Felicitar a los
ganadores de las pasadas elecciones es de ley. Te honra ya seas simpatizante,
contrario o abstemio. Por eso lo hago. Incluso felicitaré a los perdedores de
las elecciones que muevan sus fichas y lleguen a gobernar, cosa que nunca he entendido
muy bien cómo puede suceder pero que ahí está. Quizá sea lo bonito de la
democracia, lo mismo que en fútbol, que no siempre gana el mejor o el que más
bonito juega. Lo que no entiendo es cómo se puede le puede tomar el pelo al
electorado de esta manera y que sigan aplaudiendo entusiasmados. ¿Que a qué
electorado? Pues a todo, a la mayoría de los votantes. Y vuelvo a lo de
siempre. Es un problema de educación, de formar personas.
Ada Colau es la
más lista de la clase. Ayer ya se destapó con una perla que todos sus
feligreses han aplaudido. “Vamos a desobedecer leyes que nos parezcan injustas”,
ha dicho la -con toda probabilidad- próxima alcaldesa de Barcelona. Eso es más
o menos como si un padre le dice a su hijo que él, cuando era niño, se pasaba
por el forro de sus caprichos las órdenes que le daba el abuelo, es decir, su
padre. Lógicamente, el niño aplaudirá en un primer momento los arrestos que
tuvo para con el abuelo, seguramente desde su óptica un tipo chapado a la
antigua, autoritario…, pero en breve pondrá en práctica esa misma forma de
actuar y con la misma excusa, es decir, plantará cara a su padre y éste
terminará por castigarle justamente por aquello mismo que él hizo de joven.
Ada Colau ha
lanzado un boomerang que, si ella misma no lo remedia tragándose sus palabras,
le va a hacer “¡zas!, en toda la boca”. Porque si llama a la desobediencia
contra las leyes, en un momento dado van a ser los propios barceloneses quienes
se empiecen a pasar las leyes municipales por el arco del triunfo. “Este IBI no
lo pago porque me parece injusto”, “aparco donde me da la gana y no pago
parquímetro porque me parece abusivo e injusto”, “la tasa de basuras (por
ejemplo) no la pago porque me parece injusto”, “piso la hierba porque prohibirlo
y que además me sancionen me parece injusto”, “ando desnudo por la ciudad porque
hacerlo vestido cuando hace calor y que me amenacen con una multa me parece
injusto…”.
Es entonces
cuando veremos el verdadero calado político de esta señora. En realidad ya lo
estamos viendo cuando suelta perlas como esta, pero estoy convencido de que,
cuando la gente argumente sus propias palabras para hacer y deshacer, no va a
apoyar a la ciudadanía a que desobedezca las leyes, fundamentalmente porque
esas leyes las habrá impuesto ella. Y ahí entra en acción la ley del embudo, la
cláusula de “porque me da la gana”, la sentencia de “porque lo digo yo”, y eso
degenerará en frases lapidarias de “yo legislo lo que quiere el pueblo”, “desobedecer
esa ley es ir contra el pueblo”, y de ahí a “desobedecer al pueblo es ir contra
Ada Colau” hay sólo un paso, corto, muy corto.
Yo no digo que
esta señora sea de este tipo de personas ególatras y bananeras. Y si desde
luego no lo es, alguien tendrá que enseñarle que la primera lección del
político al servicio del Estado, o del país, o de la gente, es medir muy bien
las palabras porque se pueden volver contra ti, y que de sabios es rectificar,
y que lo mejor que le puede pasar a un país es educar a sus niños para que
aprendan a distinguir a los gobernantes de los gilipollas, sean del color que
sean, que los hay buenos y dignos en todos lados. Lo dicho. El tiempo me dará o
me quitará la razón, pero esto ha empezado muy mal, con consignas que tiñen el
panorama de gris oscuro tirando a negro.