Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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martes, 14 de febrero de 2017

San Valentín, ese chivato acusador

Y llegó el día más pasteloso de todos los del calendario: san Valentín, una festividad comparable a la Navidad porque es el día en el que se celebra el amor (conyugal o universal) para respetarlo durante 24 horas. De esa manera  los demás días del año no tenemos que celebrarlo, ni siquiera practicarlo.
De san Valentín (el santo) se sabe más bien poco. Por lo visto fue un hombre al que decapitaron en el siglo III. Poco (o nada) ha llegado a nuestros días que se pueda dar como cierto. Se dice de él que lo ejecutaron porque casaba a los soldados del Imperio en secreto cuando estos tenían prohibido el matrimonio. No, lector, no los casaba entre ellos, sino con sus respectivas enamoradas (lo explico porque a mí me ha costado un poco coger el sentido de la frase cuando la he leído). En definitiva, san Valentín era una especie de caramelo envenenado porque hacía triunfar el amor por su santo designio, ignorando que después al contrayente le podía caer la del pulpo y, de hecho, él mismo perdió la cabeza por su obsesión. Eso sí, le hicieron santo. No sé por qué y prefiero no pensarlo.
Lo que queda claro es que es un día tremendamente injusto, delator, separatista, acusica, humillador, lo mismo que ocurre con el día del padre, el día de la madre o, por ejemplo, el día de la mujer trabajadora. La gente hoy se felicita (exclusivamente entre enamorados) y a los demás que les den morcilla. El día del padre sólo lo celebran los padres; el de la madre las madres; y el de san Valentín tienes que celebrarlo por cojones porque si no te estás acusando a ti mismo de ser un solitario amargado al que no quiere nadie. Es un día injusto, muy injusto. Como si enamorarse o tener pareja fuera obligatorio, por cojones. Porque en caso contrario, tu condición de buena persona, aceptada por la sociedad en la que los buenos valores se te presuponen, queda en entredicho. En este país, ser soltero o, simplemente, no tener pareja, es casi sinónimo de egoísta, aprovechado, tipo que vive a su aire sin importarle un carajo los demás, poco escrupuloso y contrario al compromiso. O de feo, si, también puede ser sinónimo de desagradable a la vista. O de bicho raro. Da igual si eres soltero por obligación o por devoción. Eres un hueco oscuro de dudosa intención en una dentadura perfecta.

Deberían quitar este día del calendario. La Iglesia lo hizo en 1969 pero quizá por lo que representa el santo y el año en el que se intentó que lo olvidáramos, se sigue celebrando.

Jamás de los jamases he celebrado el día de san Valentín estando solo o en pareja (lo de estando solo es un cruel eufemismo). Porque el día de los enamorados, como reza la manida lógica, deberían serlo todos. Lo mismo pasa con la Navidad, que debería celebrarse a diario. Lo que ocurre es que no podemos renegar ni evitar nuestra condición de seres humanos. Nos cansamos, nos olvidamos, renegamos e, incluso, odiamos. Y al final no volvemos a creer en san Valentín o en la Navidad hasta el año siguiente. Vaya, que esto no tiene por dónde cogerse.

Así que, respetando la libertad de cada uno, yo voy a continuar por quincuagésimo primer año consecutivo obviando a san Valentín, su celebración y a su pastelera madre en el trampolín de la muerte, ya sea estando solo o emparejado, situación cuya posibilidad de repetición es muy remota, hasta el extremo.



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