Los humanos somos así, inevitablemente así, animales
con una cierta capacidad de raciocinio, la justa para elegir la comida y, en
los casos más aislados y extremos, poder leer, escuchar, aprender, comprender,
incluso decidir.
A medida que un ser humano crece se incrementa su
poder de manipulación sobre el resto de sus congéneres más jóvenes. Es simple
cuestión de experiencia. Una madre puede fácilmente conducir a su hijo, pero a
medida que éste vaya creciendo lo tendrá más difícil. Todos de pequeños hemos
creído en hadas, ratones coleccionistas de dientes, reyes magos, gordos
vestidos de rojo… ¿Qué pensaríamos de alguien adulto que creyera a los 30 años
aún esas cosas? Es la ignorancia del pequeño lo que le expone a los designios
de su madre y que, en la inmensa mayoría de los casos, siempre querrá su bien.
En política ocurre más o menos lo mismo, con una
diferencia sustancial: cuanto más ignorantes seamos más facilidad tendrán
aquellos que quieran tomarnos el pelo descaradamente sin que nos demos cuenta,
prometiéndonos regalos de Papá Noel y vidas como la del Ratón Pérez o las hadas
en el nuevo país de Nunca Jamás. Y nosotros, pobres ignorantes, nos lo
creeremos.
Para iniciar este tipo de manipulación es necesario
comenzar por atacar las raíces para que la planta de la sabiduría no crezca, es
decir, por la educación. Y en España sabemos mucho de esto, de reformar,
tronchar, segar y remodelar leyes de educación que obedecen en el 100% de los
casos a ideales trasnochados (los del PP y del PSOE) y no dejan cabida a
sistemas más prácticos, eficientes y sin ligaduras políticas. Repito, que lo
mismo no ha quedado claro: sin ligaduras políticas. Obedecer a criterios de
hace un siglo o fanatismos políticos nos convierte en seres poco formados,
ignorantes, sin capacidad de contraste, sin posibilidad de crítica
fundamentada, sin poder de decisión, es decir, manipulables, muy manipulables.
Vamos a ciegas confiados en que tenemos lo mejor, pero únicamente vamos a obtener lo que nos merecemos. Así que después no se admitirán quejas. |
Cuanto más intelectualmente pobre es un país más fácil
es llevárselo al huerto hasta que comprende que es demasiado tarde. Luego viene
el llanto y crujir de dientes, los golpes de pecho, rasgado de vestiduras, las
revueltas callejeras… Ejemplos en el pasado nos sobran y en el presente
también. El problema de este país es que podemos volver a caer en errores ya
cometido. De hecho, ya estamos cayendo cuando hay ciertos programas de
televisión, denigrantes para el ser humano, que se llevan 3 millones de
telespectadores, o partidos políticos salvadores, oportunistas y cuyos
fundamentos son ocurrencias que toman sobre la marcha pero que, lo admito,
cuajan en la población porque quienes cocinan la estrategia son tipos que sí se
han formado, sí se han educado, y son maestros en la manipulación de
ignorantes, y aquí en España eso es un campo abonado, es decir, que volvemos a
lo mismo, al manipulador cultivado sobre el pobrecito que no pudo hacerlo
porque le teledirigieron.
Una Ley de Educación consensuada por todos los
partidos políticos con representación parlamentaria (sí, todos) es fundamental,
necesaria y urgente, aunque quizá ya sea demasiado tarde porque, lo que
sembremos este 2017 no verá sus frutos hasta dentro de 10 años, y durante ese
tiempo nos ha podido terminar de comer la oreja cualquier zorro cantamañanas,
vamos, que nos la lía parda.
Es una pena que ya no confíe en este país ni en sus
gentes. Así que me voy preparando para la que se avecina si no andamos listos
(y no lo vamos a estar). Así que, al tiempo que me preparo psicológicamente,
igual también preparo el macuto y la mudanza.
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