Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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domingo, 23 de marzo de 2014

Suárez: adiós al último grande

Sólo se me ocurren frases manidas para comenzar a hablar de Adolfo Suárez. Y es lo que tiene la muerte, que te abotarga la imaginación y la lengua. Así que empezaré diciendo que pensaba en él y en su enfermedad cuando, por sentido de gratitud, me dispuse a escribir sendos artículos para Manuel Fraga y Santiago Carrillo momentos después de sus respectivos fallecimientos. Ambos habían contribuido a crear el clima propicio para que España pasara de un régimen dictatorial a una democracia plena. Pero el verdadero artífice de que se llegara a buen puerto y que el resultado fuera auténtico, sin sucedáneos ni aditivos, fue Adolfo Suárez. Y lo hizo de forma elegante, limpia, inteligente, comprometida, buscando el consenso y jugando una partida de ajedrez con todas las fuerzas políticas en la que el pueblo fue quien ganó. Por supuesto, S.M. el Rey don Juan Carlos también tiene buena parte del mérito, elegir al mejor y confiar en él. Pero el que se batió el cobre en aquellos momentos inestables y difíciles fue Adolfo Suárez.

Los dos arífices de la Transición: les debemos mucho aunque a muchos les flaquee la memoria a la hora de reconocerlo.

Desde que se le diagnóstico esta terrible enfermedad me he visto aún más unido a él. Santo de mi devoción por eso de que todos los extremos son malos y en el centro está la virtud, este gran hombre era recto ante las adversidades, inteligente ante los retos, simpático y leal con los amigos y, sobre todo, con su país. Eso decía mi madre, que también murió de Alzheimer y ya va para 17 años. De ahí que no sólo me haya interesado por él cuando su nombre volvía a escena, sino que, agradecido y con ganas de aprender más y más, he visionado unas cuantas veces la serie de TVE “La Transición”, donde a través del relato de la periodista Victoria Prego, te haces una idea muy acertada del encaje de bolillos que tuvo que hacer Suárez para llevar adelante la misión que le habían encomendado. Era como tratar de desactivar una bomba nuclear utilizando guantes de boxeo. Al principio nadie daba una peseta por él. Pero, gracias a su sentido del deber, de la obligación y de la dignidad, pudo.

     Cuando muere una persona que no ha hecho nada de reconocido mérito en la vida, siempre se habla de ella como ser humano. Se menta el verbo ser pero no el verbo hacer. “Fulanito era…” frente a “fulanito hizo…”, seguramente porque no hizo nada. Con Suárez no hay más remedio que rendirse a la evidencia y decir que, no solamente “era”, sino que efectivamente “hizo”: lucho por su país y por conseguir que el que ahora les escribe desde este humilde blog lo haga libremente, sin presiones, ataduras ni órdenes o alabanzas teledirigidas. Suárez fue un político con mayúsculas, un estadista puro, alguien que se debía a su país y que, cuando vio que era más perjudicial que beneficioso, se bajó en marcha para no detener el paso y dejar su puesto a otros. Hay tanto que agradecerle que espero que la capilla ardiente quede varios días abierta al público, porque habrá gentes de toda España que quieran venir a Madrid a despedirse de él.

     Lástima que en estos años no hayamos aprendido nada de lo que él nos dejó. Junto con Carrillo y Fraga escenificaron lo que se trata sin duda de un acto conjunto y desinteresado de servicio a la nación, y no lo que hacen la inmensa mayoría de los actuales políticos, un paripé para propia vanagloria y consumo partidista. Espero que las nuevas generaciones aprendan mucho en todos los especiales que va a haber sobre Suárez en las televisiones, Y sobre todo, de mi generación depende hacerles comprender a los jóvenes de hoy (nuestro futuro mañana) lo él que hizo, es decir, cómo se tienen que hacer las cosas con dignidad.

     Descanse en paz.

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