Ayer leí que al
señorito no le apetece viajar a Estocolmo para recoger el premio que le han
dado. Y no se lo echo en cara porque cada uno es muy dueño de hacer con su
vida, su dignidad y su vergüenza lo que le dé la gana. Si el señor Dylan tiene
otros compromisos, cualesquiera que sean o dejen de ser estos, está en su derecho de
no acudir a la ceremonia. En cualquier caso, lo encuentro de mal gusto y de un
profundo desagradecimiento. Aquí no vale ser un pasota, un rebelde, un
inadaptado, un tío con personalidad y carácter. Bob tendría que ser consciente de
que hacer ese feo a una institución como la Academia no es de caballeros, ni siquiera de hombres. Yo le aconsejaría que sopesara con
detenimiento cómo le sentaría si él le regalara a alguien a quien admira una
canción de las suyas, compuesta con amor y cariño, y el destinatario le dijera
que se la metiera directamente por el culo. ¿Le sentaría bien al travieso
de Dylan? Lo dudo. Quizá nunca le ocurra porque no admire a nadie tanto como para
componerle una canción.
Bob Dylan debería presentarse en Estocolmo aunque fuera en vaqueros, camiseta con marca de whisky y gafas de sol |
La verdad es
que me voy al terreno de las conjeturas porque no conozco al señor Dylan, ni personalmente,
ni sus letras ni su música, excepción hecha de aquellas piezas que han pasado
ya a ser parte de la historia de la humanidad, o su paso por el súper grupo The
Traveling Wilburys junto a músicos de la talla de George Harrison, Jeff Lynne,
Tom Petty y Roy Orbison. Pero me da a mí que, como otros premiados con el Nobel
que lo despreciaron (me viene a la memoria ahora mismo Jean Paul Sartre), algo
de soberbia tiene que haber entre medias, un toque de locura y de insensatez.
Porque de bien nacidos es ser agradecidos, y rechazar un premio de tal categoría,
por muy mediatizado y manipulado que digan que pueda estar, siempre es algo bueno: reconoce un
trabajo bien hecho y además abre las puertas de la inmortalidad. Otra cosa es
que la concesión de dichos premios esté podrida, corrupta y
teledirigida. Quizá la concesión de los Nobel no sea una decisión tan pura como
se pretende, pero tampoco creo que se lleguen a extremos oscuros. No creo que
sea el caso.
Así que, con
respecto a don Bob Dylan, yo entiendo el icono que su trayectoria y su figura representan, la currada que
lleva a sus espaldas desde hace más de medio siglo, seguramente sus manías de divo, o
de pasota, o de rebelde, o de anarcosindicalista, de poeta épico y podrido, en
definitiva, de lo que quiera, pero debería presentarse en Estocolmo aunque
fuera en vaqueros, camiseta con marca de whisky y gafas de sol. Para mí ése
sería el verdadero puntazo, aceptar el premio rompiendo con las reglas y
pasando del digan lo que Dylan.
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