Se me fue
enero. Se me escapó vivo. Uno hace propósitos para el año nuevo y antes de que
acabe el primer mes ya ha echado varios por la borda. A principios de 2017 me
fijé como objetivo escribir al menos dos artículos en este blog y lo conseguí.
Pero este año ya vamos cojos.
No es falta de
interés, sino de tiempo. Veinticuatro horas se quedan cortas para la cantidad
de cosas que nos imponemos los humanos de la era moderna, o postmoderna, o
prefutura, porque si de algo podemos fardar en estos días es de crisis de
identidad. La tecnología nos ha superado y es ella ya quien rige nuestros
destinos. En los setenta los jóvenes flipaban con la psicodelia; en los ochenta
con el tecno y las hombreras; en los noventa comenzaron a venderse
videoconsolas o cascoporro e internet hizo su aparición amenazándonos con
alinearnos; en el 2000 comenzamos nuestra afición por el teléfono móvil, los
SMS, y nos alucinaba aquello que llamaban redes sociales; ahora, cerca de
cumplirse la segunda década del siglo, volvemos a los locos años 20, pero esta
vez con un Smartphone en la mano y emitiendo nuestra propia vida en directo al
mundo entero.
Igual que la
invención de la rueda o la revolución industrial, lo que ahora llamamos nuevas
tecnologías (dentro de 5 años estarán obsoletas) van a dar un vuelco a la
sociedad, y la van a revolcar de tal modo que no sé si nos va a dar tiempo a
enterarnos de que vamos de voltereta en voltereta sin posibilidad de descansar
entre una y otra. Si echamos la vista atrás, hace tan solo 15 años era imposible
siquiera imaginarse lo que se puede hacer hoy con un teléfono en la mano. Usted
se saca un moco en el parque de El Retiro en Madrid, lo lanza al mundo en
directo y en ese mismo instante hay 200 millones de persona en todo el planeta observando
cómo se hurga en la nariz. Lo mejor de todo es que, con un poco de suerte, van
y le pagan por hacerlo a diario y entretener a 200 millones de aburridos.
Todo lo que cuento
no es excusa para que, durante todo enero, haya hecho pellas en el blog. Mi falta
de tiempo no se debe a que me pase la vida colgado de una pantalla de 4
pulgadas. ¡Qué más quisiera yo…! Son obligaciones más mundanas las que me amarran
al día a día, a trabajar, a tratar de cuidar mi cuerpo en la piscina (lo de la
mente ya tiene poco remedio), a escribir -o al menos a intentarlo-, a compartir
un rato con mis hijas, a emprender nuevos proyecto vitales con una ilusión que
no me cabe en el cuerpo, a perder horas de sueño con gusto, a ver cómo el reloj
se despendola hacia el final del día dejándome cara de tonto.
En ocasiones somos nosotros mismos los que nos cortamos las alas, los que quemamos el tiempo que nos permitiría hacer cosas verdaderamente útiles. |
Hay veces que
echo de menos una bendita rutina, un poco de orden, pero también es cierto que una
dosis de caos de vez en cuando es muy sano, airea viejas costumbres para que no
huelan a rancio, casi para regenerarlas y actualizarlas. Por eso entono en el
mea culpa con ciertas reservas, porque no hay duda que enero se me ha escapado
virgen sin que haya escrito una coma (en el blog; que estoy de corregir la
nueva novela hasta las cejas). Pero también es cierto que el mes ha sido muy
entretenido, para bien y para mejor, porque en la vida solo es malo lo que tú
dejes que te corte las alas, y yo ahora mismo, gracias al destino, he conseguido
una gran Victoria. Salud y horas de sueño bien empleadas, necesarias para
conseguir lo que uno quiere.
Propósito para
este año: seguir vivo y sentirme vivo. Y hacer el esfuerzo de no olvidarme del Blog.
Y escribir, aunque sea en una servilleta de bar. Mis mejores deseos para los 11
meses que nos quedan por delante.
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