Fotografía: Atardecer en Serengeti

Fotografía: Atardecer en el Parque Nacional del Serengeti, Tanzania; © Fco. Javier Oliva, 2014



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viernes, 1 de febrero de 2013

Abdicar o no abdicar ¿Esa es la cuestión?



Y lo hago con forma de pregunta, no de afirmación. Ahora que la Reina de Holanda se ha jubilado nos hemos apuntado al carro del entretenimiento nacional, el cotilleo, el cruce de opiniones y de ideas, y ya que los vecinos remodelan su casa, nos planteamos qué hacer con la nuestra.
Porque, al fin y al cabo, abdicar supone, en nuestro caso (y en todos), quitar a un rey y poner a otro. O sea, que la cosa no cambia, o cambia poco. S.A.R. el príncipe Felipe, por lo que dicen, acaba de superar en popularidad a su padre, lo cual está muy bien si hay que hacer una sustitución y sacarle del banquillo a que pegue cuatro patadas, como cuando Pedrito en el Barça está cansado y sacan a Villa a ver si mete un gol. Lo que ocurre es que desde hace un tiempo los goles se los mete en propia meta la misma Casa Real, y la cosa ya suena a chufla (por no decir a indignación). ¿Es el momento del cambio?
El rey don Juan Carlos está un pelín de capa caída. Un tipo que, desde mi punto de vista, debutó en la restaurada monarquía española de forma espectacular, que aún puesto en el trono por un dictador se empeñó en darnos una democracia y además de forma consensuada, pacífica, y con sitio, voz y voto para todos, la verdad, merece, no sólo respeto sino admiración y gratitud. Cierto es que, como todo hijo de vecino, ha metido la pata alguna vez, pero ha tenido los arrestos suficientes para, en directo y por televisión, admitir en público sus equivocaciones y pedir perdón, cosa de la que muy pocos pueden alardear.
Por distintas razones, ambos dos, padre e hijo, no me estraña que los tengan de corbata.

Ahora, a sus 75 años, quizá sea el momento de ceder el puesto a otros y dejar la imagen personal bien alta, como hacen los deportistas cuando cuelgan las botas o los toreros cuando se cortan la coleta, que los buenos, los inteligentes, los listos, practican allá cuando ven que no hay solución de continuidad en sus carreras, que seguir un poco más les condena a equipos de segunda división o a plazas de tercera. Así que, por mi parte, sería una buena decisión correr turno y dejar el “embolao” a su hijo, que es joven, bien preparado, y con fuerzas para lidiar con el desastre que se cierne sobre la familia gracias a tipejos como Urdangarín. Al fin y al cabo, papá siempre estará ahí para asesorar, incluso para figurar en algún acto, que la imagen vale mucho y bien utilizada no está mal.
Y si alguien quiere aprovechar el momento para abrir un debate sobre reinado o república, que lo plantee, que para eso estamos, que los Borbones están ahí por designación divina (y del tío Paco) y que la Jefatura del Estado, en una democracia, bien puede estar representada por cualquiera de los españoles, pero que también admitan que llegar hasta ahí no llega cualquiera, que nos tiene que dar un poco igual quien la ostente mientras sea digno y lo haga, no bien, sino de puta madre, que hoy en día es mejor casi malo conocido que bueno por conocer (¿verdad, señor Bárcenas? ―por ejemplo―), y que la tradición en un país es mucho más importante de lo que creemos, y si no, echemos una miradita al Reino Unido, que nadie concibe una Inglaterra sin reina.

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