Ni las prisas ni la rabia son buenas consejeras. Por eso, en los momentos que, por gracia o desgracia, me ha tocado vivir, hay temporadas que me contengo. Prefiero tener la boca cerrada en esos días (meses) que asaltaría las páginas de este blog con una antorcha en una mano y un machete en la otra.
Quizá sea cansancio,
pero esa sensación iracunda de poner patas arriba todo lo que se me cruza por
la cabeza, va desapareciendo con el paso de los días. Cada vez estoy más
atemorizado. Y la culpa no la tiene el virus. Si el bicho tuviera una mínima
gota de inteligencia nos habría aniquilado en apenas unas semanas. Parece mentira
que, siendo un virus, se sepa de memoria el aforismo “divide y vencerás”. Y no
solo en España, en concreto en Madrid (que me pilla más de cerca), sino a nivel
planetario (como diría la Pajín).
Y es que no hay
que reflexionar excesivamente acerca de lo que está ocurriendo en el mundo para
darnos cuenta de que este periodo en concreto, por muy corto (ojalá) que sea,
tendrá que pasar a los libros de Historia como prueba de la madurez en la
política global y la conciencia social del ser humano. En verdad estamos haciendo
acopio de actitudes reprobables. Los gobernantes se pelean entre ellos para ver
quién la tiene más larga (la influencia), y el virus se despendola. La
solidaridad ya brilla por su ausencia y, ante dicha ausencia y la omisión de
medidas de control, el virus se despendola. Nuestra ansiedad se circunscribe a
no poder vaciar tercios de cerveza en una terraza. Cuando vemos una mesa vacía
en la calle, la asaltamos como bárbaros, y el virus campa a sus anchas.
Tampoco nos rasguemos
las vestiduras pensando en nuestro país. En Europa pasa lo mismo. Los guiris
que han podido venir a España a ponerse como cangrejos, se lo han bebido todo
allá en sus países de origen.
En breve el
despropósito continuará. Cuando se encuentre una vacuna relativamente fiable, habrá
países que acaparen el mercado, otros que no sabrán por dónde les da el aire y muchos
a los que, directamente, no le llegarán ni los envases vacíos. Esta es la evolución
(o involución) del ser humano en el último siglo: dos guerras mundiales que dieron
como resultado una conciencia colectiva para salvaguardar el orden y la salud
mundial, y tan solo ha cuajado en dos generaciones y media.
A ver, que es
verdad, que a los españoles nos la pela todo, y al resto del planeta también,
aunque cada uno con un estilo diferente. Los chinos exportan y hacen caja.
Estados Unidos acapara. Rusia mete cizaña. Brasil sigue de fiesta. Reino Unido
empeñado en separarse de Europa de malas maneras. Y el resto hace quinielas
para vislumbrar a que ascua deben acercarse llegado el momento.
Por eso estoy
atemorizado, porque, además, en España nos gusta la cocina bien condimentada,
con estilo. Con los problemas que tenemos y los que nos vienen de manera
microscópica, nos dedicamos a seguir echándole pellizcos de Guerra Civil, nacionalismo,
corrupción y lucha de clases con tufo demagógico-decimonónico. No son cortinas
de humo. Yo cada vez estoy más convencido de que la gente todavía se divide al
resto en rojos y fachas, vencedores y perdedores, españoles y catalanes (y
vascos), monárquicos y republicanos, ricos y proletarios. Para ellos, bueno,
para casi todos, estas cuestiones son muy importante ahora, cruciales, tanto o
más que el virus, porque el bichito nos hace recordar heridas que deberían
haber cicatrizado hace décadas. Pero siempre hay un hijoputa de cualquier
color, condición, sexo, religión o nacionalidad (real o inventada) dispuesto a
resucitarlas. Lo que me extraña es que nadie, pero nadie, se meta con Fernando VII.
Sin tan listos, cultos e inteligentes son, se están olvidando de las verdaderas
miserias de este país.
En fin, la
verdad, echo de menos a Fernando Fernán Gómez y sus jaculatorias, sobre todo aquella
famosa que nos enviaba a…
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