Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


lunes, 21 de enero de 2019

Obsesión por Eurovisión


Que sí, que con los 53 bien cumplidos más de la mitad de la población puede considerarme un carcamal, y razones seguro que no le faltan. Pero si algo me ha interesado verdaderamente en esta vida ha sido la música. En mi casa tengo más de un millar de álbumes (y de dos), de todos los colores, de todos los estilos, de todas las décadas, en español, en inglés, francés, italiano… ¡hasta en turco! Y en swahili, japonés… Tengo (y escucho) música clásica, pop, rock, flamenco, tecno… Vamos, que aunque mi vida sea el rock progresivo, le doy a todos los palos. Y en una etapa cortita de mi vida hasta me subí a los escenarios. Y toco (o maltrato) algún que otro instrumento. Sé lo que cuesta componer una canción, arreglarla y lanzarla al público. Sé de lo que hablo, poco, pero lo sé.
Ayer noche, amnésico en lo que a la gala de Eurovisión se refiere, me puse a ver una película de acción que no valía un pimiento, pero que me entretuvo. Cuando terminó me encontré con la votación de TVE1 para ver a quién enviábamos este mayo a hacer el ridículo a Israel. Y digo bien porque, gracias a mi olvido, tan sólo tuve que sufrir un resumen de los 10 bodrios que no sé quién había seleccionado como candidatos a cagarla una vez más.
Me pregunto quiénes son las mentes preclaras que criban a los opositores para pasar a la historia del certamen como portadores de un nuevo fracaso. Soy seguidor amateur del festival, nada fanático, y es cierto que, desde que tengo memoria del mismo (allá en 1974 con el Waterloo de ABBA), pocas veces me he equivocado de quién tenía opciones de ganar. Incluso en un par de ocasiones, nada más escuchar la canción, he dicho “ésta se lo lleva de calle” y lo hizo arrasando (como en 1997 con Katrina & The Waves y su “Love shine a light”; ¡temazo!).

En España tenemos una incontenible obsesión por hacer el ridículo en el certamen. Solo así se explica la basura que solemos presentar al concurso.

Para ganar Eurovisión (o habría que comenzar a pensar que, para querer realmente ganar) no podemos presentar lo que ayer tuve la mala pata de sufrir aunque solo fuera por unos segundos: baladas soporíferas, ritmos machacones sin melodía, reggaetón… es decir, mierda envasada al vacío sin melodía, sin armonía, sin ganas, sin nada, canciones vacías. Admito que las canciones que, en los últimos años, se han alzado con el triunfo, no eran santo de mi devoción, pero tenían un mérito: al menos detrás del trabajo presentado se veían ganas de ganar, se notaba que los compositores, arreglistas e intérpretes, se habían preocupado al menos de indagar en aquello que gusta en esta Europa ya tan diversa que tiene de todo menos identidad propia, y transmitir (he aquí el quid de la cuestión), eso, TRANSMITIR trabajo y ganas de vencer, cosa que en España no tenemos ni una cosa ni mucho menos la otra.
En fin, que somos un país mediocre con formato esférico porque, se nos mire por donde se nos mire, el resultado es el mismo en política, educación… y tristemente, también en artes, incluida la música.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Ocurrido en 2018 y lo que viene en 2019


