Se acaba el 2017,
un año que, en su principio, ya dije que no apuntaba malas maneras aunque todo
nos hiciera pensar lo contrario. Ni Trump la ha liado parda en el planeta, ni
May en Europa, ni siquiera Puigdemont en España. La vida sigue su curso y la Historia
va colocando a cada uno en su sitio (a algunos bobos en la cárcel o en Bruselas
antes de visitar a sus compinches por una larga temporada). Además, son todos
personas inteligentes, sí, Trump también, que su imperio no ha salido de la
nada. Al que sí hay que tener en cuenta es al cerbatanero de Maduro, que hoy se
ha dedicado a la bonita tarea de hacer desaparecer los partidos políticos de
Venezuela. A éste pimpollo sí que hay que tenerle en cuenta porque es tan poco
inteligente como desaprensivo. Del toro manso me libre Dios…
Para mí 2017
empezó como terminó 2016, es decir, sin demasiada novedad en el frente, expectante,
y con ganas de afrontar nuevos retos, aunque no supiera muy bien ni yo mismo a
qué nuevos retos me refería. Así que el año se presentaba tan plano y aburrido como
el anterior. Luego, la verdad, ha salido como esos melones que compras en el
supermercado sin saber cómo van a resultar. Y éste ha sido dulce, muy dulce.
Para Forrest Gump la vida era como una caja de bombones. Pues con melones también sirve. Además, cuando un melón sale dulce, que se quiten todos los bomobones. |
Para empezar me
he desentendido un poco de la actualidad internacional y nacional, sobre todo
de la doméstica. La crisis catalana no me ha merecido el esfuerzo de escribir
una sola línea, ni a favor ni en contra. Cuando en el mercado dos verduleras se
ponen a discutir lo mejor es apartarse por si te cae un repollazo encima.
También he hecho oídos sordos a todo aquello que me quitaba el sueño y no tenía
tanta importancia como para desvelarme. Así me he dado cuenta de que las
personas, si solo nos quedamos con aquello que realmente nos afecta tan directamente
como para quitarles la salud, esas cuestiones no suman más de un par, en mi
caso, mi par de hijas. El resto de toda esa mierda que nos preocupa es
accesorio, en algunos casos, muy accesorio.
Me he insertado en un taller literario del que
disfruto como si fuera principiante. He visitado media España ya fuera por
labores literarias o por ocio, y he podido (por fin) viajar a Irlanda (anda que
no tenía ganas), y visitar la torre Martello donde James Joyce vivió solo 6
días y localizó el primer capítulo de su Ulises.
También me fui
a trabajar a la Vuelta Ciclista, y disfruté como un cerdo en un charco de
barro, experiencia que, si en el Caja
Rural – Seguros RGA Team tienen a bien, repetiré el año que viene.
Y ya cuando el
año enfilaba su recta final, ese otoño que odio porque no me gustan en absoluto
ni sus tonalidades, olores, sabores, sus días más cortos y sus sombras más
largas, ese otoño que un servidor (si pudiera) debería pasar en una playa del
trópico, pues octubre me trajo nuevas ilusiones para soñar con un futuro mejor,
más feliz, más bonito y en color (verde, para ser exacto).
En fin, que lo
que comenzó como un año más, quizá esta vez haya que marcarlo en rojo en el
calendario, rojo pasión (se entiende). Siempre hay esperanza, siempre hay luz
al final del túnel y siempre hay que confiar en las propias posibilidades,
porque somos soberanos de nuestras vidas y solo nosotros tenemos potestad para
hacerlas mejores o dejar que nos la hagan peor. Espero que dentro de un año pueda
decir que 2018 ha sido muchísimo mejor que el presente, porque eso será ya la
órdiga.
Mis mejores
deseos para todos vosotros.
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