131 no parece
un número redondo, pero este artículo suma esa cantidad a este blog que está
muy cerca de cumplir 7 años. Y el 7, dicen, sí es un número mágico. Porque
siete son los brazos de un candelabro judío, o los enanitos de Blancanieves, los
pecados capitales, las maravillas del mundo o las vidas de un gato.
A mí no me
gustan los gatos. Encuentro que son animales tan despreciables como
despreciativos, bichos más o menos bonitos que van a la suya y que, fundamentalmente,
en lo que se refiere a su relación con el ser humano, se mueven únicamente por
interés. Solo se acercan a ti cuando tienen hambre o les apetece que les rasques
la tripa. He tenido enemigos que merecen más consideración que un gato.
Y además, para
colmo, atesoran siete vidas para envidia de nosotros los mortales que apenas
nos da para vivir una y malamente. Por eso odio además a los gatos, porque
estoy seguro de que viven sus siete vidas de la misma manera miserable e
interesada. Dicen que son inteligentes, pero yo solo los considero astutos y zalameros,
truhanes y malintencionados.
Desde luego, no
quiero ser como un gato, pero sí envidio esa posibilidad de tener varias vidas.
Yo me conformaría con una más. Las otras cinco serían demasiado regalo y
seguramente las echaría a perder. Pero una vida, solo una más, siendo
consciente de lo que voy acumulando en ésta (en la que llevo ya recorridos 52 años),
daría para hacer las cosas mejor y, sobre todo, hacérselas más fáciles a los
demás.
Prefiero convertirme en cucaracha antes que en gato. |
Porque en más
de medio siglo me ha dado tiempo a aprender que la vida no es justa pero que el
tiempo suele poner a casi todo el mundo en su sitio; que aquel que siembra
terminar por recoger exactamente aquello que ha ido repartiendo; que una
sonrisa vale más que un grito; que la paciencia bien entendida y bien soportada
te libra de muchas preocupaciones inútiles; que la buena voluntad no solo
tranquiliza conciencias sino que es una inversión sólida a largo plazo; que el
ejemplo es la mejor de las enseñanzas; que tener la conciencia tranquila no
siempre es sinónimo de felicidad y salud, pero ayuda a conseguirlas; que
siempre, siempre, siempre sale el sol; que es maravilloso ayudar, tanto como la
valentía que se necesita para decidirse a pedir ayuda; que el tiempo no es
lineal ni rítmico ni recto, que a veces pasa lento y a veces demasiado rápido, que
una temporada vamos cuesta arriba y otra cuesta abajo, y que siempre está lleno
de curvas, curvas tan cerradas que, en más de una ocasión, nos volvemos a
encontrar con nosotros mismos en una situación que ya hemos vivido. Y es
justamente en ese momento cuando, como un gato, podemos disfrutar del
privilegio de enmendar lo que hicimos mal (o de mejorar lo que hicimos bien).
Conformarse sería actuar como un gato, y a mí no me gustan los gatos.
Hoy me siento
feliz por todo lo que me ha dado la vida: lo bueno, lo menos bueno, lo malo o lo
rematadamente peor. Pero eso es exactamente la vida, una especie de caos que te
da la oportunidad a cada segundo de sacarle lo mejor, lo más bonito, lo más emocionante,
lo más intenso. Y como solo tengo una vida, así lo hago. No pierdo el tiempo
rozándome contra una pantorrilla como haría un maldito gato.
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