Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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jueves, 21 de diciembre de 2017

2017, un año muy dulce

Se acaba el 2017, un año que, en su principio, ya dije que no apuntaba malas maneras aunque todo nos hiciera pensar lo contrario. Ni Trump la ha liado parda en el planeta, ni May en Europa, ni siquiera Puigdemont en España. La vida sigue su curso y la Historia va colocando a cada uno en su sitio (a algunos bobos en la cárcel o en Bruselas antes de visitar a sus compinches por una larga temporada). Además, son todos personas inteligentes, sí, Trump también, que su imperio no ha salido de la nada. Al que sí hay que tener en cuenta es al cerbatanero de Maduro, que hoy se ha dedicado a la bonita tarea de hacer desaparecer los partidos políticos de Venezuela. A éste pimpollo sí que hay que tenerle en cuenta porque es tan poco inteligente como desaprensivo. Del toro manso me libre Dios…
Para mí 2017 empezó como terminó 2016, es decir, sin demasiada novedad en el frente, expectante, y con ganas de afrontar nuevos retos, aunque no supiera muy bien ni yo mismo a qué nuevos retos me refería. Así que el año se presentaba tan plano y aburrido como el anterior. Luego, la verdad, ha salido como esos melones que compras en el supermercado sin saber cómo van a resultar. Y éste ha sido dulce, muy dulce.

Para Forrest Gump la vida era como una caja de bombones. Pues con melones también sirve. Además, cuando un melón sale dulce, que se quiten todos los bomobones.
Para empezar me he desentendido un poco de la actualidad internacional y nacional, sobre todo de la doméstica. La crisis catalana no me ha merecido el esfuerzo de escribir una sola línea, ni a favor ni en contra. Cuando en el mercado dos verduleras se ponen a discutir lo mejor es apartarse por si te cae un repollazo encima. También he hecho oídos sordos a todo aquello que me quitaba el sueño y no tenía tanta importancia como para desvelarme. Así me he dado cuenta de que las personas, si solo nos quedamos con aquello que realmente nos afecta tan directamente como para quitarles la salud, esas cuestiones no suman más de un par, en mi caso, mi par de hijas. El resto de toda esa mierda que nos preocupa es accesorio, en algunos casos, muy accesorio.
Me he insertado en un taller literario del que disfruto como si fuera principiante. He visitado media España ya fuera por labores literarias o por ocio, y he podido (por fin) viajar a Irlanda (anda que no tenía ganas), y visitar la torre Martello donde James Joyce vivió solo 6 días y localizó el primer capítulo de su Ulises.
También me fui a trabajar a la Vuelta Ciclista, y disfruté como un cerdo en un charco de barro, experiencia que, si en el Caja Rural – Seguros RGA Team tienen a bien, repetiré el año que viene.
Y ya cuando el año enfilaba su recta final, ese otoño que odio porque no me gustan en absoluto ni sus tonalidades, olores, sabores, sus días más cortos y sus sombras más largas, ese otoño que un servidor (si pudiera) debería pasar en una playa del trópico, pues octubre me trajo nuevas ilusiones para soñar con un futuro mejor, más feliz, más bonito y en color (verde, para ser exacto).
En fin, que lo que comenzó como un año más, quizá esta vez haya que marcarlo en rojo en el calendario, rojo pasión (se entiende). Siempre hay esperanza, siempre hay luz al final del túnel y siempre hay que confiar en las propias posibilidades, porque somos soberanos de nuestras vidas y solo nosotros tenemos potestad para hacerlas mejores o dejar que nos la hagan peor. Espero que dentro de un año pueda decir que 2018 ha sido muchísimo mejor que el presente, porque eso será ya la órdiga.
Mis mejores deseos para todos vosotros.

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