En España, nos
vanagloriamos dentro (y nos felicitan fuera) de ser un país tremendamente
solidario con todo aquel que necesita nuestra ayuda. Y no es cierto. Ni mucho
menos. Lo que ocurre es que nos encanta hacerlo de cara a la galería. Somos
como esos adolescentes que van a casa de los amigos y allí se ocupan de poner y
quitar la mesa, hacer la cama si se han quedado a dormir, ayudar a colocar la
compra en la despensa si coincide que la madre del amigo llega con ella a la
cocina, a fregar, a barrer…, a lo que sea con tal de quedar bien, pero luego en
su propia casa no hace ni el webo. Sé por mis tías que mi padre lo hacía en
casa de sus amigos, que yo lo hacía en casa de los míos, y mucho me temo que
mis hijas lo estarán haciendo en las de las suyas. Debe ir con el ADN de los
españoles, aunque también aviso que cada vez menos, mucho menos.
Toda esta comedia
de solidarios insolidarios me viene a la cabeza a raíz del conflicto surgido en
ese reino de Taifas donde los estibadores de los puertos campan a sus anchas.
Al igual que hicieron en su día los controladores aéreos, estas personas se
aprovechan de una labor fundamental en la economía del país para hacer de su
capa un sallo y de su cuenta corriente una mina de oro. Manejar una simple grúa
y jugar al tetris les supones, al que
menos, 60.000 € al año, siempre y cuando sea cuñado de otro estibador y entre
por enchufe, con un periodo de prueba de 6 meses y a partir de ahí curro de por
vida. Como los controladores, crean su club privado y ahí no entra ni dios, ni
para trabajar, organizar, consensuar… Ni dios, digo.
Prohibida la entrada a cualquier persona ajena a la familia, los amigos o los enchufes. Imprescindible falta de decoro e insolidaridad palpitante. |
Hasta que a
Bruselas se le ha llenado el gorro de sopas y se ha plantado. Y los
estibadores, como en su día los controladores, te montan el pollo porque su
privilegios (que son insultantes para el resto de la población) están en
entredicho. Digo insultantes pero también se me ocurre vejatorios,
humillantes o despectivos. Que un operario gane más que un médico (por ejemplo)
o que, ¡joder!, que triplique el sueldo medio de este país, es para pararnos todos
a reflexionar (porque ellos no lo van a hacer). De todas formas, estamos en el
mercado de la oferta y la demanda, y si alguien paga tamaña cantidad porque le
manejen una grúa, pues sea. Yo ya no me refiero al sueldo, sino al hermetismo
de este colectivo insolidario a que cualquiera pueda conseguir un puesto como
estibador. Coto privado, señor mío.
Y aquí es donde
apelo a la insolidaridad de este país. Y no lo digo tan solo por los
estibadores, que son capaces de parar un país para defender el seguir viviendo
como reyes (como los controladores), sino que cualquiera de nosotros,
cualquiera, seríamos idénticamente indecorosos, egoístas, rastreros y
deleznables si alguien tratara de quitarnos un privilegio, cualquiera, por
pequeño que sea. Somos muy solidarios con los de fuera, negritos, asiáticos, moritos,
refugiados…, pero somos tremendamente insolidarios con nuestro país, capaces de
enrocarnos en privilegios injustos mientras aquí hay cuatro millones y pico de personas
que las están pasando putas.
Que digo yo
que, si hay para repartir un poco, que se reparta, que es una forma de abrir
las puertas de ese guetto de lujo y acomodar el sueldo a la realidad para crear
alguna que otra docena (o docenas) de puestos de trabajo, y no solo con
controladores y estibadores, sino con otros muchos cotos privados donde los
asociados se enroscan como serpientes y muerden para defender su insolidaridad del
resto del país. Eso sí, hay que acoger aquí a todo dios si viene de fuera… pero
con el dinero y el esfuerzo de otros. Que a mí no me lo toquen. Manda webos.
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