Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



ESPACIO

UN ESPACIO PARA CONTAR LO QUE ME DA LA GANA


miércoles, 13 de febrero de 2019

El striptease de Torra


No se me habrá escuchado hablar del puto procés nunca, o casi nunca, pero aquello con lo que se acaba de descolgar el robaperas de Torra es para comentarlo, porque es de esas cosas que uno anda esperando para dar cumplida respuesta.
El ínclito mangaparaguas ha soltado esta mañana en Onda Cero que (transcribo textualmente) “nosotros ponemos la voluntad de la gente, la democracia, por delante de la ley”. Es decir, que si no se ha explicado mal, lo que la gente dice va a misa y no hay ley que valga. Porque, lo que dice la gente, es democracia. Desde luego, lógica a tal imbecilidad no le falta. Si esto lo aplica al procés es porque lo considera una base fundamental. Lo que diga la gente es lo único válido. Da igual que se salte la Ley a la torera.  Por cierto, para que una ley sea justa tiene que provenir de una democracia. Claro que… Ufff, me lío. Vamos a quedarnos con su sentencia: “nosotros ponemos la voluntad de la gente, la democracia, por delante de la ley”.
Ahora vamos con silogismos. Si para Torra su gilipollez es un axioma y lo aplica a Cataluña, igualmente esa máxima también se podrá aplicar en cualquier otro lado, ¿no? Es de ley, digo yo, que lo que quieres para ti, tus excusas, tus razones, las mismas, sin cambiar una coma, sean válidas también para el resto. Porque si no lo consideras así, lo mismo estás arrimando el ascua a tu sardina y se te ve el plumero.

Cuando uno es un exhibicionista, hay veces que se desnuda sin darse cuenta y, claro, se le ve el plumero. Y Torra la tiene pequeña (la razón, quiero decir... y la inteligencia también).
Es decir, que si el silogismo es certero, yo voy a aplicarlo entonces a lo que me dé la gana. Por ejemplo, si la voluntad de la gente es hacer un referéndum para ver si quitamos el autogobierno a no sé qué región, se podría hacer, ¿no? Pero claro, el tonto de la baba dirá que ese referéndum solo se puede realizar en Cataluña. A ver… De momento esa región, porque no deja de ser una región como otra cualquiera, sigue siendo España, y por Ley, España es de todos los españoles. Ah, pero es cierto, usted antepone la voluntad de la peña sobre la ley. Por cierto, ¿qué consideramos “gente”? ¿Dos o más personas? ¿A partir de cuántas personas es gente? ¿Si se cae un puente con 50 personas ha muerto gente…? ¿Mucha o poca? ¿Dos millones de ignorantes son mucha gente? ¿Con respecto a qué, a la población total del planeta…? Y si usted antepone la voluntad de la gente que dice que sí, ¿qué ocurre con la voluntad de la gente que opina que no y que, por cierto, persona arriba o abajo, son la misma cantidad? ¿A unos sí y a otros no…?
Pero fíjese, payaso, voy aún más allá. Dejando Cataluña a un lado, dejando incluso la política, vamos a suponer que hay gente que le quiere colgar por los caprichos, aunque la voluntad de esa gente vaya manifiestamente en contra de la Ley (¡joder, qué coincidencia con otros planteamientos que usted expresa…!), En ese caso, ¿hay que anteponer la voluntad de esas personas a todo lo demás? No, bobotonto, no es una situación descabellada. Pongamos que son 200.000 los energúmenos que quieren rebanarle la autoestima y hacerse con ella un llavero. ¡Cuidado!: lo han decidido democráticamente; nadie les ha incitado a hacerlo (como ustedes, que no han incitado nunca a nada). ¿Nos pasamos la Ley por ese forro que está usted a punto de perder porque hay que respetar la voluntad de la gente? Eso es anarquía, gilitonto. Y no es buena. No lo ha sido nunca.
Así que, ilustre imbécil, me remito a lo que fundamenta una democracia. Lo primero es la Ley. Nadie está por encima de la Ley. Nada está por encima de la Ley. Si no te gusta la Ley, la cambias, que para eso es una democracia. Si no puedes cambiarla porque te falta, en este caso, apoyo, pues te jodes (con perdón) y trabajas para conseguirlo en las urnas. Porque esto es una democracia, la que te consiguieron mis padres (y seguramente los tuyos) para que ahora vayas tú haciendo el bufón. Si te saltas la Ley, te enchironan, como a los ladrones que se saltan la ley de propiedad privada, los asesinos que matan, los estafadores que engañan… Da igual la ley. El que se la salta, lo paga. Los  prendas que, desde ayer, están sentados en el banquillo, se la saltaron y ahora  les toca rendir cuentas. Por cierto, olé por lo cojones de Junqueras, poco acertado en sus decisiones pasadas pero coherente hasta el final, no como el cobarde, aprovechado, oportunista y bobo de…, de… ¿cómo se llamaba aquel muñeco esperpéntico?



