Había una vez
un país de mierda lleno de burros. Existía una pequeña porción de burros que
eran unos aprovechados, interesados y oportunistas. De ese grupito, había unos
pocos que eran listos como comadrejas y egoístas como niños pequeños. Y de esa
parte casi ya insignificante, los había ególatras, paranoicos, neuróticos y psicópatas.
Para hacernos
una idea, en la cúspide de esa pirámide había algún ególatra, que además era
listo y egoísta, aprovechado, interesado y oportunista, pero que, en cualquier
caso, no dejaba de ser un burro. La diferencia con la inmensa mayoría de sus iguales
(digo bien, “iguales”) era que el resto ignoraba todas sus demás cualidades.
Aquel país, que
ya de por sí era de mierda, llevaba siglos yéndose lenta pero inexorablemente al
abismo. Los burros se dejaban influir por cualquier cosa que vieran, escucharan
o leyeran (el que leía, porque todos saben que los burros no leen, y el burro
que va al circo puede llegar a leer, pero nunca entenderá lo que lee). Y todos
los burros estaban encantados de caminar hacia la mierda. Los aprovechados,
interesados y oportunistas también estaban felices de ver cómo iban a sacar
provecho de aquella marcha. Lo que no sabían éstos era que había burros listos
y egoístas que, lejos de dejar que se beneficiaran de aquella oportunidad, les
dejarían sin nada, frustrados y cabreados como monas, porque aquella tajada,
aquel río revuelto y sin sentido, estaba reservado a los burros ególatras,
paranoicos, neuróticos y psicópatas que, con toda la frialdad del mundo, había tramado
aquel caos para uso y disfrute propio.
A estos últimos
les daba lo mismo si los burros eran engañados una vez más, si se quedaban sin
comida, si sufrían enfermedades… Y nadie podía echarles nada en cara, porque
habían sido la inmensa mayoría de aquellos que solo eran burros quienes les
habían colocado ahí, quienes les permitían seguir haciendo lo que les daba la
gana, quien incluso aplaudían todas y cada una de sus decisiones. Si uno de
esos burros ególatras decía: ¡vamos a liquidar a los burros que siguen a ese
neurótico!, todos aplaudían, incluso los aludidos, porque desde su posición, su
líder les incitaba a ello. Y los neuróticos de arriba se miraban complacidos
porque, después de la batalla, ellos recogerían las sobras y, a partir de los
despojos, crearían una nueva situación para continuar con su empresa.
¿Lo reconoces? Es aquel al que estás votando. Y si no votas, entonces es el espejo en el que te miras todas las mañanas. |
Y todos
contentos porque los burros tenían a quién cocear, los oportunistas de quién
aprovecharse, los egoístas de dónde acaparar, y los psicópatas un juguete que
les entretenía y les hacía más y más poderosos.
Y en aquel país
de mierda, todos continuaron felices con sus banderas, sus reivindicaciones, sus
tiempos pasados que siempre fueron mejores, su posición indefinida, sus
pensamientos caducos, sus fotos de frente o de perfil, su falta de rumbo, sus
cambios de opinión, sus ideales trasnochados, su falta de ideas, exactamente
igual que les pasaba desde hacía ya más de dos siglos. Pero jamás miraron hacia
atrás para aprender, sino para sacar nuevas excusas que lanzarse a la cara.
Bueno, en realidad los burros simples no veían ni eso. Ni los oportunistas. Ni
los listos. Aquella maniobra de entretenimiento duraría otros dos siglos (o cien
más) en manos de ególatras, paranoicos, neuróticos y psicópatas, porque la
empresa les daba buenos beneficios y los burros, gracias a los dioses,
continuarían rebuznando eternamente pero sin decir ni hacer nada. Benditos
burros.
Javier Van Gaal- Siempre negativo, nunca positivo.
ResponderEliminarJajaja... Bueno, más bien realista... La historia de este país y su presente avala mi opinión que, todo sea dicho, no deja de ser eso, una opinión. Gracias por tu comentario.
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