Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


jueves, 1 de febrero de 2018

Se me escapó vivo.

Se me fue enero. Se me escapó vivo. Uno hace propósitos para el año nuevo y antes de que acabe el primer mes ya ha echado varios por la borda. A principios de 2017 me fijé como objetivo escribir al menos dos artículos en este blog y lo conseguí. Pero este año ya vamos cojos.
No es falta de interés, sino de tiempo. Veinticuatro horas se quedan cortas para la cantidad de cosas que nos imponemos los humanos de la era moderna, o postmoderna, o prefutura, porque si de algo podemos fardar en estos días es de crisis de identidad. La tecnología nos ha superado y es ella ya quien rige nuestros destinos. En los setenta los jóvenes flipaban con la psicodelia; en los ochenta con el tecno y las hombreras; en los noventa comenzaron a venderse videoconsolas o cascoporro e internet hizo su aparición amenazándonos con alinearnos; en el 2000 comenzamos nuestra afición por el teléfono móvil, los SMS, y nos alucinaba aquello que llamaban redes sociales; ahora, cerca de cumplirse la segunda década del siglo, volvemos a los locos años 20, pero esta vez con un Smartphone en la mano y emitiendo nuestra propia vida en directo al mundo entero.
Igual que la invención de la rueda o la revolución industrial, lo que ahora llamamos nuevas tecnologías (dentro de 5 años estarán obsoletas) van a dar un vuelco a la sociedad, y la van a revolcar de tal modo que no sé si nos va a dar tiempo a enterarnos de que vamos de voltereta en voltereta sin posibilidad de descansar entre una y otra. Si echamos la vista atrás, hace tan solo 15 años era imposible siquiera imaginarse lo que se puede hacer hoy con un teléfono en la mano. Usted se saca un moco en el parque de El Retiro en Madrid, lo lanza al mundo en directo y en ese mismo instante hay 200 millones de persona en todo el planeta observando cómo se hurga en la nariz. Lo mejor de todo es que, con un poco de suerte, van y le pagan por hacerlo a diario y entretener a 200 millones de aburridos.
Todo lo que cuento no es excusa para que, durante todo enero, haya hecho pellas en el blog. Mi falta de tiempo no se debe a que me pase la vida colgado de una pantalla de 4 pulgadas. ¡Qué más quisiera yo…! Son obligaciones más mundanas las que me amarran al día a día, a trabajar, a tratar de cuidar mi cuerpo en la piscina (lo de la mente ya tiene poco remedio), a escribir -o al menos a intentarlo-, a compartir un rato con mis hijas, a emprender nuevos proyecto vitales con una ilusión que no me cabe en el cuerpo, a perder horas de sueño con gusto, a ver cómo el reloj se despendola hacia el final del día dejándome cara de tonto.

En ocasiones somos nosotros mismos los que nos cortamos las alas, los que quemamos el tiempo que nos permitiría hacer cosas verdaderamente útiles.
Hay veces que echo de menos una bendita rutina, un poco de orden, pero también es cierto que una dosis de caos de vez en cuando es muy sano, airea viejas costumbres para que no huelan a rancio, casi para regenerarlas y actualizarlas. Por eso entono en el mea culpa con ciertas reservas, porque no hay duda que enero se me ha escapado virgen sin que haya escrito una coma (en el blog; que estoy de corregir la nueva novela hasta las cejas). Pero también es cierto que el mes ha sido muy entretenido, para bien y para mejor, porque en la vida solo es malo lo que tú dejes que te corte las alas, y yo ahora mismo, gracias al destino, he conseguido una gran Victoria. Salud y horas de sueño bien empleadas, necesarias para conseguir lo que uno quiere.

Propósito para este año: seguir vivo y sentirme vivo. Y hacer el esfuerzo de no olvidarme del Blog. Y escribir, aunque sea en una servilleta de bar. Mis mejores deseos para los 11 meses que nos quedan por delante.


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