Ando metido en
la lectura de “Una Historia de España”,
de Arturo Pérez-Reverte, y tengo que asegurar que hacía tiempo que no me
entretenía tanto un libro. Me lo estoy zampando con verdadero interés,
disfrutando como un cerdo en un charco de barro. Aparte del estilo del maestro
que, en mi opinión, se ha vuelto a superar, lo que cuenta y, sobre todo, cómo
lo cuenta, no tiene desperdicio.
Para serles
totalmente sinceros, no descubre nada nuevo aunque, sí es cierto, lo hace desde
su punto de vista y no se anda con pañitos calientes, como cuando una abuela
estricta reconduce a su nieto después de una trastada. Lo puede hacer con mejor
o peor tino, pero no cabe duda de que siempre será con la intención de que el
pequeño aprenda.
Este ensayo o,
simplemente, esta reflexión (que es de lo que trata el libro) nos descubre la
vida y costumbres de la Península Ibérica desde muchísimo antes de que nos
invadieran los romanos hasta nuestros días. Yo creía que los tiempos que
vivimos eran una podrida herencia de apenas doscientos años. Estaba convencido
de ello después de leer en los últimos tiempos los “Episodios Nacionales” de Galdós o todos los artículos que en su día
publicó Mariano José de Larra. Ahí se puede observar que, desde finales del
siglo XVIII, todo el XIX y parte del XX, España ya adolecía de lo que nos sigue
faltando, que la mierda que hoy saboreamos provenía desde el año mil
setecientos y pico hasta hoy.
Pero me
equivoqué. Esas excrecencias de las que hablo ya eran consecuencia de nuestras propias
acciones anteriores, sí, de muchísimo tiempo atrás. Vamos, que desde el siglo
XV andamos como puta por rastrojo. Y luego, ahondas un poco más y resulta que ya
ni desde ahí, que los españoles somos como somos desde tiempos ancestrales
porque nadie nos metió en vereda ni ganas que teníamos. Ni celtas, íberos,
cartagineses, trastámaras, romanos, godos, moros, castellanos, leoneses,
aragoneses (que incluían un condado llamado Cataluña que nunca tuvo rey), ni
asturianos, vascos, gallegos… Todos compartíamos un mismo ADN que, está claro,
debe de darlo el lugar donde habitamos, no los genes. Porque vayamos donde
vayamos, en cualquier época, los españoles somos envidiosos, egoístas,
aprovechados, cortoplacistas, al “ni contigo ni sin ti”, a dar por culo por el
simple hecho de dar, sin finalidad concreta. ¡Ah!, y muy aficionados a las
guerras civiles, que resulta que las coleccionamos por docenas (o centenas).
Instructiva, pedagógica, agradable de leer y muy divertida (dentro de lo trágico). |
De ahí que,
aparte de meter le hocico en asuntos ajenos para beneficio propio y no ver más
allá de nuestras narices, nos hemos dedicado a sacar ganancia inmediata a cualquier
precio sin tener en cuenta las consecuencias. Somos unos genios en beber, comer
y sodomía, pero desde que hay seres humanos por esta parte del mundo, nos ha
importado un carajo la modernidad, el progreso, la educación, el futuro, la
dignidad, la entereza. Sí, somos bravos guerreros, que a dar hostias pocos nos
ganan, que en arrojo y valentía tampoco andamos parcos, y por eso nos hicimos
en su día con medio mundo, o el mundo entero, pero luego había que mantenerlo y
ya para eso no estábamos dispuestos a gastar energías, porque había que pensar,
trabajar, sacrificarse, tener entidad e integridad. Y como eso cuesta, pues
mejor tirarse a la bartola a disfrutar de lo conseguido y que los que vengan por
detrás se apañen.
Coincido con el
maestro (grata coincidencia) que Fernando VII, como él dice, era un hijo de
puta con balcones a la calle, que en maldad y vileza no le ha ganado nadie hasta
ahora, pero él fue más listo que los que hoy nos trajinan y se aprovechó de que
en el siglo XIX en España había una élite de militares y políticos que sabían
manejar el cotarro mientras el pueblo analfabeto era dominado sin
contemplaciones. Hoy nos ocurre exactamente lo mismo. Excuso a Felipe VI porque
no tengo el gusto de conocerle (y porque pinta poco en la política y designios
de este país), pero los de arriba manejan al populacho como les sale de los
webos ya que, tristemente, somos tan analfabetos como hace dos siglos, o diez,
o cien. En España nunca fuimos abiertos de miras porque no convenía. Primero fueron
los reyes, luego la santa iglesia católica y apostólica, luego los dos a la vez
en connivencia y sin pudor, y ahora nos engaña como a un chino cualquier
imbécil a través de Twitter. No nos cultivamos, no somos capaces de pensar, no
actuamos, no nos movemos, no viajamos, no vemos nada que no sea a través de una
pantalla, y ahí andamos, a la cabeza del Tercer Mundo, ¡como dios!, con
nuestros móviles, tablets, fútbol y putas, pero lejos, muuuy lejos de ser un
país moderno y autosuficiente, un país de tipos inteligentes, cultos,
preparados y con ganas de hacer cosas grandes, al menos, de subirnos la
autoestima. ¡Ah!, y que nadie se sienta excluido o busque culpas en un sitio
concreto porque, como el gordo de Navidad, están muy repartidas por todos
lados. Así que, en este territorio de podredumbre humana, que hasta el siglo XX
lo fue por ignorancia y ahora (aun peor) lo es a sabiendas, los meto a todos, a
gallegos y leoneses, a asturianos y cántabros, a vascos, catalanes y
castellanos. No conocemos nuestra historia y estaremos condenados a repetirla
cíclica y eternamente. Mierda de país.
Si no piensa
como yo, lo cual es muy lícito, por favor, cómprese el libro de Arturo que lo
mismo le ilumina algo si tiene dos dedos de frente y lo sabe leer (no se trata
de ver letras juntas que forman palabras, sino de interpretar y ver más allá). Si
no le gusta, de verdad, me lo envía y yo se lo pago, porque seguro que
encontraré a alguien que le sacará más partido.
P.E.: esto no
es un arreón oportunista, que lo mismo que dice APR lo pensaba yo hace mucho
tiempo y ahí están mis artículos para demostrarlo. Quiero autoafirmarme en mi
postura y, si de paso, le hago negocio al maestro, pues eso que se lleva, que
vivir de los libros no es fácil supongo que ni siquiera para él.
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