Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


lunes, 31 de enero de 2011

Virgencita, que me quede como estoy

La verdad es que no sé qué pensar de los acontecimientos que se están sucediendo en el norte de África. Por un lado, a medida que la información fluye a través de los medios de comunicación, creo que la instauración real de un régimen democrático (o pseudo-democrático) hará que esos países se quiten de encima el yugo de dictaduras más o menos encubiertas, más o menos rígidas, más o menos duras, y den un pasito adelante hacia la flexibilidad  que ofrece la libertad de las sociedades modernas.
Pero por otro lado, casi todos estos regímenes instaurados desde hace décadas han servido de freno al islamismo más radical, básicamente porque iban en contra de los intereses de quien estaba encumbrado en el poder. Esta circunstancia ha evitado que países como Túnez, Egipto o Marruecos (nuestro amigo Mohamed VI debe estar temblando) se convirtieran en algo parecido a lo que puede ser hoy en día Irán, y a nadie le gusta tener un vecino tan belicoso y tan poco dado a atender a razones. Mejor malo conocido, así que, si me dan a elegir, me quedo con Marruecos tal y como está. Todo esto lo digo porque acabo de ver en el periódico que ya hay algún líder islamista llamando a las puertas del poder en Túnez
Así que, como iniciaba este comentario, ya no sé si estoy a favor o en contra de la revolución que hay por ahí abajo. Casi prefiero pensar aquello de “virgencita que me quede como estoy”.

martes, 25 de enero de 2011

Nueva nobleza sobre el mismo pueblo: la misma historia de siempre.


Como no hay dinero para todos, y de seguir así sólo lo va a haber para unos pocos, la clase política, sobre todo diputados y senadores, se agarran como perros al hueso de sus privilegios. Los defienden con uñas y dientes con tal de que les quede una más que jugosa y generosa compensación por sus más que tristes servicios prestados, una pensión que no cumple con los requisitos que se le exige a cualquier trabajador.
Esta nueva nobleza de la que el resto del pueblo es cautivo, no se conforma en chupar de la teta del Estado mientras son “trabajadores” en activo, sino que quieren seguir haciéndolo al pasar la frontera de la jubilación jugando con sus propias reglas, muy diferentes de las de los trabajadores de a pie.
Es injusto, insultante, abusivo, aparte de inexplicable e indefendible. Porque, si no estoy mal enterado (que todo puede ser), estos diputados y senadores quieren su tajada de pensión por el mero hecho de haber sido elegidos por el pueblo en las urnas y con independencia del tiempo que hayan estado en el cargo (creo que si cumplen una legislatura les corresponde el 80% de la pensión, y si son dos o más, el 100%). Pues no lo entiendo. El resto de los españoles tenemos que cotizar varias décadas para que nos quede una pensión mínima y ellos no.
Si la igualdad es el fundamento de este Estado (aunque cada vez lo dudo más), justamente la clase política debe cargar con el ejemplo y cotizar tantos años como el resto. Además, por el hecho de haber sido representantes del Pueblo, tienen suficientes contactos como para facilitarles el salir del paso y conseguir cualquier tipo de trabajo que les haga alcanzar una pensión digna con el sudor de su frente acumulado durante los años que les toque trabajar, y no sólo durante unos poco.
Para echarle morro ya tenemos a los cerdos. No necesitamos a nadie más.

viernes, 21 de enero de 2011

Escorpio pata negra... ¿o no?


