¿Por qué no
pasar del pesimismo al catastrofismo? Vivimos en un país libre donde cada uno
piensa y dice lo que le da la gana, ¿no? La diferencia entre la verdadera libertad
de expresión y la corrompida es que hay mucho hijo de puta que se ampara en ella
únicamente para insultar, menospreciar, provocar o humillar al prójimo, y otros
lo hacemos simplemente para formular una opinión sin esconder nada detrás, de
manera transparente.
Desde que se
declaró la pandemia tan solo he escrito tres entradas en este blog. La primera
era para envainarme mi opinión sobre el virus. Metí la pata en febrero y, en
lugar de borrar el artículo y donde dije “digo”…, lo que hice fue entonar el
¡qué burro he sido”. El segundo fue para reflexionar acerca de cómo nos estaba cambiando
el punto de vista el maldito bicho. Y el tercero para dejar constancia de que
Pau Donés era un buen tipo que siempre mereció mi admiración. Tres rajadas en
seis meses son muy pocas rajadas. Y en mi caso, además, muy suavecitas. De
hecho, en mayo y julio ni siquiera hice el intento. No me veía con fuerzas.
Con esto del
bicho la polémica estaba servida desde el primer momento. Las teorías, ya sean estas
personales, científicas, conspirativas, conspiranoicas o, simplemente,
descabelladas, son todas respetables y lícitas mientras no obliguen al resto a pasar
por el aro de su credo. Quiero decir que tú puedes creer la que te dé la gana
pero no obligues al resto a que se lo trague. Únicamente podrías hacerlo si hay
una demostración objetiva e irrefutable de hechos comprobados, y la única que
puede hacerlo hoy es la ciencia. Y a día de hoy, únicamente ha demostrado que
existe un bicho que nos está infectando. Y poco más puede afirmar.
Yo entré en
esta pandemia con gesto curioso. Luego, cuando se despendoló en este país de
mierda, me acojoné. Y a medida que pasaba el tiempo, tuve una pizca de
esperanza para después ir cayendo en el pesimismo más absoluto hasta rozar ya
una visión catastrófica. Y voy a hechos objetivos, sin conspiraciones ocultas.
El bicho está
haciendo estragos, no solo en la salud y en la economía. Creo que va mucho más allá
cuando afecta de manera muy seria a la propia condición humana. Está sacando lo
peor que llevamos dentro, esos rastros de ADN de hombre de las cavernas que entonces
predominaba para su propia supervivencia, ese aspecto que permitía actuar por
instinto sin reflexionar. Las condiciones hoy no son las mismas que durante la
peste medieval o la gripe española. Ahora todos vamos armados con nuestras
redes sociales al hombro y cada boca tiene un altavoz. Y, lo peor, es que hay
muchísimo gilipollas descerebrado que sabe usarlo.
El bicho está
dando al traste con las relaciones personales, con las relaciones sociales, con
la cultura, el arte, la economía, con la educación (la que se imparte en las
aulas y la que algunos pocos reciben en casa), con el estilo de vida, con la
propia ciencia, la política, en definitiva, con la civilización. Arturo
Pérez-Reverte hace años dijo que esos canallas de Isis se habían cepillado
nuestra civilización, que ya nada sería como antes, que el cambio era radical.
Estoy seguro de que no podía ni imaginarse que había algo mucho peor que Isis
que haría el trabajo silenciosa y limpiamente.
Soy pesimista
con el futuro. Muy pesimista. ¿Qué importa que salga una vacuna? Algún hijo de
puta la hará suya, un americano, un ruso, un chino, incluso un pánfilo europeo,
y tendrá la sartén por el mango. En las películas de ciencia ficción, cuando
nos visitan los alienígenas (los buenos, quiero decir), siempre los han presentado
como sistemas armónicos que ya tienen resueltos todos esos problemas que marcan
las diferencias internas. Tipos íntegros y éticos que han evolucionado. Aquí
está pasando lo contrario. Creo que, dadas las circunstancias, en este caso
estamos presenciando una verdadera y palpable involución del ser humano, varios
pasos hacia atrás, y a grandes zancadas, con España en el top-10. Ojalá me
equivoque, pero esta época se estudiará en los libros de Historia dentro de
capítulos pertenecientes a la sociología, psicología y psiquiatría. Vamos en dirección
contraria y la hostia a corto plazo va a ser fina. Como en los juegos de mesa, o
mucho cambia la cosa o vamos directos a la casilla de salida. Buenas noticias
para las cucarachas.
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