La verdad es que me siento un privilegiado. Trabajo
en una compañía solvente a la que la crisis no molesta demasiado. Tengo una
nómina a fin de mes, algunos beneficios sociales pero, sobre todo, me deja
vivir en Greenwich, es decir, la flexibilidad de horarios permite que acomode mi vida a mis requerimientos o a mis gustos.
Cuando digo que, generalmente, antes de las 6 de la
tarde suelo estar ya en mi casa, la gente me dice que soy un privilegiado, que
ellos no pueden hacerlo, que sus respectivos trabajos les atan de pies y manos
y no les dejan moverse, que ellos darían lo que fuera por llegar a sus hogares a esas horas. El gesto les cambia cuando les comentas que para salir de
trabajar "tan pronto" he tenido que despertarme de madrugada (a las 06:45) y me
he sentado en mi lugar de trabajo una hora más tarde, cuando el resto del país
está en la ducha o, mucho peor, aún entre las sábanas.
Dar un pasito hacia el horario que marca el
meridiano cero no debe darnos miedo. En primer lugar, el 80% del territorio
nacional está bajo la influencia de ese meridiano, es decir, nos corresponde la
hora solar que marca. Fue a raíz de la Segunda Guerra Mundial cuando España
decidió adelantar una hora el reloj porque nos convenía estar a la par con el
resto de Europa. Pero ahora ya parece trasnochado y, además, España no ha
evolucionado como Europa. Deberíamos regirnos por Greenwich y vivir un poco más
con el horario solar, despertarnos al alba, trabajar cuando hay luz natural y
recogernos cuando salen las estrellas. Menos gasto, más ahorro (que no es lo
mismo pero suena igual). En Europa lo hacen así y no les va mal, y eso que
tienen muchísima menos luz solar que nosotros. Además, continuando con nuestros
horarios no hay forma humana de poder trabajar con el resto de Europa. Veamos
un ejemplo (un tanto exagerado, eso sí, pero creo que muy ilustrativo y poco desencaminado):
- 07:30 - Un europeo, pongamos por ejemplo un holandés, entra a trabajar. Llama a España para comentar un asunto de trabajo. El español está en su casa durmiendo tan ricamente.
- 09:00 - El holandés se toma un café en su mesa y llama de nuevo a su oficina de, por ejemplo, Madrid. El español está en un atasco.
- 10:00 - El holandés mira la hora en su reloj y por coj*nes piensa que el español tiene que haber llegado ya la oficina. Llama por teléfono. El español ha llegado… pero ha bajado al bar a tomar un café.
- 12:00 - El holandés baja a la cafetería del edificio a tomarse un sándwich y una Coca-cola, justo en el momento en que el español ha decidido llamarle. “¡Coño!, comiendo a estas horas…”. Ignora que el holandés lleva sentado en su sitio ya más de cuatro horas y él apenas ha comenzado a calentar la silla).
- 12:30 - El holandés se limpia la boca con la servilleta y llama al español, que curiosamente se ha bajado a tomar el bocata de media mañana.
- 14:30 - El holandés, viendo que se le está terminando la jornada laboral, vuelva a llamar al español que, ¡cómo no!, se ha pirado a comer.
- 15:30 - Nueva llamada desde Holanda. El español continúa comiendo.
- 16:00 - Fin de la jornada laboral en Holanda, que apenas queda ya sol para llegar a casa, y hay que aprovechar para recoger a los niños, llevarlos a clases extraescolares y al médico, hacer la compra y la cena. El español eructa en esos momentos el chupito de hierbas.
- 16:30 - El español llama a Holanda para ver si puede hablar con su colega. El holandés se ha pirado hace ya tiempo a su casa.
- 19:30 - El holandés, casi 4 horas más tarde de haber salido del trabajo, está en casa con los niños y sus extraescolares cumplidas, las consultas del médico realizadas, la compra hecha y, venga, la cena aún por cocinar. El español continúa calentado silla, cabreado porque además no le da tiempo a nada.
- 21:00 - Duchado y cenado, el holandés se planta delante de la tele. El español acaba de llegar a casa. No ha visto el sol. Ha estado en la oficina 11:30 horas, de las cuales ha desperdiciado 2 comiendo y otra media (por ser buenos) tomando café. No ha hecho nada con los niños y ha currado 9 horas a trompicones. El holandés ha currado las mismas del tirón y lleva libre toda la tarde.
- 22:30 - Después de hora y media de asueto, el holandés se va a la cama a leer (o a tocarse los webos, que no son todos tan ilustrados). El español comienza a cenar.
- 23:00 - El holandés roncando. Le restan unas 7:30 horas de sueño, que ya está bien. El español se engancha a Tele 5 para ver qué grano en el culo le acaba de crecer a la famosa de turno.
- 01:00 - El español se va a la cama. Le quedan menos de 7 horas para despertarse y volver a perder el tiempo.
En mi caso, no puedo seguir la vida del holandés
porque en Europa hay mucha jornada intensiva y aquí no demasiada. Pero la gente
me envidia porque a las 6 de la tarde estoy en casa, voy a la piscina a las 7,
o al cine, o al teatro, o a llevar a mis hijas al médico o a entrenar al Voley.
Y todavía, esos días, llego a casa a las 9 y media después de tantas cosas hechas.
Quizá si todo el país se acomodara a un horario más racional, comenzando por
las guarderías y los colegios, y continuando por restaurantes, cines, teatros,
comercios, incluso televisiones, otro gallo nos cantaría, eso sí, siempre y
cuando las empresas pongan de su parte y además, sean conscientes de que
calentar silla es improductivo.
Yo, por mi parte y de momento, voy a seguir
viviendo en Greenwich mientras me dejen.
Eso sin mencionar lo que cuesta calentar e iluminar una oficina en las horas de la tarde.
ResponderEliminarEfectivamente. Hay tantas cosas que se podrían hacer o dejar de gastar, que la lista sería bien larga.
EliminarDe las mejores entradas del blog que te he leído, simplemente genial.
ResponderEliminarMil gracias.
Eliminar