Mi abuela decía que no hay nada seguro en esta vida. ¡Qué razón tenía! Me ha venido a la mente esta frase al terminar de leer un artículo sobre la aparición de un nuevo signo del zodíaco: los Ofiucos. Por lo que cuenta el artículo, hace unos 3000 años comenzaron a hacerse presagios con la lectura de los astros en el cielo. El concepto de Zodíaco apareció entre los siglos VII y VI antes de Cristo. Por esas fechas se concretaron más o menos los signos y poco después se realizó la primera carta astral. Hasta aquí, todo correcto. Sabemos que los signos del Zodíaco son 12, que cada uno tenemos el nuestro y que marca nuestros destinos, personalidades, etc… o al menos eso cree mucha gente.
Pero ahora, hace unos pocos días, los astrónomos (que no los astrólogos), se han decidido a actualizar la información que nos dan nuestros cielos. Después de echarle muchas horas de estudio, observación, cálculos y demás tareas propias de científicos serios, se han dado cuenta de que, sea por lo que sea, la inclinación de la tierra ha cambiado con respecto al sol. El astro rey recorre ahora las constelaciones de los signos del Zodíaco en diferentes fechas. Y son estas fechas tan diferentes de las que conocemos (además de que el sol ahora recorre el cielo de otra manera y por otros lugares) que incluso hay por lo visto una nueva constelación y, por lo tanto, un nuevo signo: Ofiuco. Este nuevo signo se lleva parte de Escorpio y de Sagitario, es decir, se cuela entre medias de los dos y destroza el concepto de Zodíaco que teníamos hasta la fecha.
Así que tantos años creyendo que eres un Escorpio de pura cepa, un Escorpio pata negra,  y resulta que todo era mentira. Y lo peor no es que lo creas, es que hay gente que se anuncia en los periódicos, en Internet o en la televisión que se forra a costa de asegurar por todos los astros de universo conocido (o por Obi Wan Kenobi) que eres un Escorpio (o un Sagitario) puro y duro. Ahora, después de un estudio científico, resulta que eres un Ofiuco (que me suena muy parecido a eunuco). Total, que todos esos brujos o brujas, pitonisas, videntes y demás fauna esotérica, estaban trabajando (o traficando) con algo de lo que, según la ciencia, está equivocado.
No hay nada seguro en esta vida, ni los cuentos chinos ni los cuentos del espacio, que lo mismo me da que me da lo mismo.
Para que luego te fíes de lo que nunca tenías que haberte fiado.
P.E.:  yo sigo siendo Escorpio pata negra, que a los del 2 de noviembre no nos afecta esta actualización.

lunes, 17 de enero de 2011

No más de 8 años, por favor

Los españolitos de a pie siempre nos hemos sentido acomplejados por todo aquello que huele a Europa o Estados Unidos. Esta turbación ha podido cambiar últimamente a causa de estos 15 años de bonanza desenfrenada que ha sufrido España (y digo bien “sufrido”) y que notemos sabido digerir. Ahora, derrotados, volvemos a nuestras raíces. Viendo lo que se cuece afuera, y cómo el resto de países han capeado el temporal, agachamos la cabeza y nos ponemos colorados.
Yo no voy a desentonar de mis paisanos. Europa es diferente a España aunque, mal que les cueste admitir que África comienza cruzado el estrecho, seguimos siendo Europa. Pero lo que sí tienen más allá de los Pirineos es más cultura democrática, cultura que a su vez heredaron y desarrollaron los norteamericanos. Todos ellos sabían que aquella persona que se perpetúa en el poder es o un político corrupto y endiosado consentido por el pueblo, o simplemente un dictador. Ya los griegos, hace varios milenios, resolvían la democracia corrupta con la inclusión de un dictador de quita y pon (entre los más famosos, Catón y Solón, dos joyitas capaces de acojonar al más sádico y extremista). Ahora hay otras técnicas para dejar a los dictadores a un lado y a los mandatarios repetitivos también. Porque cualquier hombre (o mujer, sí, o mujer) que pruebe el poder más de lo que recomienda la ética y la profesionalidad, termina narcotizado y viviendo como Dios. De hecho muchos de ellos piensan que son el mismo Dios. Y así vegetan dentro de su confortable capullo de seda sin importarles nada de lo que ocurre dentro o fuera de su país a no ser, claro está,  que les reporte más riqueza o más poder. En nuestra joven democracia les ha ocurrido a todos aquellos mandatarios que, elegidos democráticamente, han alcanzado las dos legislaturas (o más) en sus puestos, ya sea de alcalde, presidente de una autonomía o de un gobierno nacional. Hagan memoria, por favor, hagan memoria, y se encontrarán con populares, socialistas, nacionalistas, comunistas, independientes… de todo.
Por eso pienso que no debemos acomplejarnos. Seamos dignos aprendices y hagamos caso a otras democracias mucho más avanzadas y maduras que la nuestra. Propongamos de una vez el desarrollo e implantación de una ley que, como la norteamericana y algunas otras más, impidan a una persona disfrutar de más de dos legislaturas consecutivas. Así podremos decirle: “señor mío (o señora mía), después de 8 años de duro trabajo su tiempo ha terminado. Vaya a descansar y deje el paso franco a otro candidato que tenga ganas de hacer las cosas como es debido y que aún no sepa qué es ser poderoso, y permítale gobernar independientemente del color de la chaqueta que vista. Toda España se lo agradecerá”.