¡Vaya añito que llevamos…! Sí, vaya añito que llevamos todos, que quieras que no, por mucho que a cualquiera le hayan ido bien las cosas, siempre hay gente dispuesta a retorcer el ánimo con tal de no dejarnos tranquilos. Y sin más preámbulo, comenzamos la lista de indeseables que, lejos de dejarnos tranquilos, se empeñan en joder la marrana por sus santos caprichos, esos que están a la altura media del cuerpo.
Nuestro siempre bien conocido y nunca suficientemente apreciado Donald Trump encabeza la lista. Este tarugo ha sido el principal valedor a la hora de hacernos la vida imposible. Que sí, que a todos nos afecta, que este pollo se levanta con una zurraspa molestándole en el calzoncillo y te la lía aunque tú no lo creas. Sus cambios de humor cercenan las bolsas del mundo entero, y eso afecta hasta al empleado peor tratado en cualquier rincón de la Tierra porque, aunque no te lo imagines, tu empleo depende de semejante payaso. Si Trump se levanta cabreado, te vas a la puta calle por mucho que creas que ser un asalariado de una mercería de un pueblo inmundo de La Mancha te mantiene al margen.
Luego colocaría a Theresa May, y también a esos lobos solitarios que pasan a cuchillo a viandantes de media Europa, y a sus iluminados jefes que campan a sus anchas por Oriente Medio. Si a esto sumamos a Sánchez y Torra, y al coletas, y al salvapatrias de Vox, y a Casado, e incluso a Rivera, y al resto de 400.000 políticos de este país, el mejunje sale perfecto. No hay día que alguno de estos personajillos nos la líen en el telediario.
Continuamos con los cómicos, que hacen humor cagándose en todo, en la democracia, en la bandera, en Dios y en la Virgen. Pero cuídate si eres tú el que te defecas en un gay, una lesbiana, un legionario, en Lennin, Franco o en su puta madre (la del cómico). Licencia para matar. Dicen que el humor tiene que ser libre, sentencia que yo apoyo sin miramientos, pero si usted se caga en Dios, por las mismas tengo yo derecho a hacer lo propio en la madre que a usted le trajo al mundo. ¿O no? No se me queje si, a sabiendas, rompe la piel más fina, aquella que igualmente tiene usted en el culo.
No hay manera de vivir tranquilo a no ser que seas tan insensato que hagas como el avestruz y metas la cabeza dentro del móvil para drogarte con las imbecilidades que aparecen en las redes sociales, siempre y cuando no tengan nada que ver con lo anteriormente expuesto. Aunque si te pones a leer lo que la gente pone ahí, lo mismo te amargan aún más. Porque últimamente no veo más que “conócete a ti mismo y serás feliz”, “sumérgete en tu vida interior y serás feliz”, “tu subconsciente te putea; mátalo y serás feliz”, “no trates de hacer feliz a los demás y serás feliz”, “todo lo que ha pasado en el mundo hasta hoy era una mierda y hoy ya toca ser feliz…”, y así hasta el infinito, lo que puede concretarse en “tienes que ser feliz por cojones, caiga quien caiga”. Y vaya que en muchos casos los consiguen, aunque esa felicidad forzada, obligada por decreto, impuesta bajo la sentencia de que no eres más que un ignorante y tienes que dejarte guiar por los gurús que todo lo saben y todo lo ven, sea en la mayoría de los casos la antesala de la tragedia o la locura. Aunque, si eres feliz, ¡qué más da que seas un loco…!

No hay que tener una bola de cristal ni ser extraordinario o sobrenatural para saber lo que nos espera mañana, y pasado.... Cambiar el futuro no está en tu mano. Capearlo sí.

Lo peor de todo esto es que Trump, May, Sánchez o Torra, o los cómicos, o los particulares que salimos en redes sociales, todos aquellos que quieren agitar el bote hasta llenarlo de mierda, lo hacen única y exclusivamente en interés propio, en su único beneficio, y todo para hacerse notar, para atesorar protragonismo. ¿Bien común? Me descojono…. Como decía Han Solo en La Guerra de la Galaxias (Episodio IV, 1977) cuando Luke Skywalker le descubre que van a matar a la princesa Leia, el contrabandista más famoso del universo (y el más guapo) le responde que “mejor a ella que a mí”. Salvo honrosas excepciones, esas que se pueden contar con la mano del capitán Garfio, en este planeta se concentran todos los centros conocidos del universo, exactamente los que cada uno tenemos en nuestro ombligo. Que el Papa nos coja confesados en el 2019.

