Se ha liado la
mundial. La Tercera. No exagero, que la guerra está en boca de muchos, de los
más inteligentes, de gente con experiencia, de los que no dan puntada sin hilo,
militares, espías, analistas políticos, historiadores… Hasta escritores como
Arturo Pérez Reverte, que para el que no lo sepa fue cocinero antes que fraile,
vamos, que lleva como corresponsal varias guerras a las espaldas -y muchas con
la religión como telón de fondo-, avisan de que no hay que esperar una Tercera
Guerra Mundial porque, señoras y señores, ya estamos inmersos en ella desde
hace bastante tiempo, y para colmo, guerra santa. Lo que nos ocurre en Occidente
es que nos gusta mirar para otro lado, quitar hierro al asunto, pegar cuatro o
cinco bombazos en otras tantas guerras locales y, sobre todo, defender a toda
costa nuestras libertades, tanto las colectivas como las individuales.
Y es en este
último punto donde solemos cagarla por ser más papistas que el Papa. No nos
damos cuenta de que nos convertimos en seres tan fanáticos como nuestros
enemigos yihadistas a la hora de
defender nuestra libertad. Libertad de culto, de expresión, de pensamiento,
política… ¡Por supuesto que sí!, sin ningún género de duda. Pero luego vienen
las otras cosas que ya no nos gustan tanto: la intromisión o recorte en alguna
de las otras libertades, como la que se le acaba de ocurrir a David Cameron,
que quiere quitar el Whats App en el
Reino Unido, o la amenaza que supone que los Gobiernos y Servicios de
Inteligencia se nos vayan a meter en los ordenadores y cuentas de Internet para
mirarnos los menudillos. O, la mejor, que en los aeropuertos, estaciones de
tren o de autobús, en los estadios… nos vayan a mirar hasta las trancas para
ver si somos un peligro o no. Y claro, nos quejamos de las molestias sin ser conscientes
de que haya gente preocupada por la seguridad y, sobre todo, por la libertad.
A ver, señor… Sí,
me dirijo a usted que le molesta que le miren hasta el píloro cuando va a tomar
un vuelo. ¿No se da cuenta de que es del todo necesario? Estamos en una guerra
en la que no hay trincheras ni frentes, pero una guerra al fin y al cabo. El
enemigo se viste con cazadora, con corbata, con zapatillas de deporte (que el
turbante lo dejan para otros escenarios). Seguro que no se quejaría tanto y
pediría que le examinaran hasta la rabadilla a un compañero de viaje que
llevara chilaba y estuviera rezando el Corán a voz en grito dentro del avión. El
peligro existe y está ahí, justo al lado de usted, lo vea o no. Así que no se
queje si en tiempo de guerra se recortan un poquito sus libertades, que no lo
va a notar, que estamos perdiendo la guerra y al final va a terminar perdiendo
la cabeza, literalmente.
¿No me
entiende? Le voy a poner un ejemplo porque me siento obligado a ello por simple
conciencia cívica para con mis semejantes. He tenido la suerte de visitar
Tanzania en estas Navidades. Durante mi viaje por el Serengeti he dormido en
mitad de la sabana en campamentos donde apenas había luz eléctrica unas pocas
horas al día. Cuando el sol se escondía y uno tenía la necesidad de trasladarse
dentro del campamento, estaba obligado a avisar a un empleado que le recogiera en
la puerta de su tienda de campaña y lo acompañara hasta las instalaciones
comunes armado con un rifle. ¿Por qué? Pues porque en la sabana les da por
vivir a animales como leones, hienas, leopardos… que amenazan mi libertad
individual de caminar solo por el simple y legítimo hecho de que tienen hambre
y quieren comer. A nadie se le ocurría
quejarse de la falta de libertad por tener que ir acompañado por un hombre con
un rifle para protegerle. El peligro estaba ahí, invisible, latente, pero real.
Pues es exactamente lo mismo que nos pasa ahora. No se queje, que es por su
bien. Y si no lo hace por su seguridad, hágalo por la mía, o por la de su
señera madre.
(*) Recomiendo
la lectura del artículo de APR: “Es la guerra santa, idiotas”
No hay comentarios:
Publicar un comentario