Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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domingo, 12 de abril de 2015

Pisando minas antipersonas



El paso del tiempo es inexorable, te guste o no te guste. Nadie tiene la capacidad de detener el reloj, ni Obama, ni el Estado Islámico, ni siquiera las cremas de Isabel Preysler. Porque si hay algo seguro en esta vida es que vas a terminarla, que hay un punto y final, y después ya veremos (si es que podemos verlo).

Puestos a ocupar y pasearse por el planeta durante unos años, ya sean estos muchos o pocos, lo suyo es vivir lo mejor posible, cómodos, evitando problemas y con calidad de vida. Eso creo que nadie puede discutirlo aunque, para los que hemos nacido por España (por ejemplo), nos dé por pensar que si naces en el África subsahariana puedas darte por jodido. No somos conscientes de que la ignorancia da la felicidad y que por allí, en muchos casos ­—más de los que creemos—, la gente es feliz, o al menos les cuesta serlo mucho menos que a nosotros. Sea como fuere, no quiero centrar mis palabras en cómo conseguir la felicidad, sino justamente en lo contrario, en lo que se empeñan algunos en obtenerla a costa de condenar a sus semejantes a ser unos desgraciados.

Que el mundo está lleno de indeseables creo que lo sabemos. No hay que demostrarlo. Basta con ver los titulares de cualquier noticiario para tener constancia de que es un axioma. Pero siempre tendemos a pensar que todo eso nos pilla de soslayo, que ojos que no ven corazón que no siente… hasta que te topas de bruces con uno de esos que disfrutan haciéndole la vida imposible a los demás, esos que lo hacen a sabiendas, con intención, con mala baba, gente que casi siempre esgrime la excusa peregrina de que lo hacen para que nadie les fastidie a ellos. Así tranquilizan sus conciencias. Lo que al resto de mortales nos es muy difícil de imaginar es que generalmente esa clase de personas disfrutan jodiendo al personal, con todas sus letras, sin remordimientos, mucho menos arrepintiéndose después de sus repugnantes acciones.

Y esos profesionales de la mala baba los tenemos por todos lados aunque sean una minoría. La situación la imagino como si a cada hombre le hubieran asignado toparse con un número de minas antipersonas durante su existencia. El destino te lleva por un camino y, cuando menos te lo esperas, te encuentras en mitad de un campo minado.  Si tienes mala suerte y pisas una de ellas, es decir, te topas con un imbécil de estos, es muy difícil que no te hagan pasar un mal rato, y eso en el mejor de los casos porque por lo general lo que te quitan  es la salud, física y mental, quizá con secuelas para toda la vida. Y a eso no tenemos derecho nadie, ni siquiera estos personajes destructivos y venenosos.

Hay veces en la vida que te topas con tipos mucho más destructivos que una mina, y lo peor es que ellos sí saben el daño que hace. Al fin y al cabo, la mina no deja de ser algo inanimado.
Por eso, a todos aquellos que tienen mala baba, aquellos que disfrutan tocando las narices a los demás, a esos que no les pesan sus acciones porque no tienen conciencia, aquellos que nos tachan de blandengues a las personas normales porque no somos unos hijos de puta como ellos, a todos esos (o esas) les deseo lo mejor en la vida, por ejemplo, un gran premio gordo en la lotería y que se vayan a disfrutarlo en una isla desierta, y que a los demás nos dejen tranquilos, con nuestro trabajo, nuestras ilusiones y nuestras penurias. Pero desde luego lo que no necesitamos es a nadie que nos esté tocando los webos a diario, menos si es un desequilibrado mental de esos que creen que su existencia es como visitar un parque temático donde los vecinos, compañeros o los simples seres humanos con los que convive en este planeta somos de cartón piedra y no tenemos ni sentimientos, ni dignidad, ni nada de nada.

Y así lo digo, generalizando, y el que se dé por aludido ya sabe exactamente qué pienso de él. Y a mucha honra.



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