miércoles, 13 de junio de 2018

Al frente del gallinero


Falta de tiempo, que no de aganas. Siempre lo digo y la excusa se me queda muy sobada, pero es que no tengo otra explicación. Veinticuatro horas se me quedan cortas para todo, para lo que me gusta y lo que no. Y este año, esa intención, ese compromiso de escribir en el blog se va diluyendo como las intenciones de un político a medida que avanza su mandato, y yo no quiero parecerme a un político, ni por todo el oro del mundo ni todo el amor del planeta.
Hablando de políticos: ahí tenemos al repudiado y posteriormente aclamado Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno. ¡Tócate los webos! Si me hubiera pasado a mí, me temblarían las canillas porque no es lo mismo querer serlo que, de la noche a la mañana, encontrarte sentado en el retrete de la Moncloa. Pero a este tipo de personas no se les mueve un pelo. Han nacido para eso.
Creo que ya lo he dicho en alguna ocasión, que a mí, este hombre, no me gusta nada de nada. También es cierto que solo lo conozco por lo que sacan de él los telediarios, y a partir de ahí únicamente te puedes hacer una vaga idea. Y creo, sinceramente, que todo el mundo tiene derecho a un voto de confianza, sea del color que sea, del equipo de fútbol que anime, o de la religión que practique.
¿Quién no ha dicho alguna vez que, si llegara a ser “lo que sea”, haría tal y cual cosa…? En el trabajo o en la comunidad de vecinos, todos nos hemos querido subir a la poltrona para cambiar las cosas. Incluso, en un alarde de imaginación y soberbia, nos sentimos capacitados para ello. Y en ocasiones además lo estamos. Lo que nos ocurre es que sabemos que las circunstancias no nos van a permitir nunca llegar hasta ahí, arribita del todo. Pero imaginemos que un día, de repente, estamos encaramados donde ahora está nuestro jefe (p.e.), y por fin conseguimos que nos dejen afrontar las situaciones como creemos que hay que hacerlo.
Ese es el beneficio de la duda que le dejo a Pedro Sánchez, pero solo de momento. Ni en sus mejores sueños se vio sentado en la Moncloa, mucho menos tan rápido. Lo repito: este señor no me gusta, pero nada. Sin embargo, igual es de esas personas que, de repente, se destapa como un buen… (no sé si calificarlo de estadista, gestor, político…), me vale casi como un buen hombre (que ya es más que suficiente).

De carambola, tiene la oportunidad de demostar lo que dice que vale. No todo el mundo tiene esa suerte.
Tiene una legislatura de mierda que quizá no le dejen terminar, en clarísima minoría, sin margen de maniobra, pero está sentado en el sitio del que manda, y eso, aunque ya solo sea por la atención que los medios de comunicación te otorgan, es un gran escaparate para que pueda mostrar sus habilidades, para que no se baje de la burra de su conciencia, para que sea tan digno como proclama. De momento, dice la prensa que no se quería zampar a Máxim Huerta por estar manchado. Pues… o bien se lo ha pensado, o bien le han hecho pensar que no se podía tener un Ministro de Cultura con mácula en Hacienda.
En definitiva, que si va por el camino de “soy fiel a mis principios” con cabezonería, tenemos a otro Zapatero o a otro Rajoy haciendo el mono. Pero si va por el camino de “soy fiel a mi conciencia y responsabilidades”, y le suma sentido común, algo, solo algo, aunque sea poco, habremos ganado.
Le deseo suerte a Pedro Sánchez por el bien del país en su conjunto, igual que se la desearía a cualquier otro pollo que se pone al frente del gallinero. Lo importante en estos tiempos, en el siglo XXI y en España, es tener a alguien que nos haga la vida mejor con independencia del color que profese, algo que en Europa aprendieron después de la Segunda Guerra Mundial y que aquí todavía desconocemos (y creo que tardaremos otro siglo más en entenderlo).