lunes, 11 de febrero de 2019

Benditos burros


Había una vez un país de mierda lleno de burros. Existía una pequeña porción de burros que eran unos aprovechados, interesados y oportunistas. De ese grupito, había unos pocos que eran listos como comadrejas y egoístas como niños pequeños. Y de esa parte casi ya insignificante, los había ególatras, paranoicos, neuróticos y psicópatas.
Para hacernos una idea, en la cúspide de esa pirámide había algún ególatra, que además era listo y egoísta, aprovechado, interesado y oportunista, pero que, en cualquier caso, no dejaba de ser un burro. La diferencia con la inmensa mayoría de sus iguales (digo bien, “iguales”) era que el resto ignoraba todas sus demás cualidades.
Aquel país, que ya de por sí era de mierda, llevaba siglos yéndose lenta pero inexorablemente al abismo. Los burros se dejaban influir por cualquier cosa que vieran, escucharan o leyeran (el que leía, porque todos saben que los burros no leen, y el burro que va al circo puede llegar a leer, pero nunca entenderá lo que lee). Y todos los burros estaban encantados de caminar hacia la mierda. Los aprovechados, interesados y oportunistas también estaban felices de ver cómo iban a sacar provecho de aquella marcha. Lo que no sabían éstos era que había burros listos y egoístas que, lejos de dejar que se beneficiaran de aquella oportunidad, les dejarían sin nada, frustrados y cabreados como monas, porque aquella tajada, aquel río revuelto y sin sentido, estaba reservado a los burros ególatras, paranoicos, neuróticos y psicópatas que, con toda la frialdad del mundo, había tramado aquel caos para uso y disfrute propio.
A estos últimos les daba lo mismo si los burros eran engañados una vez más, si se quedaban sin comida, si sufrían enfermedades… Y nadie podía echarles nada en cara, porque habían sido la inmensa mayoría de aquellos que solo eran burros quienes les habían colocado ahí, quienes les permitían seguir haciendo lo que les daba la gana, quien incluso aplaudían todas y cada una de sus decisiones. Si uno de esos burros ególatras decía: ¡vamos a liquidar a los burros que siguen a ese neurótico!, todos aplaudían, incluso los aludidos, porque desde su posición, su líder les incitaba a ello. Y los neuróticos de arriba se miraban complacidos porque, después de la batalla, ellos recogerían las sobras y, a partir de los despojos, crearían una nueva situación para continuar con su empresa.

¿Lo reconoces? Es aquel al que estás votando. Y si no votas, entonces es el espejo en el que te miras todas las mañanas.

Y todos contentos porque los burros tenían a quién cocear, los oportunistas de quién aprovecharse, los egoístas de dónde acaparar, y los psicópatas un juguete que les entretenía y les hacía más y más poderosos.
Y en aquel país de mierda, todos continuaron felices con sus banderas, sus reivindicaciones, sus tiempos pasados que siempre fueron mejores, su posición indefinida, sus pensamientos caducos, sus fotos de frente o de perfil, su falta de rumbo, sus cambios de opinión, sus ideales trasnochados, su falta de ideas, exactamente igual que les pasaba desde hacía ya más de dos siglos. Pero jamás miraron hacia atrás para aprender, sino para sacar nuevas excusas que lanzarse a la cara. Bueno, en realidad los burros simples no veían ni eso. Ni los oportunistas. Ni los listos. Aquella maniobra de entretenimiento duraría otros dos siglos (o cien más) en manos de ególatras, paranoicos, neuróticos y psicópatas, porque la empresa les daba buenos beneficios y los burros, gracias a los dioses, continuarían rebuznando eternamente pero sin decir ni hacer nada. Benditos burros.