Que sí, que con
los 53 bien cumplidos más de la mitad de la población puede considerarme un
carcamal, y razones seguro que no le faltan. Pero si algo me ha interesado
verdaderamente en esta vida ha sido la música. En mi casa tengo más de un
millar de álbumes (y de dos), de todos los colores, de todos los estilos, de
todas las décadas, en español, en inglés, francés, italiano… ¡hasta en turco! Y
en swahili, japonés… Tengo (y escucho) música clásica, pop, rock, flamenco, tecno…
Vamos, que aunque mi vida sea el rock progresivo, le doy a todos los palos. Y
en una etapa cortita de mi vida hasta me subí a los escenarios. Y toco (o
maltrato) algún que otro instrumento. Sé lo que cuesta componer una canción,
arreglarla y lanzarla al público. Sé de lo que hablo, poco, pero lo sé.
Ayer noche,
amnésico en lo que a la gala de Eurovisión se refiere, me puse a ver una
película de acción que no valía un pimiento, pero que me entretuvo. Cuando terminó
me encontré con la votación de TVE1 para ver a quién enviábamos este mayo a
hacer el ridículo a Israel. Y digo bien porque, gracias a mi olvido, tan sólo
tuve que sufrir un resumen de los 10 bodrios que no sé quién había seleccionado
como candidatos a cagarla una vez más.
Me pregunto
quiénes son las mentes preclaras que criban a los opositores para pasar a la
historia del certamen como portadores de un nuevo fracaso. Soy seguidor amateur del festival, nada fanático, y
es cierto que, desde que tengo memoria del mismo (allá en 1974 con el Waterloo
de ABBA), pocas veces me he equivocado de quién tenía opciones de ganar.
Incluso en un par de ocasiones, nada más escuchar la canción, he dicho “ésta se
lo lleva de calle” y lo hizo arrasando (como en 1997 con Katrina & The
Waves y su “Love shine a light”; ¡temazo!).
En España tenemos una incontenible obsesión por hacer el ridículo en el certamen. Solo así se explica la basura que solemos presentar al concurso. |
Para ganar
Eurovisión (o habría que comenzar a pensar que, para querer realmente ganar) no
podemos presentar lo que ayer tuve la mala pata de sufrir aunque solo fuera por
unos segundos: baladas soporíferas, ritmos machacones sin melodía, reggaetón…
es decir, mierda envasada al vacío sin melodía, sin armonía, sin ganas, sin
nada, canciones vacías. Admito que las canciones que, en los últimos años, se
han alzado con el triunfo, no eran santo de mi devoción, pero tenían un mérito:
al menos detrás del trabajo presentado se veían ganas de ganar, se notaba que
los compositores, arreglistas e intérpretes, se habían preocupado al menos de
indagar en aquello que gusta en esta Europa ya tan diversa que tiene de todo
menos identidad propia, y transmitir (he aquí el quid de la cuestión), eso, TRANSMITIR trabajo y ganas de vencer,
cosa que en España no tenemos ni una cosa ni mucho menos la otra.
En fin, que
somos un país mediocre con formato esférico porque, se nos mire por donde se
nos mire, el resultado es el mismo en política, educación… y tristemente,
también en artes, incluida la música.
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