Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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miércoles, 9 de diciembre de 2015

7D, El debate que yo vi

Llevaba días negándome a ver el debate y dedicar así mi escaso tiempo a otros menesteres más productivos (tales como escribir o jugar a la Play Station), pero al final me pudo la curiosidad y me conecté a la televisión como otros 9 millones de telespectadores. La verdad es que, lo admito, me divirtió tanto la forma como el fondo del asunto, vamos, que se me pasó como una centella. Tan entretenido estuvo que procedo a diseccionar lo que me pareció personaje a personaje, que no candidato a candidato porque hubo uno que, como yo, se lo tragó sentado en el sofá.

Pablo Iglesias abogó por los currantes que se levantan a las 6 de la mañana y las amas de casa que curran 15 horas al día. Pues yo hago esas dos cosas (y alguna más) y ni me siento víctima ni creo que sea como para montar el pollo revolucionario que él quiere montar....
 A Pedro Sánchez le bautizaron apenas terminó el evento como el gran perdedor. No sé si ponerlo en duda, pero hubo una cosa que sí me gustó de él, y fue su desparpajo a la hora de querer entablar debate cara a cara con quien fuera de los otros tres, aunque lo hiciera como si estuviera en un bar y necesitara que alguien le invitara a una caña para charlar. Eso muestra ganas y confianza, y me parece correcto, incluso conveniente, pero si su discurso hubiera sido un poquito más variado habría ganado algo más que críticas. Creo que, al igual que le ocurre al otro gran partido, sus propósitos y objeciones no han cambiado nada desde hace 40 años. Predecible y aburrido, disco rayado.

Pablo Iglesias era a priori el mejor orador de todos y el que, en el “cara a cara” o en el “todos para uno y uno para todos”, tenía que haber sobresalido. Y en eso estuvo en su línea, suelto y mostrando confianza, incluso cierta soberbia con el “tranquilo Pedro” y “tranquilo Albert”. En otra situación le hubiera ido de perlas porque el hombre se mueve con la palabra como pez en el agua, pero como cambia de criterio cada quince minutos no se sabía ni su propia lección y fue quedándose en evidencia él solito sin ayuda de nadie. Lo que sí hizo estupendamente (y lo digo sin eufemismos) fue movilizar a sus bases, votantes y simpatizantes para arrasar en las redes sociales, y vaya sí lo hizo.

Albert Rivera todavía sigue buscando la lagartija que se le había colado dentro del traje porque no paró quieto ni un segundo en la primera parte del debate. Le podían los nervios y la ansiedad por seguir rascando votos a derecha e izquierda, y eso jugó en su contra. Se atropellaba tanto que no llegaba casi ni a explicarse, cuando la cercanía y sus maneras sencillas y llanas son el punto fuerte de su poder de comunicación. En la segunda y tercera parte del debate pudo controlar al reptil que le hacía cosquillas y se serenó bastante, aunque las palabras no llegaron a fluir como nos tiene acostumbrados. De todas formas, se le notaba más cómodo pudiendo lanzar pullas en todas direcciones, eso sí, con cierta elegancia y sobradas de sarcasmo. Para mí, perdió una oportunidad de oro para haber rascado más, vaya, con azada.

Y Soraya Sáenz de Santamaría estuvo en su papel de cerebro indiscutible de su partido, la más lista de la clase, con inteligencia y determinación, firmeza y valentía. Es lo que te da una cabeza privilegiada y experiencia como portavoz. Se presentó con los deberes hechos, la lección aprendida y un argumentario preparado para las más que previsibles objeciones que le iban a soltar sus compañeros de debate. Seria, eficaz y, eso sí, muy nerviosa al principio, que se le adivinaba haciendo memoria para responder correctamente, vamos, que no fue ella misma hasta que le calentaron el trasero con la corrupción, y entonces se desató. En cualquier caso, sus propuestas, al igual que ocurrió con pedro Sánchez, son las mismas que su partido lleva haciendo desde la transición.

Por resumir un poco, la novedad estuvo en que el debate fue entre cuatro y no entre dos, que uno de ellos ni siquiera era candidato, que los dos de siempre no mostraron nada nuevo bajo el sol, y que los dos nuevos están todavía muy tiernos, uno por oportunista y veleta (con el plumero al aire), y otro por ansioso, cuando todos sabemos que la paciencia es una gran virtud y la gente sólo se fía a medio plazo. Sea como fuere, creo que el debate más que aclarar, confirmó votos ya decididos. En fin, que como experiencia televisiva estuvo bien. Lo mejor fueron los periodistas Vicente Vallés y Ana Pastor; el primero bregado en mil batallas supo imponer sus reglas de manera elegante pero firme; a la segunda le faltó su habitual punch, pero también hay que tener en cuenta que el lunes no fue periodista sino moderadora.


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