Creo que nunca he pecado ni de
paranoico ni mucho menos de conspiranoico. La vida suele ser mucho más simple que
lo que todos creemos, y cuando resulta complicada, opino que esa complejidad es
tan enrevesada e ininteligible que escapa a nuestra comprensión y, por ende, se
convierte en simpleza.
Como novelista me encanta inventar
situaciones intrigantes que atrapen la atención del lector. Para esto, los
escritores solemos recurrir a hechos que a la mayoría de la gente le gusta leer
en las páginas de un libro o ver en la pantalla de un cine. El espectador o el
lector las disfrutan porque lo hacen desde lejos, marcando distancia.
Asisten a una mentira que les mantiene en tensión durante minutos sabiendo que,
cuando cierran el libro o se levantan de la butaca, todo pasó, y todo pasó porque
saben que es solo ficción, que es mentira. He vivido alguna
aventura y puedo asegurarles que lo mejor es poder luego contarla a los amigos
porque, mientras te está ocurriendo, no te hace ni puta la gracia.
Llevo unos días leyendo en Redes
Sociales todo tipo de comentarios sobre el recién llegado COVID-19, desde las
más veniales a las conspiranoicas en extremo; unos dicen que este bicho es una
gripe fuerte y otros la hecatombe. Y para alimentar
la ignorancia, hay gente que asegura que el coronavirus es , la antesala del juicio final porque las autoridades apenas hablan de él, que lo que dicen son solo
pañitos calientes para no alertar más a la población. O por el contrario, que
han hablado más de la cuenta… A eso se le llama desinformación, y una
desinformación global es más peligrosa que cualquier microorganismo porque para
el miedo no existen retrovirales. Uno se caga patas abajo y arrampla con lo que
sea como un rinoceronte.
La desinformación o la “contrainfromación” global es más
peligrosa que cualquier microorganismo porque para el miedo no existen
retrovirales.
Yo no tengo opinión sobre el
COVID-19. No tengo ganas de conocerlo ni mucho menos de convivir con él. Pero
haciendo memoria, creo que la famosa Gripe-A alarmó lo mismo y luego se quedó
en poco o nada. Yo mismo creo que la padecí y aquí estoy, quizá con alguna tara
mental como consecuencia de los estornudos, pero poco más. Ahora es el
coronavirus el que marca paquete, el que nos la está liando. Y otra vez viene desde
Asia. Y otra vez se venden mascarillas a cascoporro. Y otra vez los medios de
comunicación haciendo caja, como los laboratorios; y las empresas de termómetros;
y las de material sanitario… Vaya, que no quiero insinuar nada, que no creo que
sea una conspiración o un movimiento de nadie para ganar dinero; que como mucho
se me ocurre que, una vez más, unos cuantos chinos estaban experimentando con
un virus y se les ha ido de las manos, y para entretenernos han contado que el
bichito ha aparecido en un mercado de Wuhan porque a un armadillo se le escapó
un pedo. Pues vale.
"Cuando el peligro desaparece seguimos mascando hierba pero tarde o temprano volveremos a tropezar en la misma piedra".
La cuestión es que, nos guste o
no, estamos en guerra contra el bichito cabrón. Y aquí no sirve de nada ser malpensado
o practicar onanismo mental porque, como en las otras guerras, da lo mismo
quién dispare la bala o apriete el botón de la bomba. Si te toca, date por
jodido… o no. Ahora mismo importa el hecho en sí, no cómo ha aparecido. En
cualquier caso, no aprenderemos nunca porque somos el peor de los animales.
Cuando el peligro desaparece seguimos mascando hierba como si nada hubiera pasado, pero
tarde o temprano volveremos a tropezar en la misma piedra, esa cualidad de
imbécil que nos distingue de los seres vivos, de todos.
"Cuando el peligro desaparece seguimos mascando hierba pero tarde o temprano volveremos a tropezar en la misma piedra".
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