viernes, 20 de abril de 2018

Orgullosos de ser incívicos


Es difícil olvidarse o abstraerse del país en el que uno vive. Al fin y al cabo, está sumergido 24 horas al día en sus circunstancias, en su ambiente. En definitiva, es su entorno. España es un país donde vivir relativamente cómodo y relativamente feliz no es difícil. La mayor parte del año tenemos sol, buenas temperaturas, incluso suerte con la lluvia. Nos sobra socarronería, sarcasmo y buen humor. Como he dicho muchas veces, tenemos el lujo además de estar a la cabeza del Tercer Mundo (porque al primero no accedemos ni de broma). Como diría Bismarck, somos tan afortunados y tan fuertes que no nos destruimos a nosotros mismos por mucho que lo intentemos. Todo un triste logro.
Todas las mañanas repaso estos pensamientos mientras conduzco los 40 kilómetros que separan mi casa de mi trabajo. No hay nada como observar la autopista para saber en qué país me encuentro, para darle la razón al estadista alemán del siglo XIX. Porque es cierto que somos simpáticos, dicharacheros, casi felices, pero en la misma medida demostramos nuestro egoísmo, nuestra mala educación y nuestro poco civismo. Y la carretera es un buen ejemplo de ello. Todas las mañanas, con el sueño aún pegado a los ojos, observo los cuatro carriles de la autopista cuyo límite de velocidad está fijado en 100 km/h. Pues no lo respeta ni la policía. Tampoco eso de circular por la derecha. No me atrevería a concretar un porcentaje, pero más de la mitad de los conductores ocupan el tercer y cuarto carril a más de 120 km/h. En el segundo es donde se esconden los peores, esos que no llegan a 100, incluso a 90, pero dejan el carril de la derecha libre porque les da tirria, o vergüenza, o miedo, o seguramente porque su cerebro, su educación y su seguimiento de las normas son nulos. Y ahí me tiene usted a mí, como el pringado que soy, conduciendo por el primer carril a 95 km/h y, de vez en cuando, aguantando las luces largas de algún hijo de puta que, como le ocupan el segundo y el tercer carril los que van a su bola, no puede ir a 150 por el cuarto.
La forma de conducir en España nos retrata como ciudadanos y como personas, y debo decir que salimos borrosos y sucios en la foto (menos en las de los benditos radares, a los cuales alabo con toda mi alma porque no hay excusa cuando te cascan una multa por superar el límite de velocidad, máxime cuando además pones en riesgo la vida de los demás). Cuando salimos a la carretera nos importa poco el resto de compatriotas que nos rodea. Sentados en el coche hacemos lo que se nos pone en la punta del bolo. No atendemos al Código de Circulación, ni a las señales, ni a las recomendaciones, mucho menos al sentido común. No es que no nos importe nuestra forma de conducir, sino que nos trae absolutamente sin cuidado si molestamos al resto, si nuestra conducta puede provocar un atasco o un accidente, si hacemos perder la vida a alguien que va tranquilamente a nuestro alrededor. Nos incorporamos a la autopista a la velocidad que nos da la gana, generalmente inferior a la que lleva la vía. No contentos con no adecuarnos al ritmo (¿por qué se le llamará a la incorporación carril de “aceleración”?), no cedemos el paso y, para mayor gloria de nuestra estupidez, tan pronto ingresamos y hacemos frenar a todo el carril derecho (tampoco pasa nada, suele ir vacío), nos colocamos en el central a nuestros impresionantes 80 km/h para hacer frenar a todo Dios. Y ahí nos quedamos, en el centro viendo las margaritas crecer a nuestra derecha.

Somos tan obtusos que, no solo no nos damos cuenta de lo bobos que somos sino que, además, no nos importa lucirlo.