miércoles, 12 de enero de 2011

Violencia de género entre miembros y miembras

Alejados de la lógica y de la mesura, hay personas (de ambos sexos) que se empeñan en forzar la elasticidad del lenguaje hasta extremos que rebasan con mucho, no sólo ya la costumbre, sino también el sentido común. Empeñarse en tener que especificar un sexo cuando se habla por extensión de toda una colectividad que ya de por sí abarca los dos, es del género tonto, y lo digo así porque a nadie aún se le ha ocurrido decir que es del “género tonto y tonta”. No, claro, aquí no hace falta distinguir.
Desde que aquella ínclita ministra hizo la famosa distinción entre miembros y miembras, la polémica, que ya andaba algo suelta, ahora se ha desmadrado. Ya nos resulta incluso normal leer textos de cualquier tipo colmados de barras inclinadas (e inútiles) para separar a las personas como si nos dirigiéramos a un aseo público. O lo que es peor: la utilización de la "@" para conseguir el mismo efecto con un signo, que no una letra. Ahora vemos en cualquier lado términos como alumnos/as (o alumn@s), escritores/as, opositores/as, aclaraciones que no aportan nada. Esto me parece el colmo del extremismo y el súmmum de la gilipollez. Así que se me pinta expresar mi opinión sobre este hecho ridículo. Y es que si bien en algunas ocasiones es posible o conveniente poder especificar los sexos (doctor y doctora, ingeniero e ingeniera, incluso juez y jueza –aunque suene rematadamente mal-), hay en otros casos que es inútil, forzado e idiota.
Tanto vamos a estirar la cuerda que al final se va a romper. Para ilustrarlo, y como buen macho de pro que soy (que no machista), le daré la vuelta a la tortilla. No voy a feminizar aquellos términos que para generalizar se utilizan en masculino aunque su sentido abarque a hombres y mujeres (por ejemplo, los alumnos de tal escuela o universidad, entendiendo por “alumnos” a chicos y chicas), sino que voy a hacerlo al contrario, es decir, utilizaré términos en femenino que, por extensión, cubren ambos sexos. Ya verá el lector qué inmenso ridículo voy a hacer al pasar a masculino todo esto que les voy a contar.
Y es que ayer, mientras veía un rato un resumen de deportes en televisión, empecé a sentir cierto malestar, un mareo que no me dejaba en paz. En la pantalla se alternaban imágenes de unas aguas embravecidas donde piragüistas y piragüistos descendían con destreza  el curso de un río, con otras de Valentino Rossi, el gran motoristo campeón del mundo, explicando a un periodisto su nueva máquina. O también salía Paquillo Fernández, atleto de maratón, explicando la manera de ponerse en forma. Apoyaba estas palabras Sergio Sauca, el comentaristo de televisión que narraba el evento. Fue gracias a él como me enteré de que Sergio García, golfisto número dos en el ranking mundial , había dicho que si hubiera tenido que ser otro tipo de deportisto, hubiera elegido ser futbolisto.
Definitivamente no era mi noche. Cada vez me encontraba peor. Marqué el 112 porque yo creí que se me iba la vida. Me atendió Antonio, un telefonisto muy amable que me envió de inmediato una ambulancia. En cosa de tres minutos llegué al hospital. Mi ingreso fue casi inmediato. Miguel, el recepcionisto, me dijo que aún no sabía lo que me pasaba pero que tenía mala cara y que me tenía que quedar por allí.  Y entonces comenzó el desfile de facultativas y facultativos por delante de mí: me vio un traumatólogo y una trumatóloga; luego un urólogo y una uróloga; después  vinieron una psiquiatra y un psiquiatro, una pediatra y un pediatro, una anestesista y un anestesisto, un fisioterapeuto, un analisto, un logopedo, un nutricionisto, ¡un dentisto y un higienisto!, ¡¡¡y hasta un matrono!!!
Al final nadie supo qué me estaba ocurriendo y me dieron una aspirina. ¡Se estaban riendo de mí!, así que decidí denunciarles. Salí del hospital y acudí a una comisaría donde Armando, un policío muy amable (que luego resultó ser un simple recluto), me indicó la forma de presentar la denuncia.  Mientras lo hacía aparecieron por allí una pareja de funcionarios con gabardina y gafas de sol. La mujer era del servicio secreto y el hombre era un espío de la embajada de Andorra. Me enteré porque me lo dijo Armando el recluto, que en ese momento estaba en lo alto de una garita como si se tratara del vigío de un barco. Mientras me sellaban la denuncia me contó que no le importaba estar allí subido porque la cosa de la vigilancia le venía de familia, que su abuelo había sido guardio urbano y su padre socorristo en una piscina pública.
Era un tipo agradable y entablamos conversación. Él ya me había hablado de su vida, así que yo comencé con la mía. Le conté que provenía de una familia de artistas y artistos, que mi madre era bailarina y mi padre trapecisto, mi abuelo equilibristo y mi abuela cantanta, y que una prima de mi cuñada era bruja y su hijo pitoniso. Entonces apareció Enrique, un tipo simpático y pizpireto al que le habían robado la cartera y, una vez encontrado por un agente y una agenta, salía de la comisaría de recogerla. Nos vio tan animados que se unió a nuestra conversación asegurándonos que para familia la suya, que en la casa en la que vivía aún se paseaban los fantasmas y fantasmos de sus antepasados y antepasadas, que buscando por la Red (él era un internauto consumado) había encontrado a Blas, un eremito solitario que creía en el profeto Isaías y que le aseguraba poder limpiar de espectros y espectras su casa. Pero no pudo, porque era tal la variedad de profesiones de los hombres de su familia (electricistos, economistos, estilistos), y de las mujeres (pilota de avión, sargenta del ejército, gerenta de una clínica) que no encontró una línea común para atajar el problema de las apariciones y desistió.
Le expliqué entonces que yo conocía a Pedro Sánchez, que era un magnífico documentalisto que ayudaba al guionisto de un programa de televisión de esos de esoterismo. Se lo recomendé por si podía ayudarle. Me lo agradeció de veras y me dijo que le llamaría siempre y cuando don Andrés, párroco de su barrio y curo de vocación, fuera a su casa y echara unas bendiciones, a ver si surtían efecto.
Y así, encontrándome ya mejor, volví a mi casa a seguir viendo la tele, pero con la sensación de haber hecho el idioto, el gilipollos y el troglodito. Y es que no tengo remedio.

