El
paso del tiempo es inexorable, te guste o no te guste. Nadie tiene la capacidad
de detener el reloj, ni Obama, ni el Estado Islámico, ni siquiera las cremas de
Isabel Preysler. Porque si hay algo seguro en esta vida es que vas a
terminarla, que hay un punto y final, y después ya veremos (si es que podemos
verlo).
Puestos a ocupar y pasearse por el planeta
durante unos años, ya sean estos muchos o pocos, lo suyo es vivir lo mejor
posible, cómodos, evitando problemas y con calidad de vida. Eso creo que nadie puede
discutirlo aunque, para los que hemos nacido por España (por
ejemplo), nos dé por pensar que si naces en el África subsahariana puedas darte
por jodido. No somos conscientes de que la ignorancia da la felicidad y que por
allí, en muchos casos —más de los que creemos—, la gente es feliz, o al menos
les cuesta serlo mucho menos que a nosotros. Sea como fuere, no quiero centrar mis
palabras en cómo conseguir la felicidad, sino justamente en lo contrario, en lo
que se empeñan algunos en obtenerla a costa de condenar a sus semejantes a ser
unos desgraciados.
Que el mundo está lleno de indeseables
creo que lo sabemos. No hay que demostrarlo. Basta con ver los titulares de
cualquier noticiario para tener constancia de que es un axioma. Pero siempre
tendemos a pensar que todo eso nos pilla de soslayo, que ojos que no ven
corazón que no siente… hasta que te topas de bruces con uno de esos que disfrutan
haciéndole la vida imposible a los demás, esos que lo hacen a sabiendas, con
intención, con mala baba, gente que casi siempre esgrime la excusa peregrina de que lo
hacen para que nadie les fastidie a ellos. Así tranquilizan sus conciencias. Lo
que al resto de mortales nos es muy difícil de imaginar es que generalmente esa
clase de personas disfrutan jodiendo al personal, con todas sus letras, sin remordimientos,
mucho menos arrepintiéndose después de sus repugnantes acciones.
Y
esos profesionales de la mala baba los tenemos por todos lados aunque sean una
minoría. La situación la imagino como si a cada hombre le hubieran asignado toparse
con un número de minas antipersonas durante su existencia. El destino te lleva
por un camino y, cuando menos te lo esperas, te encuentras en mitad de un campo
minado. Si tienes mala suerte y pisas
una de ellas, es decir, te topas con un imbécil de estos, es muy difícil que no
te hagan pasar un mal rato, y eso en el mejor de los casos porque por lo
general lo que te quitan es la salud, física y mental, quizá con secuelas para toda
la vida. Y a eso no tenemos derecho nadie, ni siquiera estos personajes
destructivos y venenosos.
Hay veces en la vida que te topas con tipos mucho más destructivos que una mina, y lo peor es que ellos sí saben el daño que hace. Al fin y al cabo, la mina no deja de ser algo inanimado. |
Por eso, a todos aquellos que tienen mala baba,
aquellos que disfrutan tocando las narices a los demás, a esos que no les pesan
sus acciones porque no tienen conciencia, aquellos que nos tachan de
blandengues a las personas normales porque no somos unos hijos de puta como
ellos, a todos esos (o esas) les deseo lo mejor en la vida, por ejemplo, un
gran premio gordo en la lotería y que se vayan a disfrutarlo en una isla
desierta, y que a los demás nos dejen tranquilos, con nuestro trabajo, nuestras
ilusiones y nuestras penurias. Pero desde luego lo que no necesitamos es a
nadie que nos esté tocando los webos a diario, menos si es un desequilibrado
mental de esos que creen que su existencia es como visitar un parque temático
donde los vecinos, compañeros o los simples seres humanos con los que convive
en este planeta somos de cartón piedra y no tenemos ni sentimientos, ni
dignidad, ni nada de nada.
Y
así lo digo, generalizando, y el que se dé por aludido ya sabe exactamente qué pienso
de él. Y a mucha honra.
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