El final de un
año es una ocasión propicia (y manida) para recopilar todo lo hecho o acaecido
durante los últimos 365 días, un ejercicio que, por estar ya usado hasta la
saciedad, no deja de ser útil para aquel que lo practica enfocándolo hacia su
propia vida en lugar de limitarse a ver lo que hacen los medios de comunicación,
resúmenes generalistas en los que prima el impacto político, económico y social.
Por eso este
año no voy a repasar y enumerar elecciones, muertes, guerras, atentados, huelgas,
accidentes…, sino que me voy a centrar conmigo mismo, básicamente porque se me
pinta hacerlo. Debe perdonar el lector que sea poco explícito, pero al final del
texto lo entenderá.
Podría titular
2016 como el primer año del resto de mi vida. Me ha tocado volar en solitario a
través de muchos cielos, algunos revueltos, otros no tanto. No he tenido tiempo
ni espacio para tocar tierra, plegar las alas y cerrar los ojos para reposar. Aunque
ya calzo más de medio siglo, la situación era novedosa e inquietante. Ha sido cansado,
a veces estresante, angustioso, pero muy productivo porque he aprendido que cuando
realmente necesitaba hacer algo, si me fallaban las fuerzas para conseguirlo terminaba
haciéndolo por cojones. Además, aunque la mayoría del tiempo los cielos eran
inmensos y grises, nunca he llegado a sentirme solo.
También ha
habido momentos de pérdida de autoestima, de energía, de ilusión, de no tener ganas
de hacer nada; y al contrario, los ha habido de satisfacción, de alegría, de
risas, de entusiasmo y de hiperactividad. En lo que se refiere a cualidades y
actitudes, la tónica general ha sido la comprensión, el tesón, la paciencia y,
por qué no, en algunas ocasiones, contar despacio desde uno hasta mil veces mil
antes de romper la baraja.
Imagen de este año a punto de ser borrado del mapa |
2016 ha resultado
también la vuelta a una cierta faceta dentro de la adolescencia, a escuchar
música con los ojos cerrados y que se me pusieran los pelos de punta, a
rescatar emociones que creía que habían desaparecido con las canas, a constatar
que otras efectivamente se han esfumado, y que quizá haya algunas más aún por
descubrir; a dar pasos convencido de que lo hacía en tierra hostil y a no
darlos cuando el terreno me lo permitía; a ser un poco rebelde, a saberlo todo
cuando no tengo ni puta idea de nada y viceversa. Ha sido tan incómodo como
divertido. Quizá en algunos momentos haya resultado un poco desaprensivo, pero quien
no arriesga no vive.
En fin, que el
año se acaba y aquí he hecho acopio de lo sucedido. Como el lector puede
apreciar si lee entre líneas, no he escrito otra cosa que mi propia vida (que también
es la suya), porque a todos nos ha pasado algo importante en 2016 y hemos
sentido en mayor o menor medida lo que yo he descrito un poco más arriba. Lo
que ha ocurrido conmigo es que las circunstancias me han hecho estar un poco más
pendiente de advertir qué me estaba ocurriendo. No hay que darle más vueltas.
Como colofón a
este año comparto la enseñanza que me llevo de estos doce meses:, hay que batir
las alas sin parar, seguir, seguir y seguir, porque si te paras estás muerto
aunque tú no lo sepas.
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