viernes, 7 de enero de 2011

Gran parida interiorista y trascendental

Año nuevo, ¿vida nueva? Muchos son los propósitos que nos planteamos a principios del nuevo año, propósitos que en la mayoría de los casos se diluyen antes de que termine el primer mes, acaso incluso la primera semana. Dejar de fumar, adelgazar, aprender un idioma, hacer ejercicio… La piscina a la que acudo dos veces por semana desde hace mucho tiempo incrementa todos los años su afluencia de bañistas barrigudos en enero y septiembre (otro mes de nuevas intenciones). La masificación no dura demasiado, ni en mi piscina ni en ninguna otra academia, institución deportiva o similar. Nos cuesta dinero y esfuerzo. Nos vence la pereza, la desesperanza, la frustración, y el gran proyecto queda abandonado generalmente a poco de nacer.
Tengo una idea para que nuestra desilusión sólo nos cueste amor propio y nos ahorre dinero, que en tiempos de crisis no está de sobra. Propongámonos algo que sólo dependa de nosotros mismos, que no haya que pagar por conseguirlo. Ahora, apreciado lector, pensarás que voy a soltar una gran parida interiorista y trascendental: ser mejores personas, ocuparnos más de los seres queridos, regalar sonrisas a diestro y siniestro… Quizá estos propósitos para algunos sean aún más difíciles de conseguir que los anteriores. Basta que te lo propongas para que tu cónyuge, hijo, padre, cuñado, compañero de trabajo o amigo (los tontos puristas pueden cambiar el género a los sustantivos anteriores) te quiten las ganas de hacerlo incluso antes de haberte decidido a comprometerte con un nuevo propósito. Por eso hay que ser consecuentes, realistas, concienzudos, y proponerse sólo aquello que sepamos que, con algo de esfuerzo, podamos conseguir y, además, si es posible, no nos raje la bolsa de la cuenta corriente, que así es más gratificante.
¿Qué cuáles son esas cosas? ¡Ah, ni idea! No lo sé. Que cada uno se busque la suya, que yo bastante tengo con escribir en este blog, que, por cierto, es mi propósito para este 2011: escribir lo que se me pinte, pero hacerlo y con cierta asiduidad.

