Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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martes, 6 de marzo de 2018

WhatsApp letal


Existe la muy equivocada creencia de que las nuevas tecnologías siempre nos brindan la oportunidad de avanzar de manera más rápida y precisa, de conectar instantáneamente con quien queremos (a veces también con quien no queremos) en cualquier parte del mundo. Tan solo nos supone el esfuerzo de pulsar una tecla virtual sobre una pequeña pantalla táctil y ya está. Es sumamente fácil y, con más frecuencia de lo que creemos, peligroso. Y concreto mi afirmación en esa aplicación maravillosa llamada WhatsApp, un artilugio que puede estallarnos en la cara y que, de hecho, lo hace muchas más veces que lo que creemos.
Incluso con la ayuda de los emoticonos, esas imágenes de caritas, animales, corazones… que nos ayudan a dar sentido y, sobre todo, tono a nuestras palabras, muchas veces éstas se vuelven en contra nuestra. Nos empeñamos en utilizar WhatsApp como si fuera un sistema de comunicación útil para tratar temas complejos, y la aplicación no va más allá que servirnos para quedar a tomar café, preguntar qué tal fue un examen o saber dónde se encuentra nuestro interlocutor (que lógicamente contestará lo que le dé la gana).
Pero cuando se trata de gestionar temas importantes, no nos resignamos a hacer una llamada telefónica o a escribir un correo. No. Tenemos que utilizar el WhatsApp, y es en ese momento cuando se convierte en un caramelo envenenado. Cuando un ser humano trata un tema crucial con otro, la Naturaleza, que es muy sabia, no solo nos ha dotado de poder concretar nuestras ideas en palabras, sino que además nos ha dado cuerdas vocales para saber pronunciarlas con mil tonos diferentes, con un volumen alto o bajo, nos ha dotado de la rabia, el dolor, la ira, el cariño… Por si fuera poco, además nos ha dado complementos imprescindibles para conseguir una comunicación correcta como son los ojos o las manos y así gestear y enfatizar lo que queremos decir. Si ahora mismo, en este texto, digo al lector (con todo respeto) “vete a la mierda”, la mayoría se ofenderá. Pero si me escucha decirlo, y a la vez observa mis ojos, escucha con atención mi tono, mi cadencia, el movimiento de mis manos, mi sonrisa…, a lo mejor estalla en una sonrisa. Lo mismo incluso me gano un beso y un abrazo. No es lo mismo escuchar “¡qué tonto!” en boca de un compañero de trabajo que en labios de tu madre, tu novia, tu esposo…

Cuántos disgustos, malos entendidos o discusiones se podrían haber evitado si fuéramos mucho más prácticos.
La comunicación mal practicada, mal entendida y mal recibida es como un arma mortífera que solo nos puede servir de ayuda cuando está en buenas manos. Todos somos capaces de comunicarnos cara a cara, pero solo una parte relativamente pequeña es capaz de hacerlo a la perfección por escrito (periodistas, escritores, comunicadores profesionales…), y aun así no pocas veces se ven enredados en malos entendidos. ¡Qué no les pasará al resto de los mortales que se escriben por WhatsApp y además ahorran palabras para no extenderse…!
En lo que a mí respecta, dejé de utilizar WhatsApp para temas que, necesariamente, debían ser tratados de viva voz. Aunque por teléfono no se ven los ojos ni las manos, siempre es preferible dejar el teclado a un lado porque debajo de cada letra, de cada imagen o cada emoticono, puede esconderse esa mina que hace saltar todo por los aires. A mí no me ha pasado, pero desde luego no pienso correr el riesgo, sobre todo cuando hablar es mucho más rápido que escribir y porque desde hace mucho tiempo ya existe la tarifa plana.
Hasta la próxima, querido lector… (¿querido…? ¿Con qué tono lo he querido transmitir?) Tranquilo, con el mejor. ¿Te fías de mí?



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