Esta maravilla de civismo tenemos que aplicarla también a todo lo que hacemos día a día, hablar por teléfono a bocinazos en la sala de espera del médico, a ver vídeos con el sonido a todo trapo en el metro o en el autobús, a dejar nuestro carrito cruzado en el pasillo del supermercado, a abandonar el coche en doble fila en calles estrechas, a seguir hablando por el móvil mientras conducimos y, eso sí, a quejarnos cuando no hemos sopesado ni un segundo si tenemos razón cuando nos llaman la atención.
Con la actitud de este país, nuestro futuro será siempre el mismo, es decir, la mediocridad más absoluta. No hemos cambiado nada de nada en más de dos siglos, ¡nada! (lea usted a Benito Pérez Galdós o a Mariano José de Larra y verá lo que le cuento. ¡Ah, que usted no lee…!). Bueno, pues entonces no sigo escribiendo. Eso sí, por favor, ya que no piensa en el futuro, ni el propio ni en el de sus hijos, sobrinos, nietos…, deje también de pensar en el pasado, olvídese de guerras civiles, dictaduras, terrorismos, independentismos… No se engañe a sí mismo. A usted las normas le importan un huevo. Solo le importa usted mismo.



sábado, 31 de marzo de 2018

¿Soy importante?


De repente hay un día de tu vida, un día cualquiera, en el que te das cuenta de que eres muy importante para alguien. Esa fecha no está marcada en rojo dentro del calendario y seguramente nunca lo estará, pero a partir de ese instante comienzas a sentir el peso de la responsabilidad en la espalda, un peso que se multiplica por mil cuando caes en la cuenta de que llevas siendo alguien crucial en la vida de una persona desde hace muchísimo tiempo y no solo desde que lo has advertido. Todo lo que has hecho o dicho durante años ha tenido en ella un impacto tan grande que, en muchos casos, te has convertido en un referente, un faro, un modelo a seguir.
Esto que acabo de explicar no solo me ha ocurrido a mí. Nos ocurre a todos, porque todos somos para alguien una persona fundamental en su vida, y únicamente eres consciente de ello cuando te recuerda algo que hiciste, una frase que dijiste y que, inopinadamente, le supuso un lema, una ayuda, casi un axioma… Y esa persona para quien ocupas un lugar fundamental en la vida, es capaz de recordar palabra por palabra o gesto por gesto aquello que le quedó grabado en la memoria y que le ha servido para ir encontrando su camino.

Aunque no seas consciente, eres muy importante para alguien.

En algún momento todos nosotros hemos bebido de una fuente que nos ha ayudado a crecer y en la que muchas veces hemos buscado refugio o consejo. Todos conocemos personas a las que admiramos, casi idolatramos, porque las consideramos más sabias que nosotros. Lo que debemos tener presente en nuestro día a día es que, sin querer, nosotros también somos ese manantial que muchos necesitan cerca para sentirse guiados y reconfortados. No importa la edad que tengas, tu experiencia vital, tus ideas o tu actitud. Aunque aún no lo sepas, TÚ también eres YA una persona fundamental para alguien. Ocupas un lugar preferente en su vida. Estarás en su pensamiento y en su boca cuando defienda sus ideas, cuando tome decisiones, cuando haga examen de conciencia y sopese qué habrías hecho tú en tal o cual situación. Tú no lo sabes, pero hay momentos muy especiales en vidas ajenas en las que eres determinante.
De esta condición de oráculo involuntario nade puede renegar. Es una responsabilidad que debemos asumir como los pequeños dioses que en realidad somos. De tus palabras y de tu actitud depende, en muchos casos, el rumbo que tome alguien cuando se vea atrapado en esas encrucijadas que nos encontramos en la vida. Entonces te harás presente y pensará en ti. Así que, la próxima vez que estés en un grupo, con tus amigos, tu familia, con compañeros de trabajo o de clase, sé consciente de que tus palabras no caen en saco roto para alguien, ese alguien que graba a fuego quien eres y cómo eres, alguien muy importante.
Después de leer estas líneas no te quedes en lo fácil o en lo obvio. Un padre, un profesor, un escritor… pueden ejercer esa influencia involuntaria sobre un hijo, un alumno o un lector, pero tú como hijo, alumno o lector también puedes ejercer y, de hecho ejerces, como faro y referente para un padre, un profesor o un escritor. Porque, aunque no lo creas, eres muy, pero que muy importante para alguien.