lunes, 3 de enero de 2011

¿Y qué demonios le compro, si tiene de todo?

Hoy se me pinta hablar de los regalos de Navidad, una tradición basada en la llegada de los Magos de Oriente a Belén hace un par de milenios y que el comercio occidental se ha ocupado de fomentar hasta extremos casi histéricos.
Por lo que a mí respecta, me ha costado un largo camino comprender a qué estamos jugando el 6 de enero o, en su defecto, el 25 de diciembre. Vamos a mirarlo fríamente: hay una ley no escrita que se llama tradición (que tiene mucha importancia y mucho peso) que nos obliga descarada e irremediablemente a tener que regalarnos lo que sea, repito, lo que sea, entre aquellos allegados que tenemos más o menos contacto. No importa que te veas con ellos sólo una vez al año o todas las semanas, incluso todos los días. La cuestión es que estás obligado a comprarles algo, porque así te lo manda la Historia viva de tu país y de tu familia. Nadie concibe que dejes pasar la oportunidad de estar tres semanas abrumado por la responsabilidad de acertar con tu presente. La pregunta sobrevuela durante muchos días tu cerebro: “¿Y qué demonios le compro, si tiene de todo?
…Si tiene de todo… ¡Qué coincidencia! ¡Como tú! ¡Como yo…! Entonces, ¿por qué comprar algo? ¿Para demostrarle tu cariño? ¿Para manifestarle tu aprecio, incluso tu odio? ¿Y es necesario hacerlo un día en concreto y a través de un regalo? ¡Anda que no hay días en el año para aprovechar la ocasión! Sobre todo, y tratándose de dejarse las perras, creo sinceramente que hay mucha gente que, al contrario de los que tenemos de todo, no tienen de nada. Así que se acabó.
Esta Navidad de 2011 ha sido el punto de inflexión. Los niños de mi familia son, de momento, unos privilegiados, unos seres protegidos que seguirán creyendo en Melchor, Gaspar y Baltasar porque recibirán sus regalos. Incluso los adolescentes que dejaron el secreto atrás hace una década tendrán su detalle. Pero los que peinamos canas, o hemos perdido el pelo, o estamos a punto de sufrir alguna de las dos cosas, hemos decidido terminar con la ceremonia absurda y tradicional de hacer el idiota ese día absurdo  marcado en el calendario como de "entrega de regalos". Ya que queremos gastar, vamos a hacerlo en éso que pensamos muchas veces al año y que, por dejadez o pereza, nunca encontramos ni el momento ni la oportunidad para hacerlo. Así que este año los mayores hemos juntado un buen puñado de euros, un puñado más que generoso, y se lo hemos dado a una institución que sabe qué hacer con él y sacarle provecho, o a un albergue, un comedor social, o a una familia realmente necesitada. A nosotros no tiene por qué importarnos no recibir un absurdo regalo en Navidad. Si necesitas algo, te lo compras tú, como has hecho el resto del año.
Espero que esta nueva tradición se alargue y que, sobre todo, los niños de mi familia la retomen pronto y para siempre. Igual que los Magos de Oriente lo hicieron con quienes menos tenían y entre ellos no se regalaron nada, ésa debe ser nuestra misión.
Feliz 2011.