no vale quejarse. |
Y el primo bobo
se cabreó, y además se acojonó porque vislumbró allá en un horizonte muy cercano
que iba a pasarlas moradas incluso para comer garbanzos de supermercado a
granel, y entonces pidió que le perdonaran parte de la deuda y la familia dijo
que tararí que te vi. Entonces, lleno de orgullo, amenazó a la familia que iba
a consultar consigo mismo si se plegaba a las exigencias del resto de primos. Y
durante todo un domingo estuvo reflexionando si las admitía, y decidió que no,
que se pasaba por el forro lo que sus primos dijeran, que él iba a su bola
porque era un tío legal y muy inteligente, que los otros eran unos ruines y unos
usureros que sólo querían tenerle amordazado, y él tenía una vida que quería
vivir sin importarle los esfuerzo del resto de los primos. Y ahí se quedaron, todos con cara de bobos.
Por lo que a mí
respecta, al primo bobo le pueden ir dando mucho por donde amargan los pepinos,
sobre todo a ese 60% de primo bobo que ha desafiado la buena voluntad del resto
de sus primos que le han ayudado. Que el primo bobo se vaya de la familia, que
sólo es el 4% de la riqueza familiar, que se coma sus piedras, que lo mismo se
pone a cagar grava y puede construir un nuevo país, que se vaya a engañar a sus
ilustres muertos y, si tan bien puestos tiene los webos, que acepte la ayuda de
ese vecino del piso de arriba, un tipo siniestro y prepotente llamado Vladimir.
Eso sí, que luego no pida ayuda cuando termine como sus otros vecinos, los dos
hermanos de la planta semisótano, Fidel y Raúl, que llevan comiendo mierda 60
años porque el papá de Vladimir les abandonó cuando ya no le servían para nada.
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